Santo Tomás de Aquino: Vigencia de un místico
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
METAFÍSICO Y SANTO
Año 1274, edad 48 o 49 años, el Papa Gregorio X, que se gozaba de la reciente victoria del fraile sobre los sofistas árabes, lo invita a asistir al II Concilio de Lyon. Poco antes Tomás de Aquino ha empezado a escribir la tercera parte de la Suma Teológica, obra empezada a los 43 años, que no podrá terminar y que trata sobre el misterio de la encarnación como revelación del camino para llegar a Dios. Durante el viaje se siente enfermo y pide ser llevado al monasterio cisterciense de Fossanuova, donde muere un 7 de marzo.
El famoso pasaje del milagro del crucifijo cuando en la soledad de la iglesia de Santo Domingo de Nápoles una voz habló desde el Cristo esculpido diciéndole al fraile arrodillado que había escrito bien y le invitó a escoger una recompensa. La respuesta de Santo Tomás se condice con la humildad cristiana: “Elijo a Vos mismo”. Y después de este episodio es cuando se le vio levantado milagrosamente en medio del aire. Hasta que ocurre lo que llamo el éxtasis final, que cuando celebraba misa se quedó mudo, le sobrevino una visión extática. Su amigo Reginaldo le rogó que volviese a su rutina, a lo que Tomás reiteró con vigor: “No puedo escribir más. He visto cosas ante las cuales mis escritos son como paja”. Y así dejó inconclusa su gran obra, enfermando casi inmediatamente aquel hombre sano, pidiendo que le fuese leído de principio a fin todo el canto de Salomón, confesó sus pecados y rindió su alma al Creador. El confesor salió corriendo tembloroso, murmurando que su testimonio había sido la de un niño de cinco años. Así era de puro y santo el genio prodigioso de Santo Tomás de Aquino.
Santo Tomás fue un gran teólogo y metafísico, pero también fue un santo y un místico (Copleston). Lo que por añadidura permite ilustrar la diferencia de espíritu, como lo ha mostrado Étienne Gilson en sus Gifford Lectures, que existe entre la filosofía del Aristóteles histórico y el de Tomás de Aquino. Mientras que el peripatético se preguntaba qué son las cosas y cómo llegan a ser, el aquinate se interrogaba por qué hay ser en vez de nada. Wittgenstein en su Tractatus lógico-philosophicus (6.44) escribe: “Lo místico no es cómo es el mundo, sino por qué es el mundo”. Dicho en otros términos, en la estructura misma de la pregunta tomista, que lleva hacia el Autor de todas las cosas, se delinea el derrotero místico de su pensamiento. Es así como se puede entender que escriba en el prólogo a la cuestión segunda de la primera parte de la Suma teológica que: “La intención principal de esta doctrina sagrada es dar a conocer a Dios, no sólo según lo que es El en sí, sino también en cuanto principio y fin de todas las cosas y especialmente de la criatura racional”.
Es así como se puede deducir la vida mística atestiguada por las actas del proceso de santificación del 18 de julio de 1323, que contienen hermosos testimonios sobre el carácter y la vida del santo. El alto, grueso, cerrado, silencioso y pacífico sabio sedentario pasó toda su vida dedicado a la actividad intelectual, que produjo un catálogo formidable de obras y opúsculos, pero sus propios estudios y meditaciones son parte de su vida mística porque, como atestiguan las actas del proceso de santificación, los apóstoles Pedro y Pablo vienen a iluminarlo para su comentario a Isaías, voces sobrenaturales lo incitan y alaban por su obra especulativa y su oración tiende a obtener de Dios la solución de los problemas que agitan su mente.
De modo que la vida real de santo Tomás fue la de un verdadero santo. Era tan humilde que mantenía en reserva su mundo místico. Esto hace decir al escritor londinense G. K. Chesterton que el monje vivía una “vida doble”: la del conocido filósofo y secreto fraile milagroso y arrobado. Sin embargo, su vida contemplativa era la de la actividad del intelecto y por eso también se diferencia de la vida de otros grandes místicos cristianos.
