lunes, 23 de agosto de 2010

Posmodernidad hermenéutica y filosofía de la historia



Postmodernidad hermenéutica en cuanto filosofía de la historia

Daniel Mariano Leiro
Universidad de Buenos Aires




Si se entiende tal como se ha venido haciendo a lo largo de estas páginas, a la “posmodernidad hermenéutica” como uno de los posibles sinónimos de la “hermenéutica nihilista” – pues, cabe decir, que otras lecturas no serían fáciles de conciliar-, debemos aceptar que ella apenas pueda ofrecer un discurso de la reconstrucción del sentido de la apertura del ser en la cual estamos arrojados. Y lo hace mediante una racionalidad que justifica su validez narrando e interpretando -tras las huellas de Nietzsche y Heidegger- la paulatina disolución de la violencia del ser metafísico y sus consecuencias en la cultura contemporánea.
En efecto, una hermenéutica nihilista como la de Vattimo que pretende asumir hasta el final la destrucción heideggeriana, no puede legitimar su discurso, proponiendo una descripción del ser más verdadera, como si la imagen de la realidad que hemos heredado de la metafísica, debería ser rechazada como un simple “error”, por el hecho de que no se adecúa al modo como efectivamente se dan las cosas. Así la “posmodernidad hermenéutica” volvería a quedar encerrada en los límites de la violenta lógica del fundamento que se impone con la fuerza de una incontestable autoridad más allá de la cual no se puede ir. Es por eso que a una “hermenéutica nihilista” no le queda otra alternativa más que legitimar su discurso, tratando de esclarecer el legado de la historia de la cual provenimos, nosotros, los ciudadanos de la tierra del ocaso. Una historia de Occidente que, según el filósofo de Turín, se hace solamente visible con la noción heideggeriana de acontecimiento del Ser, iluminada por la idea de nihilismo de Nietzsche que nos enseña cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en fábula. Desde allí se extiende un hilo conductor que permite elucidar el nihilismo hacia el que implícitamente apunta el relato heideggeriano de la historia del Ser. Y no lo hace sino privilegiando una lectura que pretende extraer todas las consecuencias del descubrimiento de Heidegger, según el cual en la culminación de la modernidad, del Ser metafísico entendido como objetividad y estructura estable, ya no queda nada. Una narración que puede ser leída también como un continuo debilitamiento, un largo adiós, nunca definitivo, de todo rígido principio de autoridad (empezando por la misma idea de objetividad) que se disuelve en el proceso de secularización de Occidente, en la cual la Kénosis del cristianismo, se realiza progresivamente. Así entendida la posmodernidad hermenéutica se comprende como una respuesta a una llamada que no proviene de lo absoluto, sino de aquello del pasado y de la comunidad viviente que nos habla. Es una llamada de la historia, entendida como un progresivo debilitamiento de la violencia que no está ausente en el discurso de la posmodernidad hermenéutica. Al menos en la acepción que nosotros hemos querido darle aquí, la historia sigue jugando un papel fundamental, no sólo en legitimación teórica de la posmodernidad, sino – como se ha intentado mostrar también en la pregunta anterior- en cuanto a la misma orientación de sus elecciones éticas y políticas. Pero que Vattimo haya caracterizado a la hermenéutica nihilista como una “filosofía del final de la filosofía de la historia”13, no quiere decir que la identifique sin más con una filosofía del final de la historia, como en ocasiones sus críticos le han reprochado. Lo que en la posmodernidad se disuelve en consonancia con la disminución de las condiciones políticas y sociales sobre las que se sostenía, no es más que el modo de justificación que engendró a las grandes narraciones metafísicas de la historia, donde solamente la violencia ideológica del dominio se legitimaba, como lo ha denunciado J-F Lyotard, aunque, en su caso, tal vez, situado en otro gran relato: el del final de la historia.



Lo que en la posmodernidad toca a su fin es el invento de un decurso histórico unitario, ordenado hacia un único centro que constituye también su fin teleológico: aquel que conduce a la realización de la auténtica humanidad, avanzando ineluctablemente según un plan racional de mejora, de educación y emancipación. Pero ya en sus Tesis sobre la filosofía de la historia, Walter Benjamin había denunciado que en esa idea se escondía la representación del pasado construida desde la visión interesada de los grupos y clases dominantes.

