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Espacio de discusión sobre Filosofía Política
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EL NACIMIENTO DE LA TECNO-BIO-POLÍTICA:
Libertad, control y resistencia en las sociedades tecno-escriturales (III-3)
La racionalidad detrás de la sociedad que escribe (III)
Jimmy Hernández Marcelo
Universidad Pontificia de Salamanca
jim.her.mar@gmail.com
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EL NACIMIENTO DE LA TECNO-BIO-POLÍTICA:
Libertad, control y resistencia en las sociedades tecno-escriturales (III-1)
La racionalidad detrás de la sociedad que escribe (I)
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La deconstrucción como el “Orfanato” del marginado
Parte II
Una característica de la deconstrucción es su primado de la voluntad sobre la razón, de la ética sobre la ontología. Sin embargo, no se trata de una voluntad de potencia o dominio sino de una predilección en relación por los últimos, por los marginados. La deconstrucción se vuelve así la “sede del marginado”, el lugar donde encontrará afirmación, defensa y, en definitiva, existencia real. Si al principio dijimos que Derrida habla de la inscripción, decimos ahora que piensa en clave de marginación, del olvido, de represión y de exclusión. No sin razón uno de los textos claves de Derrida lleva por título “Márgenes de la filosofía”.
Nuestra reflexión sobre la filosofía de Jacques Derrida y su posibilidad de porvenir tomará como punto de referencia la figura del huérfano como marginado. Confieso que esta elección no es azarosa, sino que es fruto de mi experiencia personal visitando un orfanato en Perú y entablando amistad con los huérfanos que allí residían y recogiendo su experiencia de exclusión y marginación a partir de su “ser diferente”, su “vida diferente”.
La orfandad como inscripción y evento
ὀρφανός significa desconsolado, afligido, dolido, en duelo, haber sido privado de algo o alguien valioso. De ahí que signifique sin padres, pero también puede significar sin tutores, sin maestro, sin guía. Otra connotación del término también aduce a la falta de hijos, el huérfano también es alguien que ha perdido un hijo. El verbo ὀρφανίζω quiere decir hacer huérfano al alguien, despojar. El huérfano es aquel que ha sido privado y por eso está en duelo, está afligido. El hombre afligido ha caído en la ὀρφανία, ha llegado al día del sufrimiento. Qué hace huérfano al alguien ¿Ser privado de algo o estar afligido por haber sido privado de algo? Parece ser que el ser privado de algo es causa de la aflicción. Esta aflicción configura la realidad ontológica de quien sufre la privación. No es cualquier privación la que acontece en la orfandad. De lo que se priva es de la relacionalidad del sujeto con su origen (arche) o con su horizonte (telos). Esta relación con el padre o con el hijo que configura la relación paterno-filial. La orfandad no hace, entonces referencia sólo a la privación del padre o la del hijo, la privación a la que hace referencia es a la de la relación paterno-filial. La ausencia de cualquier de los términos produce la desaparición de la relación en cuanto tal. Y si, como ha enseñado la metafísica clásica, la relación define a la persona, entonces fruto de esta privación acontece la negación de la personalidad y con ella la de la propia existencia. Sin horizonte y sin historia, se está a merced de la exclusión y la marginación. Se le excluye y margina porque ha perdido su ser y como tal es diferente, no es un alter ego, no es una persona. De modo que huérfano es otro término para hacer referencia al marginado, al excluido, en definitiva “al malvado”.
Derrida concibe la historia del ser como olvido del ser en términos de represión y exclusión. La figura del huérfano es ha sido muy usada en la literatura para mostrar la marginación, la exclusión, pero también la lucha, la esperanza y la recompensa por el sufrimiento. Se ve en la teleología oculta de estas narraciones la búsqueda de un ideal de recompensa con el que sufre. Sin embargo, no con ello se llega a reivindicar la figura del huérfano en el aquí y ahora.