EXTASIS Y VIA INTELECTIVA
Lo que más llama la atención en el rapto místico de Tomás es que no le debió haber sucedido, al menos por las razones que enumeran Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Si seguimos a lo que dice santa Teresa, que a medida que progresa el alma, se van quitando sus manifestaciones (cfr. Moradas, V1I, 3, 12), y lo que añade san Juan de la Cruz, según la cual, la flaqueza física y la insuficiente purgación espiritual los provocan (S. Juan de la Cruz: Noche, 11, 1, 2; Cántico, 13), entonces, a un hombre de tan robusta fe y de tan esclarecido conocimiento resulta más intrigante que le sobrevenga un éxtasis místico. De ahí la necesidad de comprender la naturaleza del éxtasis en el aquinate.
La vida de los grandes místicos cristianos es un itinerario nupcial de arriesgadas ascensiones que está poblado de episodios de amor (Royo Marín). Y el éxtasis es uno de los fenómenos más frecuentes. Así, Santa Teresa, a quien San Juan de la Cruz (cfr. Cántico Espiritual, 13,7) reconoce maestría “de raptos y éxtasis y otros arrobamientos y sutiles vuelos de espíritu que a los espirituales suelen acaecer”, usa un variadísimo surtido de sinónimos al describir su personal aventura mística.
Pero el caso es que Tomás de Aquino no era precisamente un místico por vía apetitiva, sino por vía intelectiva, es decir un filósofo, al cual al final de su vida y obra le acaece un extraordinario episodio extático, al que llamo el Extasis final. Nuestro propósito es entender el tipo de extasis místico que le sobreviene al Doctor Angélico. Un retrato del pintor florentino Ghirlandajo (1449-1494) le destaca por la viveza y vigilancia de sus ojos que lo muestran alerta en la abstracción y poderosa imaginación. Lo cual hace pensar que aun siendo muy reservado acerca de su intensa vida espiritual, por ejemplo nunca quiso discutir si había visto a San Pablo en visión, quiso el misterio de la Gracia que su misticismo lo viviera sobre todo en el horno de su energía intelectual.
No estoy afirmando que en la vida mística del aquinate estaba ausente la vía sensitiva sino que a ésta se le añadía la vía intelectiva. Pues, así como hay grados de perfección en la materia (ser, vivir, sentir y pensar), del mismo modo hay grados de perfección en la vida mística. En qué tipo de perfección aconteció el éxtasis final de Santo Tomás. Veamos.
AMOR COMO EXTASIS
El éxtasis es efecto del amor, una de las pasiones humanas. Precisamente, uno de los efectos del amor es el éxtasis. Del éxtasis natural se salta al éxtasis sobrenatural o místico. Todo este dinamismo de la pasión humana lo constatamos en el análisis de la pasión amor, que es cabeza de serie del grupo de las concupiscibles. Si toda pasión implica una acción del agente sobre el paciente, el objeto propio del amor es el bien, es su principio extrínseco activador; ese bien aprehendido complace por semejanza o connaturalidad. La naturaleza y las causas del amor nos abren una ventana para ver los efectos que produce. De menor a mayor intensidad podemos distinguir cinco escalones:
1. unión,
2. mutua inhesión,
3. éxtasis,
4. rapto,
5. herida.
Aun entrevemos, como un guardián, el celo, temeroso de que le arrebaten el bien amado. Los grados indican la escala de intensidad del amor y sus efectos. También los refleja el vocabulario, particularmente rico:
• éxtasis,
• alienación o enajenamiento,
• rapto, arrobamiento,
• arrebatamiento,
• suspensión de los sentidos,
• licuefacción, incendio,
• llaga o herida.
Al mismo tiempo, la definición de Santo Tomás de Aquino es filosófica a nivel humano natural: extra-se, salir fuera de sí. Se pone uno «fuera de sí» cuando:
- por vía intelectiva, «se eleva a un conocimiento superior... que excede el sentido y la razón»;
- por vía apetitiva, «se dice que uno padece éxtasis cuando su apetito se dirige a otro, saliendo en cierto modo fuera de sí mismo».
