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lunes, 10 de octubre de 2011

La historicidad como principio de la compresión del Dasein, parte II

La historicidad como principio de la compresión del Dasein, parte II


Ricardo Milla
Pontifica Universidad Católica del Perú


Temporeidad e historicidad en el Dasein

La temporeidad del Dasein es ante todo el recorrido entre el nacimiento y la muerte. El nacimiento le es una realidad que es-siendo-sida y la muerte se le da como su realidad última. Nacimiento y muerte son “términos” del Dasein. El ser-para-la-muerte descubre que la realidad más prístina del hombre es su propia muerte y que de ahí comprende la totalidad de su vida, por lo que su pasado cobra una tonalidad ontológica
superior. Ser para la muerte es estar volcado a la potencia del tiempo y hace ver la temporeidad propia del Dasein. Aquí también recordamos la situación de cuidado que tiene el Dasein con su existencia, puesto que ese “entre” del nacimiento y de la muerte es un “entre” que está signado por el cuidado. “En cuanto cuidado, el Dasein es el “entre”.”

Además nos dice Heidegger:


El análisis de la historicidad del Dasein intenta mostrar que este ente no es “tempóreo”porque “esté dentro de la historia“, sino que, por el contrario, sólo existe y puede existir históricamente porque es tempóreo en el fondo de su ser.

“La finitud, cuando es asumida, sustrae a la existencia de la infinita multiplicidad de posibilidades de bienestar, facilidad, huida de responsabilidades, que inmediatamente se ofrecen, y lleva al Dasein a la simplicidad de su destino [Schicksal].”

El destino retumba en el Dasein porque él mismo es destino. En su finitud está signada la huella del destino, lo que le viene dado desde el pasado que le es-siendo-sido. El ser-en-el-mundo del Dasein le permite estar abierto a todas las circunstancias que acontezcan en su vida.

Heidegger es claro al indicar que:

Cuando el Dasein, adelantándose [hasta la muerte], permite que la muerte se torne poderosa en él, entonces, libre ya para ella, se comprende a sí mismo en la propia superioridad de poder [Übermacht] de su libertad finita (libertad que sólo “es” en el haber hecho la propia opción), para asumir en esa libertad finita la impotencia [Ohnmacht] de su estar abandonado a sí mismo y poder ver con claridad las contingencias de la situación abierta. Pero, si el Dasein destinal existe esencialmente, en cuanto estar‐en‐el‐mundo, coestando con otros, su acontecer es un co‐acontecer, y queda determinado como destino común [Geschick]. […] El destinal destino común [dasschicksalhafteGeschick] del Dasein en y con su “generación” es lo que constituye el acontecer pleno y propio del Dasein.

Por otro lado, el tema de la repetición y de la tradición son importantes para el estar-en-el-mundo del Dasein y dan muestra de su temporeidad e historicidad.

Ahora bien, si el destino constituye la historicidad originaria del Dasein, el peso esencial de la historia no recae ni en el pasado ni en el presente en su “conexión” con el pasado, sino en el acontecer propio de la existencia, que brota del futuro del Dasein. La historia, en cuanto forma de ser del Dasein, hunde sus raíces tan esencialmente en el futuro, que la muerte, como esa posibilidad del Dasein antes descrita, rechaza a la existencia precursante hacia su fáctica condición de arrojada, otorgando así al haber‐sido su peculiar primacía dentro de lo histórico. El modo propio de estar vuelto hacia la muerte, es decir, la finitud de la temporeidad, es el fundamento oculto de la historicidad del Dasein.

La historia tiene su peso en el haber-sido que parte de la importancia del futuro del Dasein cuando éste encara la muerte propia. La repetición es el acto por el cual el Dasein vive su historicidad, en que repliega sobre sí su temporeidad.