¿Cómo una persona deja de ser persona? Inaudito. Ha sucedido lo imposible. La orfandad es en esencia un evento, es el suceder de lo imposible. Porque un evento debe ser una sorpresa absoluta, debe interrumpir el curso de la historia, la consideración de las posibilidades, debe exceder las condiciones de posibilidad y el horizonte. La ausencia de horizonte, es por tanto, la condición del evento. El evento es el suceder del doble vínculo entre la continuidad y la interrupción. Unos siguen siendo personas, el huérfano ha dejado de serlo, ha interrumpido su horizonte de existencia, se ha hecho él mismo un evento inscrito en el acontecer de la historia. Hemos comenzado a hablar de la historia como historia de poder, del poder de unos para hacer de lo imposible posible, la historia de otros que son víctimas de este poder. ¿Cómo una persona puede declarar a otra como no-persona imponiéndole una identidad que lo segrega? También inaudito. No es posible, pero sucede, entonces no es imposible, es posible. Es la posibilidad de la imposibilidad una consecuencia del poder de definir, de identificar y con ello también de excluir. “Omnis definitio est negatio” solían decir los escolásticos medievales, con ello nos aseguran que el progreso de occidente es fruto de la negación y de la exclusión de los que son diferentes, no-iguales, o simplemente desconocidos. En el centro de la marginación, la exclusión funciona como una suerte de redención (como explica Foucault). Los exclusores creen que hacen un bien al relegar a los confines de la comunidad al diferente, al expulsarlo lo que creen hacer es devolverle cierta existencia. Parece ser que ven en la exclusión y represión el remedio a la diferencia, el bien moral está en la ex-comunión antes que en la aceptación y la com-unión.
Ahora bien, si la cura debe ser proporcional a la enfermedad, entendiendo nosotros por enfermedad no la diferencia, sino la exclusión; el evento de la orfandad será deconstruido en la lógica del evento. Pues la deconstrucción buscar también practicar lo imposible, lo inaudito. Busca afirmar lo negado, incluir lo excluido, in-comulgar lo ex-comulgado, inscribir en la historia lo que ha permanecido en los márgenes.
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El mundo como espacio de interpretación
La inscripción como condición de posibvilidad de todo acto hermenéutico
Una lectura reconstructiva de la relación hecho-sentido a partir de la “Introducción al «Origen de la Geometría de Husserl» de Jacques Derrida”
Jimmy Hernández Marcelo
Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima
A partir de lo expuesto surge la interrogante sobre el despertar del sentido de la historia. ¿Acaso la historia no tiene sentido? Porque hablar de un despertar si la historia es lo que es, lo que ha llegado a nosotros. Pero como hemos mostrado, cuando se hace historia se cree que se tiene acceso directo al hecho sin pasar por la tradición que nos ha trasmitido y conservado el sentido del hecho. Lo que ha sucedido es que una miopía histórica ha hecho que se oculte el sentido e importe sólo los datos empíricos que se nos presentan sin tener en cuenta que éstos ya poseen una carga tradicional que ha hecho posible que lleguen hasta nosotros como tales. De este modo, se nos ha ocultado el sentido y se han hecho ficciones sobre la presencia de la pureza hecho ante nuestra conciencia sin tomar en cuenta los actos hermenéuticos que influyen en el proceso de reactivación del sentido del hecho.
Llegados a este punto, debemos hacer una tercera distinción. Esta se refiere a la distinción entre el ser del hecho y el aparecer del hecho. Y aquí surge una disputa entre la ontología de la facticidad y la fenomenología de la facticidad. ¿De quién depende el sentido del hecho? ¿El aparecer del ser es el ser en cuanto tal o es sólo un sentido del ser? Y si es sólo un sentido del ser ¿Dónde, pues queda el sentido del ser en cuanto tal? El sentido del ser en cuanto tal llega a nosotros gracias al aparecer del ser. Se pasa, entonces, de una fenomenología del hecho a una ontología del hecho. El modo como llegamos a saber cual es el ser del hecho es gracias al sentido del hecho que nos ha proporcionado la aparición del hecho. Según la descripción del sentido a través de los conceptos de sentido original originante y sentido original originado.
Si lo que afirmamos es correcto, el que recibe la presencia del hecho, al univerzalizar dicha experiencia del sentido, la eleva al nivel de la intersubjetividad comunitaria. Esta elevación al fuero de la comunidad es también un acto hermenéutico que da origen al sentido tal y lo conocemos a través de la tradición. Esta reactivación del sentido se da ad modum recipientis, y por eso se vuelve interpretativa (hermenéutica). Gracias a esto, en el nivel de la intersubjetividad, podemos identificar reactivación con interpretación. Y, sólo así, se constituye la conciencia de historicidad, y a partir de ella, toda historia como una consecuencia de un acto hermenéutico.