Dionisio Areopagita dice que “el amor divino produce éxtasis” y que “Dios mismo, a causa del amor, padeció éxtasis” (PG 3,712-713). Otro principio dionisiaco que Santo Tomás se apropió, a saber, todo amor es una participación del amor divino, comprendemos por qué el éxtasis es tan frecuente en los místicos.
En sí, el éxtasis místico es “un vuelo de amor”, como lo define Santa Teresa. Y hay que distinguirlo del éxtasis profético (cfr. Sum. Th. 2-2 g175 al, donde se da una definición óptima que abarca diversas especies sobrenaturales). Por supuesto, de las formas simplemente naturales, sean normales, morbosas o artificiales. Tenemos entonces entre formas de éxtasis las siguientes:
A. Éxtasis natural:
- Éxtasis normal
- Éxtasis morboso
- Éxtasis artificial
B. Éxtasis sobrenatural:
- Éxtasis profético
- Éxtasis místico
EL ÉXTASIS ORIENTAL
Pero en momentos en que el orientalismo religioso ha penetrado tanto en la conciencia occidental, como un mecanismo para compensar su agobiante secularización y materialismo creciente (Guénon), es necesario preguntarnos por el seductor éxtasis oriental y establecer los puntos de encuentro y desencuentro con el misticismo cristiano. Lo cual, por lo demás, ayudará a comprender mejor el éxtasis final de Tomás de Aquino.
La mística oriental del budismo y del yoga también comporta un tipo de éxtasis llamado samadhi, entendido como estado de éxtasis espiritual conseguido mediante la meditación, es el estado más elevado conseguido por el budista y el yogui. El samadhi es la cúspide en el camino de las Ocho Etapas, predicado por Buda como vía para suprimir el dukkha o sufrimiento de la existencia, lo cual conduce al nirvana o emancipación del mundo limitado en la naturaleza de la mente del amor perfecto, según la definición de Lin Yutang. La óctuple vía responde a la necesidad de purificar la vida, liberándola del peso de su karma, a fin de rescatarla de la rueda de la reencarnación, y se compone de: (1) rectitud de miras y fe en las Cuatro Nobles Verdades; (2) voluntad de practicar el budismo; (3) corrección de la palabra, procurando que ésta sea verdadera y amistosa; (4) prudencia en la acción, evitando de forma expresa el homicidio y la fornicación; (5) ejemplaridad en el estilo de vida, manteniéndose lejos de ocupaciones inmorales o indeseables; (6) predisposición a los pensamientos positivos; (7) autoconciencia y (8) contemplación verdadera o meditación. Los pasos anteriores pueden condensarse en tres: moralidad, meditación o samadhi y sabiduría.
La práctica del yoga, una de las seis escuelas ortodoxas de la filosofía india fundada por Patanjali, también forma una gradería que buscar cesar las funciones corporales y del yo empírico para alcanzar el desasimiento del yo espiritual, llevando al conocimiento perfecto o samadhi, de unión con lo universal. Uno: autocontrol (yama). Dos: observancia religiosa (niyama). Tres: las posturas (āsana). Cuatro: regular la respiración (prānāyāma). Cinco: reprimir los sentidos (prātyāhāra). Seis: la estabilización de la mente (dhārāna). Siete: meditación (dhyāna). Ocho: la contemplación profunda o samadhi; entraña la absorción perfecta del pensamiento en el objeto de conocimiento, su unión e identificación con ese objeto. La consecución del samadhi libera al yo de las ilusiones de los sentidos y las contradicciones de la razón. Desemboca en una iluminación interna, el éxtasis del genuino conocimiento de la realidad. El último escalón raramente se puede alcanzar en una única vida, se necesitan varios nacimientos para lograr la liberación, primero del mundo de los fenómenos, después de los pensamientos de sí mismo, y por último de la confusión del espíritu con la materia. La separación del espíritu de la materia es Kāivalya, o la verdadera liberación. Los tratadistas distinguen varias vías para alcanzar el yoga, aunque depende que se siga el camino del conocimiento (Sattva), de la emoción (Rajas) o de la acción (Tamas).