Al Dasein le es propio tener un mundo y estar en él. Comprender es proyectarse una posibilidad propia de ese estar en el mundo. El mundo es lo que fundamenta la existencia y posibilidad del Dasein. Por lo que: “El acontecer de la historia es el acontecer del estar‐en‐el‐mundo. La historicidad del Dasein es esencialmente historicidad del mundo, un mundo que, en razóndel carácter extático‐horizontal de la temporeidad, pertenece necesariamente a la temporización de esa temporeidad.” La historicidad del mundo es posible gracias a su participación del ente intramundano que es el Dasein. “La historicidad propia comprende la historia como el “retorno” de lo posibley sabe, por eso, que la posibilidad sólo retorna cuando la existencia estádestinal‐instantáneamente abierta para ella en la repetición resuelta."

viernes, 30 de septiembre de 2011

La historicidad como principio de la compresión del Dasein, parte I

La historicidad como principio de la compresión del Dasein
Parte I



Ricardo Milla
Pontificia Universidad Católica del Perú


El trabajo abordará la problemática de la comprensión entendida como un

acontecer propio del ser en tanto se da en un ser que tiene la capacidad de recibirlo e interpretarlo. Este ser será entendido desde la perspectiva heideggeriana del Dasein, teniendo a éste como la existencia del ser humano como ser-en-el-mundo. Ser en el mundo es estar arrojado a una condición ya dada de circunstancias que determinan óntica y ontológicamente a la existencia humana. Además se profundizará en cómo este acontecer de la comprensión sólo se entiende bien cuando el Dasein es puesto como un ser en el tiempo y que pertenece a una historia que lo sobrepasa y que podríamos entender como tradición e historia efectual, para lo cual nos valdremos de elementos propios de la hermenéutica filosófica de Hans-George Gadamer. Abordaremos, por lo tanto, la temporalidad como elemento fundante en la comprensión que tiene el Dasein del mundo.

Lo que se tratará de analizar es qué es la temporalidad y

de cómo es indispensable para pensar la comprensión. Si se tiene al Dasein como un ser arrojado en el mundo, esto significa estar en una condición ya dada, con una historia que lo precede y de que es parte, entonces se podría entender que el Dasein no tiene una conciencia independiente a los avatares del devenir del tiempo, lo que convierte a su conciencia en una conciencia histórica antes de una atemporal o eterna, como lo hubiese creído la metafísica tradicional. Así, el comprender se impregna de tiempo. No existiría algo así como ideas eternas que serían captadas por una conciencia inmaculada. La conciencia es más bien una conciencia teñida por la tradición que le precede ontológicamente al Dasein y de la que él es parte. Entendemos por tradición a las múltiples voces que conforman un determinado ethos de una comunidad. De esta manera, historia y tradición marcan profundamente el devenir del Dasein en su estar en el mundo.

Vamos a entender aquí por historia no la historia simplemente narrada como hechos pasados, sino que es una instancia en que se despliega la cultura del Dasein y es ella la que lo contiene antes que él la manipule. La historia es, pues, según la perspectiva hermenéutica, algo que envuelve al hombre.

La comprensión como modo de ser del Dasein

El Dasein es un ser arrojado en el mundo, como indica
Heidegger en su célebre obra Ser y tiempo. Esta condición es una condición ontológica, es decir, que atañe a lo más profundo de su ser. El Dasein, el existir humano, no está desligado del mundo, pues sólo el hombre es capaz de tener mundo. La complejidad de vida y existencia del Dasein es lo que le permite esta tenencia de mundo, a diferencia del animal que carece de mundo o de las cosas como tales que tampoco tienen mundo. El mundo es entendido, pues, como la instancia que se hace habitable el ser humano. En este mundo el Dasein experimenta una gama de sensaciones, lo que llamamos experiencias. Dentro de los frutos de estas experiencias hay una en particular que llama la atención: la comprensión. La comprensión es un existencial del Dasein, esto es, es una conditio sine qua non para su condición de Dasein. Un existencial atañe a lo que es ontológico a diferencia de un existensivo que tiene que ver con lo óntico . Así, comprensión es un modo de ser del Dasein en tanto su estar en el mundo.