Es ilusorio entonces pensar que la historia universal tenga un sentido unitario, más bien, lo que hay son imágenes del pasado, propuestas desde diversos puntos de vista. Y la posmodernidad interpretando y relacionando diversos fenómenos políticos y sociales de su tiempo, es la lúcida toma de conciencia que pone en palabras la imposibilidad de seguir manteniendo un punto de vista supremo, comprensivo, capaz de unificar sin violencia a todos los demás. Pero esa conciencia que en la posmodernidad se alcanza, no es solamente un acontecimiento teórico, ni el resultado de una evolución moral de Occidente, después de un doloroso aprendizaje, donde se descubre la justicia -y no sólo la necesidad para sobrevivir en el mundo actual-, de respetar la liberación de las diferencias y las racionalidades locales. En lugar de ello, lo que ha sucedido es que el reconocimiento de los otros modos de vida, le ha sido arrancado a Occidente con la lucha de grupos acallados bajo una sola idea de humanidad digna de ser realizada. Grupos que se han vuelto visibles, desafiando la pretendida universalidad del ideal del hombre europeo, porque dejan en evidencia que aquel ideal no era sino una posibilidad más, que no puede reclamar sin violencia, el derecho a ser reconocido como la única esencia verdadera de todo hombre.
En tal sentido, no sería incorrecto afirmar que la posmodernidad llega cuando el proceso de descolonización y el fin del eurocentrismo, ha dejado al desnudo el carácter esencialmente retórico de la narración que pretendía dotar de un sentido unitario y progresivo al desarrollo histórico, estrechamente ligado a la realización del ideal del hombre europeo. Pero la crisis del ideal europeo de humanidad (y de los conceptos de dominación fuertemente vinculados a ella, como los de progreso y de “superación crítica” que, según Vattimo, pertenecen todavía al modelo de fundamentación de la metafísica y al historicismo clásico), no nos impide seguir hablando con sentido de alguna forma de historicidad. Más bien lo que la crisis de las tradicionales filosofías de la historia promueve, es la liberación de una idea de “historia” diferente, o mejor aún, la visibilidad de múltiples historias, sabiendo, en todo caso, que no es posible que la historicidad se consuma hasta el fin, sin que con ella perezca al mismo tiempo el sentido de lo humano.

No es difícil entonces comprobar que la posmodernidad hermenéutica nada tiene que ver con las posiciones triunfalistas de los discursos neo-conservadores que ya casi nadie recuerda, como el optimista anuncio de Francis Fukuyama de un feliz desenlace de los conflictos que llegaría con el cumplimiento la democracia liberal. En esa institucionalidad tanto política como económica, el pensador norteamericano creía encontrar la culminación del progreso civilizatorio de Occidente. Por tal razón en ese punto de la evolución ya no cabría esperar cambios sustantivos en la historia, pues se habrían colmado hegelianamente las expectativas del reconocimiento de la dignidad que los hombres buscaron durante toda la historia.
Menos aún la hermenéutica nihilista tiene algo que hacer con las versiones resignadas de la posmodernidad que en respuesta a la crisis tan sólo se plantearon éticas “indoloras” en tiempos de injusticia y sufrimiento.

La hermenéutica nihilista de Gianni Vattimo es un intento de radicalización de las tesis ontológicas heideggerianas, que para mantenerse fiel a las originales intenciones del filósofo alemán, identifica la noción del evento del Ser con la misma temporalidad. Efectivamente para la hermenéutica nihilista el Ser no es nada trascendente. “Es – escribe Vattimo en Ecce Comu- la historia misma de la humanidad en lo que tiene de “consecución”, en lo que se ha consolidado como tradición, memoria, institución, formas artísticas. Son los otros en el sentido amplio del término. No sólo los que vencieron y dejaron profundas huellas; sino también –sobre todo, tras el advenimiento del cristianismo- los que esperaron y perdieron, y que, precisamente, porque no obtuvieron ningún “logro”, merecen sobrevivir como pasado todavía abierto y cumplido”.



