Encuentro con el otro:
La seguridad
(Primera parte de una saga hermenéutica política)
pronto en pdf
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
El presente texto es una reflexión acerca de un problema cuyo campo de origen debe establecerse en la filosofía jurídica, y más aún, en el campo de la interpretación del Derecho Natural y el Derecho de Gentes. Se remonta a la polémica sobre la ocupación española de América en el siglo XVI, y más peculiarmente a las disputas entre el Padre Bartolomé de las Casas y el humanista Juan Ginés de Sepúlveda. La generalidad del asunto consiste en saber si la ocupación de los imperios americanos por la civilización española calificaba o no como una guerra justa. En este sentido, vamos a hacer referencia a un texto de Sepúlveda que rescatara alguna vez Marcelino Menéndez y Pelayo del olvido, el Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios. Es conveniente advertir que no pretende ser esta reflexión, sin embargo, una exégesis histórica. Por ello nos excusamos de dar mayor cuenta de las fuentes, el desarrollo efectivo del debate con sus interlocutores y los documentos relativos e historiográficos. Haremos en cambio, tomando el texto de Sepúlveda como referencia, un ensayo de ontología hermenéutica. Una ontología del encuentro que tuvieron los españoles con los indígenas americanos del siglo XVI: un encuentro violento. Consideramos que es posible que al final de la lectura de este texto hayamos proporcionado elementos para la comprensión de los fenómenos que han dado lugar al comentario, pero nos gustaría también dar indicios de la actualidad que concede interés al dominio de problemas que aquí se han de insinuar: los encuentros violentos en general.
Podríamos escribir sobre multiculturalidad. Sobre encuentro intercultural. Sobre el reconocimiento cultural, pero en lugar de eso vamos a pensar desde la situación marginal. Partimos aquí de una premisa que es en realidad básica para toda hermenéutica posible de la violencia: el caso regular y normal de encuentro entre culturas no es el deseable, sino el indeseable. Estamos hablando en términos de la teoría. Es una premisa universal del anhelo humano que preferimos la paz a la guerra, el intercambio de productos, la cultura y el diálogo en lugar del conflicto. La armonía es deseable y la guerra indeseable. Eso quiere decir: la preferimos de facto de una manera fundamental, fuera de toda discusión. Es antológicamente nuestro punto de partida.
Siempre preferimos el encuentro no violento, de tal manera que nos parece lo más razonable creer que el pensamiento del encuentro desde ser desde el intercambio pacífico y la comunicación. Sea. Es lo deseable universal. Está implícito este deseo fundamental de manera palmaria cuando no tenemos paz. Rezamos en los templos por ella cuando ocurre y cantamos solemnes el Te Deum cuando ha terminado. Nos impele el ámbito de lo no cuestionable, por tanto. Martin Heidegger describe esta deseabilidad del estado pacífico en su ensayo sobre El origen de la obra de arte como una experiencia. En el orden donde se da lo comúnmente deseable sentimos “seguridad”. En algún sentido la seguridad resulta un existenciario, esto es, una condición que determina nuestro comportamiento humano. Esto se prueba porque la seguridad es universalmente deseable. Pero en la seguridad las preguntas se simplifican: esto se debe a que son innecesarias. Lo más deseado, pues, es no preguntarse. Es lo “normal” pero, por lo mismo, es lo que menos nos dice. Volvamos ahora al tema de este texto: el encuentro violento. Cuando estamos deseosos de explicar un encuentro violento entre culturas algo falla en las nociones antes mentadas de “multiculturalidad”, “encuentro intercultural” o “reconocimiento”. Lo que falla es que estas nociones apelan a la premisa más básica de que deseamos lo pacífico y, puesto que es cierto que lo deseamos, nos resulta imposible asomarnos a las experiencias de encuentro auténticas, que son las que nos generan problemas.