Trataremos, en la medida de lo posible, de hacer una descripción de todo el proceso que se desarrolla para que el sentido del hecho llegue hasta nosotros. En primer lugar, se produce el acto creador originario en el que se da la unidad indisoluble de hecho y sentido. Este acto produce el hecho y el sentido, pero en el interior del acto no hay distinción de hecho y de sentido, solo cuando el acto ha pasado y dejado su huella en el mundo podemos hacer la diferencia entre hecho y sentido. Pues lo que el acto originador produce es la inscripción en el mundo como hecho y como sentido del hecho.
A partir de las trazas dejadas por este acto, se presenta ante nosotros el hecho, que como dijimos, sólo aparece una sola vez. Se produce, entonces, la primera adquisición producto del encuentro con el hecho. Lo que se adquiere del hecho es su sentido, y de este modo el sentido realiza la entrada del sentido del hecho en la historia. Sin embargo, no basta para su realización como sentido. Hace falta que se desprenda de sus amarras que lo retienen en el suelo empírico de la historia misma. Parece irónico que para que el sentido entre en la historia deba desprenderse de sus marcas individuales que lo sujetan al suelo histórico. No obstante, sólo la subjetividad comunitaria puede producir el sistema histórico de la verdad y responder por él totalmente. Esta comunidad debe ser el lugar de todas las subjetividades egológicas actuales o posibles, pasadas, presentes o futuras, conocidas o desconocidas.
Esto quiere decir que, si una primera adquisición fue producto de un sujeto concreto, éste se debe abstraer de tal modo que se haga universal y absoluto. Y cuando trasmita su adquisición a su comunidad concreta, ésta debe también hacerse universal y absoluta. Elevarse hasta romper sus cadenas de la misma historia que le dio el sentido que trata de trasmitir. En la afirmación “Roma es la sede del Emperador” su valor de verdad histórico es válido en el momento en que Roma era la sede de Emperador, pero aunque hoy no lo sea, su valor de verdad es válido también para nosotros. Y cómo es posible esto. Porque el sentido del hecho que dio lugar a dicha afirmación no ha desaparecido, y su valor se ha abstraído de tal modo del suelo concreto donde se produjo que llega hasta nosotros en su pureza de sentido. Sólo lo que pueda llegar a cruzar las fronteras del suelo empírico histórico tiene asegurada la entrada en el mundo de la tradicionalización absoluta.
Si un sentido llegó a este nivel de re-activación, su olvido absoluto será imposible, porque el sentido podrá ser siempre re-activado. Una vez que la sedimentación del sentido se ha producido, ésta ha dejado una huella en la historia que hace posible siempre la activación de este proceso continuo de re-activaciones. Porque su universalización y su carácter de absoluto podrán quedar oscurecidos, pero nunca perdidos.
Ahora cabe decir lo siguiente, todo lo que se ha expuesto sobre el hecho y el sentido tiene la finalidad de presentar al mundo como un espacio en el que se da la inscripcionaliazión. Es decir, la capacidad de inscribirse a través de actos que dejan huellas y sedimentos. Éstos hacen posible la recepción y comunicación de datos que son interpretados y re-transmitidos mediante actos hermenéuticos. El mundo no es un planeta determinado ubicado en un sistema solar entre muchos otros. El mundo del que hacemos referencia es el suelo cultural e histórico desde el que se producen todos estos actos, desde la fundación del sentido hasta la reformulación del mismo. Este centro, nuestro centro, es la condición de posibilidad de toda inscripción. Y ella misma escapa a la inscripcionalización. Produce aquello que hace posible los ulteriores actos hermenéuticos que hacen posible la comunicación del sentido a todas las generaciones futuras.
Este mundo como espacio de comunicación, como espacio de inscripción, supone el envío y recepción de información que da a lugar a la tradición y posibilita, también, su replanteamiento. Esto último se da gracias a la sedimentación del sentido en un mundo capaz de mantenerlo activo a través de continuas re-activaciones. Porque el sentido de la intención originaria sólo se puede alcanzar en la tradición recibida como reactivación del sentido que es capaz de abrir un campo histórico oculto. Esta apertura de lo oculto es el último acto hermenéutico que se consolida como tal mediante un acto de interpretación y traducción de la misma tradición a través de un recordar lo olvidado. Y según esto, es posible sacar nuevas interpretaciones y nuevas aplicaciones del sentido de la misma fuente que se habían olvidado u ocultado a través del paso de los años, pero que gracias a este último esfuerzo hermenéutico podemos recordar.