Reconocer este estrecho vínculo con la temporalidad exige a asumir hasta sus últimas consecuencias, la imagen heideggeriana de la muerte como cofre del Ser con la que el filósofo de Turín procura ilustrarlo. Pero sabiendo que se asumen esas consecuencias desde la saludable perspectiva ultrametafísica del Übermensch nietzscheano. Aquel individuo moderado del que nos habla el fragmento póstumo sobre el Nihilismo, y que en el Zaratustra veíamos salir liberado en el acto de morder la cabeza de la serpiente, porque había aprendido amar, sin nostalgias reactivas, la finitud de la vida, el absurdo, el azar en la existencia. Y precisamente porque ese individuo de “buen temperamento” es capaz de encontrarle un sentido positivo a la muerte, a la caducidad, puede querer que llegue lo inesperado en las nuevas apariciones del Ser. En efecto, si es posible que algo nuevo pueda suceder, es sólo por el hecho de que somos mortales, subraya, con insistencia, nuestro filósofo. No se puede querer lo primero sin aceptar al mismo tiempo, su ineluctable necesidad. Se entiende entonces que el “verdadero trascendental” del cual depende la experiencia del mundo y por tanto, también la posibilidad de la historia, no sea otro sino la caducidad.
Así la filosofía del fin de la filosofía de la historia en los términos en que Vattimo entiende a la “posmodernidad hermenéutica”, es una filosofía de la libertad que traspasa los horizontes cerrados, dibujando una idea de la historicidad como “relámpagos”, “iluminaciones”, cambios inesperados que nos arrebatan cualquier pretensión de continuidad y de absolutos, pero, a cambio, nos regalan, como lo sugieren los versos de Hölderin15, inolvidables momentos de una inmensa intensidad. Una filosofía de la libertad así entendida no puede ni debe enseñarnos a dónde nos dirigimos, sino más bien a vivir la condición de quien no se dirige a ninguna parte.
Pero justamente también porque no es concebido como un devenir teleológico orientado según la estructura edípica del tiempo, hacia ninguna plenitud, sino como un conjunto de discontinuidades, de constelaciones que se detienen, dejando que las distintas épocas de la historia, acontezcan (y no hay que olvidar que la palabra “época”, con su raíz griega en epoché, tenía ya para Heidegger el claro significado de suspensión, y también de una fractura instantánea en el orden del tiempo), es que se puede esperar que sobrevenga un momento de redención (también de los pasados posibles). Se trata, por cierto, de una “lógica” de redención, que bien podría entenderse como de revolución social. Y una lógica semejante debería conducirnos a cambiar nuestra situación de olvido histórico del Ser. Porque muchos sueños, ilusiones y esperanzas quedaron olvidadas entre esas ruinas del pasado que laceraban – al decir de Benjamin- la conciencia del Ángelus Novus mientras las contemplaba con sus ojos desencajados; porque, en definitiva, queda todavía demasiada desesperanza, podemos esperar que la categoría de posibilidad, de lo posible, cobre una dimensión redentora en una historicidad que se mantiene siempre abierta.

Por otra parte, el advenir a la presencia de las distintas épocas de la historia se asienta en el movimiento de desfundamentación del destinar del ser que impide que las aperturas históricas de sentido puedan trascender la radical historicidad de su impronta destinal. Considerar esa idea nos lleva a advertir que no puede haber otro ser más allá de aquel que se da en la historia de la metafísica. Y ese reconocimiento no deja de producir efectos de redención liberadora del espíritu de venganza, en la medida en que permite comprender que las formas simbólicas del pasado no pierden por completo todo su valor. Por el contrario, conservan la dignidad de haber sido momentos históricos del único ser existente, porque son esas formas simbólicas del pasado con las que las sucesivas generaciones le confieren un sentido a la experiencia del mundo, los marcos de significación de las épocas sin los cuales el ser jamás podría acontecer. Hacer este descubrimiento significa ante todo tomar conciencia en el final de la modernidad de la “necesidad del error”, que ha hecho posible a la metafísica como una sucesión de aperturas de la historia como destino en las que las cosas advienen a ser. Y tal desenmascaramiento exige también volver a recorrer la historia de la metafísica con una devoción-respeto más piadosa hacia los monumentos del pasado, porque una vez que se descubre que el mundo verdadero acabó deviniendo en fábula, se comprende también la necesidad de seguir soñando, sabiendo que todo es sueño, según reza en de los aforismos famosos de la Gaya Ciencia.

3 comentarios:

Scotty dijo...

Un blog muy nteresante y variado en sus temas y propuestas.

Saludfos desde España. Nos leemos...

Scotty dijo...

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Víctor Samuel Rivera dijo...

Estimnado Scotty;

Muy agradecido de parte de todos, mienbros, asesores internacionales y seguidores.

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