Una experiencia “auténtica” de encuentro sólo es real cuando sentimos que nuestra seguridad está comprometida. Por ejemplo: un buen día unos aviones llenos de pasajeros se estrellan contra el centro de operaciones políticas de la capital del país, nuestra estación central de trenes o las Torres Gemelas de nuestro centro de comercio. Si es un accidente, aceptamos que nuestra seguridad ha sido afectada. Sentimos terror. Heidegger subraya mucho el peso revelador del miedo en Sein und Zeit, como una forma peculiar de experiencia. Se trata del sentimiento que corresponde a la experiencia de la ausencia de seguridad. En El origen de la obra de arte se insinúa que podemos experimentar ese miedo también al comprender algo en lo que antes no habíamos reparado, o al atender a una obra de arte grandiosa. Pero en realidad las obras de arte no nos quitan la seguridad plenamente. Es algo fácil de comprender. Las obras de arte en realidad sólo suspenden la seguridad, por así decirlo: retiro la mirada del cuadro y vuelvo al mundo tranquilo de antes. No veo más al gigante de Goya del museo y me olvido de que lo he visto. Veo otra cosa. Como chifles. Pero ante una situación como una estación de trenes hecha estallar, o ver derribados unos edificios comerciales que tenemos por valiosos, no tenemos la oportunidad, la chance de regresarnos a la casa y olvidarnos; los chifles se hacen imperceptibles. Por ahora lo que hemos experimentado es un arranque de mala suerte. El Presidente de Polonia se estrella con 96 personas en Rusia. Sufrimos un miedo, pero ahora ¡a dónde vamos! Nos falta el refugio de la seguridad, que es electivo en otros casos: ya no puedo volver a mi vida, por así decirlo. “Hemos aprendido algo”, diremos después. Hay encuentros que nos permiten conservar la tranquilidad. ¡Ya pasó! –decimos. Sólo era una película.
Nos va quedando más claro cuál sería una experiencia “auténtica” frente un otro. Las torres se desploman y el miedo lo invade todo. Pero entonces buscamos cuál es el medio de asegurarnos. Algunos piensan en pagar seguros para accidentes, para así sentir más seguridad. Otros reforzarán sus edificios, para hacerlos a prueba de colapsos. Pero lo normal será intentar olvidarse del problema, esto es, volver a la deseable experiencia de lo normal lo antes posible. Recuento de los muertos, un acta, una ceremonia. Imaginemos ahora que luego de esto sabemos que los causantes del desastre son seres humanos: entonces exigimos su castigo. Sabemos que no son delincuentes, los identificamos como otros. No podemos castigar un accidente, pero sí a unas personas. Les exigimos una reparación, pero no nos basta. Esto se debe a que no son sólo delincuentes. En la delincuencia el temor se disipa con el castigo más inmediato. Un temor breve se apacienta con la cárcel o la muerte. Pero sabemos que son otros. Que hay más de ellos en alguna parte. Entonces todo castigo nos parece insuficiente para aliviarnos del temor. Consentimos en bombardear sus ciudades, aun a costa de que los daños causados –si los pensamos racionalmente- sean desproporcionados; eso se debe a que la proporción no es importante aquí: lo relevante, lo que cuenta, es volver a la seguridad. Lo más seguro será ocupar la otra nación. Lo que queremos en realidad es asegurarnos de que ellos no lo harán dos veces. El lector observa que el medio de la seguridad coincide con una cierta violencia. Que la violencia es constitutiva de esta experiencia. En realidad, la violencia misma se hace definidora del otro.
El otro se define por un cierto tipo de comportamiento nuestro: queremos seguridad, luego, la obramos en el otro, hasta que su ser sea nuestra seguridad. Mientras nuestra experiencia de la falta de seguridad permanezca, veremos al otro como una inseguridad que debe ser trabajada por nosotros, que sin nosotros se hace segura contra nosotros. En esto nos sentimos constreñidos a diseñarlos a ellos, del mismo modo en que en la situación precedente el hombre que amplió su póliza de seguros después del accidente cuyo terror ha experimentado, o cuya edificación comercial le parecía debía estar mejor apertrechada para casos de colapso eventual de aviones.
PD: Redacté esta parte corta para hacer una saga. Así será más fácil para mis lectores. Por ahora ignoro cuántas partes tendrá. Aconsejo hacer play en el video para leer.
Con permiso de Anamnesis
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lunes, 17 de mayo de 2010
Encuentro con el otro: La seguridad
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 12:36 20 comentarios
Etiquetas: Bartolomé de las Casas, El origen de la obra de arte, hermenéutica política, Juan Ginés de Sepúlveda, la seguridad, Sein und Zeit, Víctor Samuel Rivera
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