El ideal científico e histórico de occidente está configurado como tal sólo a través de una conciencia de inscripción que hace posible toda trasmisión a-temporal y a-espacial. La inscripción en sí misma está abierta al campo de la posibilidad del intercambio lingüístico, es decir a la intersubjetividad de una comunidad. El lenguaje y la conciencia de co-humanidad son posibilidades solidarias ya dadas en el momento en que se instaura la posibilidad de la ciencia. Todo lo que occidente conoce ha venido a él gracias a la inscripción, puesto que sólo la posibilidad de la escritura es la que asegurará la tradicionalización absoluta del objeto, su objetividad ideal absoluta, es decir, la pureza de su relación con una subjetividad trascendental universal.
Con todo lo expuesto podemos afirmar que la hermenéutica no sólo es la koiné de la filosofía actual (como dice Vattimo), sino que siempre lo ha sido. Y no solo de la filosofía sino, también, de todo lo que la tradición nos ha heredado. Todo lo que occidente conoce, lo conoce en virtud de estas inscripciones en el mundo que a través de actos hermenéuticos han llegado hasta nosotros mediante procesos de re-activación y actualización. No debemos olvidar que sólo a través de la tradición es posible llegar a conocer lo que las cosas han sido, porque si haber sido llega a nosotros sólo como consecuencia de estos actos de trasmisión y retención que nos lo transportan al aquí y ahora. Sin esta tradición estamos ciegos al pasado, al presente y al futuro.
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 17:59 0 comentarios
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El mundo como acto de interpretación (Parte II de III)
LA INSCRIPCIÓN COMO CONDICIÓN DE POSIBILIDAD
DE TODO ACTO HERMENÉUTICO
Una lectura reconstructiva de la relación hecho-sentido a partir de la “Introducción al «Origen de la Geometría de Husserl» de Jacques Derrida”
Jimmy Hernández Marcelo
Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima
A partir de lo expuesto surge la interrogante sobre el despertar del sentido de la historia. ¿Acaso la historia no tiene sentido? Porque hablar de un despertar si la historia es lo que es, lo que ha llegado a nosotros. Pero como hemos mostrado, cuando se hace historia se cree que se tiene acceso directo al hecho sin pasar por la tradición que nos ha trasmitido y conservado el sentido del hecho. Lo que ha sucedido es que una miopía histórica ha hecho que se oculte el sentido e importe sólo los datos empíricos que se nos presentan sin tener en cuenta que éstos ya poseen una carga tradicional que ha hecho posible que lleguen hasta nosotros como tales. De este modo, se nos ha ocultado el sentido y se han hecho ficciones sobre la presencia de la pureza hecho ante nuestra conciencia sin tomar en cuenta los actos hermenéuticos que influyen en el proceso de reactivación del sentido del hecho.
Llegados a este punto, debemos hacer una tercera distinción. Esta se refiere a la distinción entre el ser del hecho y el aparecer del hecho. Y aquí surge una disputa entre la ontología de la facticidad y la fenomenología de la facticidad. ¿De quién depende el sentido del hecho? ¿El aparecer del ser es el ser en cuanto tal o es sólo un sentido del ser? Y si es sólo un sentido del ser ¿Dónde, pues queda el sentido del ser en cuanto tal? El sentido del ser en cuanto tal llega a nosotros gracias al aparecer del ser. Se pasa, entonces, de una fenomenología del hecho a una ontología del hecho. El modo como llegamos a saber cual es el ser del hecho es gracias al sentido del hecho que nos ha proporcionado la aparición del hecho. Según la descripción del sentido a través de los conceptos de sentido original originante y sentido original originado.
Si lo que afirmamos es correcto, el que recibe la presencia del hecho, al univerzalizar dicha experiencia del sentido, la eleva al nivel de la intersubjetividad comunitaria. Esta elevación al fuero de la comunidad es también un acto hermenéutico que da origen al sentido tal y lo conocemos a través de la tradición. Esta reactivación del sentido se da ad modum recipientis, y por eso se vuelve interpretativa (hermenéutica). Gracias a esto, en el nivel de la intersubjetividad, podemos identificar reactivación con interpretación. Y, sólo así, se constituye la conciencia de historicidad, y a partir de ella, toda historia como una consecuencia de un acto hermenéutico.