El éxtasis místico oriental budista y yogui tiene en común con el éxtasis cristiano que trata de la Realidad Absoluta y divina de las cosas, vidas y mentes, que se da en el conocimiento espiritual directo a los Profetas, santos, sabios e iluminados, llamado “Filosofía Perenne” por Aldous Huxley. Sin embargo, las diferencias son más notables que las similitudes. Pues, en la mística oriental el éxtasis se vuelve en una gnosis buscada y deseada que se deja absorber por un panteísmo del Ser Impersonal negador del mundo; en cambio en la mística cristiana el éxtasis sobreviene sin buscarlo en la oración, provocado por la voluntad de un Ser personal y providente afirmador del mundo (Schweitzer). En este sentido, la mística oriental es una manifestación de espiritualidad incompleta porque le falta el sentido del Dios personal que sólo se encuentra en la verdadera Revelación. Si bien nos dice el Salmo que “los designios de Dios son inescrutables”, no obstante es posible afirmar que el misticismo oriental es parte de la economía pedagógica en el plan salvífico de Dios.
El éxtasis místico oriental es un auténtico éxtasis místico de índole sobrenatural, pero alcanzado por la meditación y absorción completa en el ser impersonal del mundo (Purusa, Brahma). Es una vía ascendente de la interioridad espiritual para ser reabsorbida en el todo. Quizá una excepción notable en esta tendencia haya sido Krishnamurti (Russo), el cual habiendo sido en un primer momento declarado por la señora Besant (1847-1933) en la Sociedad Teosófica como el nuevo Maitreya o Maestro del Mundo, luego se apartó e hizo del “conócete a ti mismo” socrático el núcleo de su doctrina o de la búsqueda de dios dentro de nosotros mismos. “¿Para qué templos si ahí están los hombres?” resume la posición de Krishnamurti. Otro es el punto de vista del vedantismo de Ramanuja, Ramakrishna y Vivekananda, su discípulo. Quizá el más notable sea Ramakrishna (1834-1886) santo y vidente hindú que desde niño experimentó estados de éxtasis, practicó luego el ritual místico del budismo tántrico, la meditación yoga y la devoción bhakti (devoción personal a deidad particular). Su conclusión final es que Dios sin atributos es un concepto más sublime que Brahma Creador y que todas las religiones son caminos diferentes para llegar a Dios.
En una palabra, el éxtasis místico budista y yoga se describe como una liberación por evolución, mientras que el éxtasis místico cristiano es una gracia concedida por un Dios personal y providente. En ambos hay unión íntima con Dios, absorción en Él, pasividad completa del alma en presencia de lo divino, meditación concentrada, absorción en las cosas del espíritu y receptividad tranquila. Todo ello está presente en las experiencias de los neoplatónicos, los santos del hinduismo, los sufíes del Islam, y en todas las comunidades cristianas. Todos han sentido un gran fuego y un gran gozo, que les deja la impresión de estar unidos a todo lo existente y al Uno que es todo en uno.
El misticismo cristiano generalmente se le remonta hasta Dionisio Areopagita (siglo V), siguen Escoto Erígena, San Bernardo de Clavaral, los victorinos, San Buenaventura, Joaquín de Floris, Tomás de Kempis, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Francisco de Sales, Mme. Guyon, Molinos, Eckhart, Suso, Tauler, Ruysbroeck, las sectas místicas de los fraticelli, begardos, beguinas y los anabaptistas, en el protestantismo los cuáqueros, y entre los místicos filósofos a Paracelso, Bruno, Campanella y Boehme. Tras los estudios de William James, psicólogos e historiadores han demostrado que el misticismo no ha desparecido ni amainado sino que persiste como un invencible deseo del hombre de unirse con Dios (Royston).
lunes, 29 de noviembre de 2010
Santo Tomás de Aquino: Misticismo y éxtasis
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 8:37
Etiquetas: Gustavo Flores Quelopana, Santo Tomás de Aquino
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