Trataremos, en la medida de lo posible, de hacer una descripción de todo el proceso que se desarrolla para que el sentido del hecho llegue hasta nosotros. En primer lugar, se produce el acto creador originario en el que se da la unidad indisoluble de hecho y sentido. Este acto produce el hecho y el sentido, pero en el interior del acto no hay distinción de hecho y de sentido, solo cuando el acto ha pasado y dejado su huella en el mundo podemos hacer la diferencia entre hecho y sentido. Pues lo que el acto originador produce es la inscripción en el mundo como hecho y como sentido del hecho.
A partir de las trazas dejadas por este acto, se presenta ante nosotros el hecho, que como dijimos, sólo aparece una sola vez. Se produce, entonces, la primera adquisición producto del encuentro con el hecho. Lo que se adquiere del hecho es su sentido, y de este modo el sentido realiza la entrada del sentido del hecho en la historia. Sin embargo, no basta para su realización como sentido. Hace falta que se desprenda de sus amarras que lo retienen en el suelo empírico de la historia misma. Parece irónico que para que el sentido entre en la historia deba desprenderse de sus marcas individuales que lo sujetan al suelo histórico. No obstante, sólo la subjetividad comunitaria puede producir el sistema histórico de la verdad y responder por él totalmente. Esta comunidad debe ser el lugar de todas las subjetividades egológicas actuales o posibles, pasadas, presentes o futuras, conocidas o desconocidas.
Continuará...
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El mundo como espacio de interpretación
La inscripción como condición de posibilidad de todo acto hermenéutico
(Parte I/ 3)
Jimmy Hernández Marcelo
Una lectura reconstructiva de la relación hecho-sentido a partir de la “Introducción al «Origen de la Geometría de Husserl» de Jacques Derrida”
Se nos plantea la cuestión de saber si lo que ha llegado a nosotros a través de la ciencia histórica y la historia de la ciencia, puede postular a obtener una validez universal tal que pueda llegar a ser la reproducción auténtica del sentido del hecho histórico y científico que ha dado lugar a lo que conocemos hoy como ciencia e historia. De manera inicial, podemos decir que el nacimiento y desarrollo de toda ciencia, como manifestación de una cultura, deben ser accesibles a una intuición histórica, en la que la reactivación intencional del sentido debería preceder y condicionar la determinación empírica del hecho. Y esto es posible gracias a que los procesos de reactivación del sentido se configuración como tales gracias a unos actos de trasmisión y perduración del sentido, que llamaremos actos hermenéuticos o actos interpretativos, entendiéndolas como producciones del sentido a través de una conciencia egológica concreta que, mediante procesos de univerzalicación, se convierte en una conciencia egológica pura. En este proceso, las reactivaciones del sentido se van traduciendo a contextos espacio-temporales concretos (mundo de la vida) que, de alguna manera, traducen el sentido originario para que pueda llegar, en su pureza, a la univerzalición absoluta que escape a lo espacio-temporal concreto. Esta traducción del sentido originario del hecho empírico es necesaria para que este mismo sentido pueda llegar a nosotros en su sentido originario.
Partimos nuestra reflexión sobre el “hecho” originario que dio origen al sentido originario del hecho. Nuestra primera distinción es, precisamente, la de “hecho” y sentido”. Lo que la tradición hace, en primer lugar, es mantener el sentido. En un segundo momento, lo trasmite. Lo que ha llegado a nosotros no es el hecho empírico concreto, y es imposible que pueda llegar a nosotros, lo que nos ha llegado es el sentido del hecho captado por una conciencia egológica concreta (individual). El hecho queda, para nosotros, condicionado por la reactivación del sentido del mismo, de modo que no es el hecho lo que da origen a la ciencia, sino esta reactivación intencional del sentido del hecho.
Entonces ¿el hecho no puede aparecer ante nosotros de manera evidente y clara, de modo que podamos acceder al sentido original del hecho sin necesidad de los actos de transmisión y perduración (actos interpretativos)? En efecto, no es posible tal ideal. Lo que ha quedado en la historia, y es lo que los arqueólogos y paleontólogos y demás estudioso de los restos dejados por generaciones pasadas estudian, son inscripciones que sirvieron de actos de reactivación del sentido en sus respectivas comunidades de transmisión cultural. Pero a nosotros no nos dicen nada sobre estos actos de transmisión, tampoco podrían decirnos algo. Lo que sucede es que éstos sirven para recrear el sentido de una historia, la que estaría más lejana de la que la tradición nos ha trasmitido.
Como dijimos líneas atrás, la reactivación del sentido condiciona al hecho empírico concreto. El itinerario de la ciencia y de la historia no parte del hecho empírico y llega hasta nosotros en su pureza original, como nos ha parecido siempre. Sino que es todo lo contrario, es el sentido que poseemos del hecho lo que hace que el hecho aparezca como tal ante nosotros. Esto no quiere decir que el hecho no existió como tal y que lo creamos. Lo que significa es que ese hecho original originario del sentido no puede llegar como tal a nosotros. Porque el origen histórico singular, el hecho fundador es irremplazable, y por ende invariable, nunca puede ser repetido. No hay historicidad concreta que no implique una primera-vez. Es imposible sustituir el hecho de la primera vez por otro hecho. Un hecho único tiene su esencia de hecho única, que no es la facticidad del hecho sino el sentido del hecho, aquel sin el cual no podría aparecer y no daría lugar a ninguna determinación y a ningún discurso. Sólo se ha sido primera-vez una sola vez, el ser primera-vez escapa a la repetitividad. La presencia del origen fundador del sentido y de la verdad fuga en su aparecer.
A partir de esta afirmación tan dura podemos hacer una segunda distinción (la primera fue la del hecho y el sentido). El hecho originario del sentido es el sentido original originante, es decir aquel hecho que ha producido el sentido original de una vez y para siempre. Este hecho único es el que hemos descrito líneas atrás. Pero también existe un sentido original originado, este sentido es aquél que mediante actos de reactivación (traducción) hace posible que el sentido original originante llegue a nosotros y no se pierda en la historia. Cuando se dio el hecho primero fundador del sentido, una conciencia pudo recibirlo, mantenerlo y trasmitirlo. Estos tres actos fundan el sentido original originado, que perdurará para siempre a través de actos de reactivación, porque para que pueda llegar a nosotros este sentido, que es reflejo del primero, se necesita una actualización constante y permanente. Estos actos no son contrarios a la naturaleza del sentido, sino que por el contrarios son parte del dinamismo propio del sentido original originante, que en su intento de llegar a nosotros y de expandirse más allá de los límites de su facticidad necesita volver a surgir y activarse como la primera vez (re-activación). No siendo la primera vez debe poseer lo esencial de este primer sentido. No obstante, lo accidental del sentido puede ir perdiéndose a través de los actos de actualización y traducción.
La transmisión y perduración del sentido son actos de una con ciencia intersubjetiva que está condicionada por el espacio y el tiempo. Por tanto, se convierten en actos hermenéuticos por naturaleza. Se hace perdurar lo que se transmite, y esta transmisión está enriquecida desde el interior por unos actos de traducción e interpretación a partir del mundo de la vida que les da origen y constitución ideal. De todo tal que pueda llegar a todos en todo tiempo y lugar manteniendo el sentido en lo esencial.
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 16:11 0 comentarios
Etiquetas: Gianni Vattimo, hermenéutica, Jacques Derrida, Jimmy Hernández Marcelo
Derrida el circunciso (parte IV, última)
Jimmi Hernández
Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima
El segundo punto surge como consecuencia del primero, para estar mejor ligada, y esto nos recuerda que si entendemos la religión como religare, volver a ligar a unir, Derrida está diciendo que el alejarse de la verticalidad dura del edificio de la alianza hace que él se una más a ese Dios que le ha mandado a cuidar de la alianza. Salir de la marginación es entrar en la ligación, en la unión de todos los que buscan la verdad por encima de todas las cosas, independientemente de su cultura y su religión. La fidelidad al Dios de la alianza no debería separarnos de los demás, por el contrario, debería unirnos más, ligarnos más, y eso nos haría verdaderos homines religiosi, hombres religados con Dios y con los demás hombres.
El tercer punto sería el leerse cada vez peor, esto significa que los demás no sabrán leer los actos del verdadero cumplidor de la alianza, a simple vista parecen actos infieles, no coherentes ni trasmisores del tesoro de la alianza, sin embargo, no se desligan de Dios, y por el contrario, están más unidos a Él. Por lo cual, algunos podrían acusarlo de a-teo, a-religioso. Es decir, no ligado, no unido, separado, des-ligado.
Todo esto nos muestra cómo para los que no saben leer los signos de unión, de ligación, llamarán a Derrida el falso profeta, el falso guardián de la alianza, el infiel, el circunciso incircunciso. Por otro lado, él en su integridad e intimidad no ha dejado nunca de identificarse con la misión que ha elegido cargar bajo sus hombros. Nunca ha renegado de ella, nunca la ha aborrecido, la ha amado y llevado hasta el último de sus días.
Derrida es el circunciso, es la Alianza viviente, es el Profeta que cuida de la Alianza: Elías. Este recuento narrativo de la identidad de Jacques Derrida a la luz de sus propias reflexiones en Circonfesión serán muy importantes a la hora de estudiar la deconstrucción y sus investigaciones sobre la escritura. Es indispensable no perder de vista en todo momento este hilo conductor que hemos comenzado a deshilar y que servirá para no perdernos en el laberinto que en la lectura de sus textos y en la comprensión de su pensamiento podríamos aterrizar.
El tema que atraviesa toda la vida, y posteriormente el pensamiento de Derrida, como ya ha sido dilucidado, es la inscripción. Ésta se presenta como marca y huella, que dan sentido de pertenencia y de exclusión, de diferencia y de identidad. La inscripción en el cuerpo, o la escritura del cuerpo es la circuncisión, con todo lo ya dicho sobre ella. El primer encuentro con una huella Derrida lo atraviesa en el reconocimiento de sí mismo en su cuerpo, en su ser un circunciso. En sus años de niñez, juventud y madurez vivirá en su propia carne (circuncisa) la experiencia de la marginación (el antisemitismo) a través de su identidad de judío. Ha sido un marginado a causa de una inscripción que no puede borrar, ya que no es sólo la marca de cuerpo sino que es ante todo la marca de una tradición que le sale al encuentro.
Este mal de lo propio, de la identidad, impregna toda la obra de nuestro autor, aparece pues deconstruyendose a sí mismo, a través de su dolencia pensante que lo hace creer en que existe una forma (al menos racional) de mostrar al marginado (al inscrito) como un ser que también puede llegar a formar parte de la historia y ser reivindicado en esta misma historia que no se ha cansado de negarle existencia e identidad de todas las formas posibles.
La deconstrucción toma su nombre con un talante de descentralización (o descentramiento) a fin de afirmar lo que se niega tradicionalmente. La deconstrucción es inscripción de la inscripción marginadora y marginada. El marginado (el circunciso) comienza a des-circuncidarse a través de una nueva inscripción, que comenzará a llamarse deconstrucción y su autor, el deconstructor.
Por todo lo expuesto, la filosofía de Jacques, la deconstrucción, se presenta como un método filosófico de reivindicación del marginado.
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 15:23 0 comentarios
Etiquetas: Jacques Derrida, jimmy hernández
Elías y la Alianza
La circuncisión, Elías y la Alianza están conectadas íntimamente. No es posible hablar de una o uno de ellos sin hacer alusión a los tres. En primer lugar, Elías fue un gran profeta, si no el más grande de los profetas de Israel, que según la tradición bíblica fue asunto al cielo en cuerpo y alma (2 Re 2, 11). De vez en cuando baja a la tierra para vigilar y acompañar al pueblo de Dios en su camino hacia la salvación. Además se le encarga la misión de asistir al pueblo de Israel en la brit milah, la circuncisión. Recordemos que había explicado anteriormente que en la sinagoga se separan dos asientos: uno para el padrino y otro para el profeta Elías.
El profeta Elías había condenado a los israelitas por su infidelidad a la Alianza hecha con Dios, desde ahora en adelante él velaría por la fidelidad a esta alianza y para ello debía presenciar el rito de la circuncisión en persona. Es el profeta más escatológico, y por eso mismo, el más esperado de todos. El profeta Malaquías había profetizado que Elías vendría antes que el Mesías para prepara su camino (Mal. 3, 23). Algunos israelitas en la fiesta de Pascua dejan una copa llena de vino y una ventana abierta con la esperanza de que Elías baje y entre en su casa por la ventana y celebre con ellos la liberación el pueblo.
Y qué tiene que ver todo esto con nuestro tema. Simplemente que Derrida tenía otro nombre aparte de Jacques, su otro nombre nunca escrito, y nunca inscrito era “Elías”. Este nombre estaba oculto, se refugiaba en la intimidad del hogar, de la familia. No podía salir al exterior de ninguna manera, ni escrita, ni inscrita. Era el nombre abstracto que le había llegado, que lo hacía el elegido, el querido, el responsable de una alianza que no le estaba permitido explicitar, ni comunicar. Era el guardián de nada. El guardián de su historia, de su pacto, de su compromiso y el de todos los judíos. Era una misión recibida, sin recibirla, ya que no había ninguna señal de aquella recepción. Por lo mismo, fue él mismo el que se eligió como el guardián de la alianza, y se atribuirá el apelativo de “el último judío”.
Elías a la vez es uno y otro, no sólo es el nombre del más grande profeta de Israel, también es el nombre del tío de Derrida, aquél que abandonó a su familia y de quien nadie más habló en casa. Es un desconocido, es un otro, es un marginado. Por eso, Elías es también el nombre de otro imprevisible al que se le debe guardar un lugar. No del que venimos hablando hasta ahora, sino otro Elías o Elías el otro, y sin embargo, Elías puede ser uno y otro a la vez, no se puede invocar la presencia de uno sin el riego de convocar también al otro. Es el parasitaje de un Elías, del otro que implica siempre el yo. Al hablar de Derrida o Derrida al hablar de sí convoca a todo aquel que no es él, invita al diálogo con todos los no-Derrida y en ellos se reconoce Derrida.
Con el apelativo de profeta describirá Rorty la personalidad de Heidegger y Derrida , aunque este título para él no presentará la misma acepción que según nuestro parecer presentaría la figura del profeta en Derrida. Por el contrario, para Rorty será causa de desestimación por carecer de universalidad en sus planteamientos y en sus métodos.
Siguiendo con la descripción de Elías, podemos decir que es el más escatológico de los profetas, y por los mismo, el más esperado de ellos, como lo hemos expuesto más arriba. Y Derrida afirma que el mundo nunca le ha perdonado que sea el escatológico más esperado , de esta manera él explícita su identificación con Elías y su ministerio. Su nombre y ministerio oculto, marginado, aborrecido y anhelado.
De esta manera Derrida surge en el mundo como un profeta que busca custodiar la fidelidad a una tradición que le es ajena, para él la alianza será siempre un edificio judío . Y la fidelidad a ese edificio será de alguna manera heterodoxa, es decir, no legítimo. Y el profeta de este género será un falso profeta, un profeta infiel a una tradición que debe defender. Y ¿qué pasa si dicha tradición no es fiel a la misma alianza que defiende?
Derrida se expresa de sí mismo como “el más auténtico de los profetas falsos”. Este apelativo podría darnos a entender que es un profeta infiel, un dimisionario de la alianza. Sin embargo, parece que nuestro amigo se ha mantenido más fiel que cualquier otro profeta. No tolera la alianza se que eleva hacia el cielo y cierras las puertas más que para el pueblo judío. A esa alianza es a la que es infiel. Sin embargo, la pureza a de la alianza a Dios, la fidelidad a Dios, nunca la ha perdido. Dios es una constante en su vida y que ha recibido a través de la misma diversos nombres . En el siguiente párrafo se expresa de manera clara fidelidad al Dios de la Alianza:
"… el tiempo cambiado de mi escritura, la grafía, por haber perdido su verticalidad interrumpida, casi en cada letra, para estar cada vez mejor ligado pero leerse cada vez peor desde hace casi veinte años, como mi religión .
En esta analogía entre religión y escritura, podemos extraer algunos puntos claves en tanto su fidelidad al Dios de la Alianza. En primer lugar está la verticalidad, es decir este edificio judío del que se hablaba anteriormente. Una verticalidad que separa, divide, aleja y margina. El paso de los años ha hecho que su cercanía con esta verticalidad se haga más ausente, es decir, comienza a alejarse cada vez más de este medio de marginación.
El segundo punto... lo seguiremos en otro post.
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 14:30 0 comentarios
Etiquetas: Jacques Derrida, jimmy hernández