Parte de este estar en el mundo del Dasein es su condición de cuidado . Sorge se dice en alemán, que se puede traducir también por cura. La cura, como cuando alguien tiene a cuidado obras de arte, es la capacidad del Dasein de conservar lo que le es dado en su condición de arrojado. A este cuidado se le suma el poder-ser. El Dasein, como ser para la muerte, es decir, un ser que tiene un “término”, encuentra en su estado de arrojado que tiene posibilidades, posibilidades in se y posibilidades con los demás entes. El cuidado y el poder-ser facultan al Dasein su carácter ontológico de la comprensión. Sin cuidado no hay comprensión ni tampoco poder-ser. La comprensión es una posibilidad abierta del Dasein y es la apertura que tiene éste para con su mundo. “Para Heidegger comprender es sinónimo de iluminación no referida a objetos concretos sino al mundo en su totalidad; comprender no se relaciona para él con apropiación alguna de contenidos particulares sino con las posibilidades de realización de la existencia, con las posibilidades que tiene el ser-ahí de comportarse en el mundo: por eso el comprender la aperturidad de todo lo que encontramos.”

El comprender del Dasein, además, esta signado por algo que Heidegger llamó el círculo hermenéutico. El círculo de la comprensión es uno del todo y las partes que no se anula a sí mismo sino que llega a su plenitud cuando ha llegado a la interpretación. Si bien no lo menciona Gadamer, los pasos del círculo es ir de la precomprensión a la comprensión para terminar en la interpretación. El punto de partida no es el mismo que el de llegada, con la variable que la experiencia de andar por el círculo ha cambiado el tono del final haciendo que algo nuevo acontezca. En palabras de Gadamer: “describe la comprensión como la interpretación del movimiento de la tradición” . Se participa de la tradición que nos determina de una manera tal que se mezcla con nuestra comprensión de lo real. “El círculo de la comprensión no es en este sentido un círculo “metodológico” sino que describe un momento estructural ontológico de la comprensión” . Este círculo hermenéutico es la forma en que se da la comprensión y es el modo propio en que el Dasein se encuentra con su mundo en su condición de yecto.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Slavoj Zizek dará conferencia en Lima



Especiales de La Coalición

Noticias

La República: El sociólogo, filósofo y psicoanalista mundialmente reconocido Slavoj Zizek (Eslovenia, 1949) visitará nuestra capital la segunda semana de marzo, para participar en las jornadas El pensamiento de Slavoj Zizek: estrategias y métodos.

La reunión se realizará el 14 y 15 en Lima y el tópico los constituirán las estrategias y métodos visibles y subyacentes al pensamiento de Slavoj Zizek, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

La disertación se dividirá en lecturas interdisciplinarias y filosóficas de especialistas en la obra del intelectual. Las exposiciones examinarán principalmente los aspectos metodológicos –con especial mención a la fuerza crítica y la naturaleza interdisciplinaria exhibida en su obra.

El doctor Zizek tendrá una breve intervención el día 13 que consistirá en responder al conjunto de textos expuestos (que deberán tener una versión en inglés y cuya lectura no deberá pasar los 20 minutos) que él elija. El día 14 ofrecerá una extensa clase magistral y un breve diálogo con los asistentes.

Política y sociedad en su vida

El intelectual esloveno estudió filosofía en la Universidad de Liubliana y psicoanálisis en la Universidad de París VIII Vincennes-Saint-Denis, donde se doctoró. Es reconocido por su uso de la corriente lacaniana del psicoanálisis, gracias a la cual ha estudiado la política internacional, así como los estudios de sociedades complejas.

Zizek también ha realizado análisis de la cultura popular y literatura, con ensayos sobre Alfred Hitchcock, Franz Kafka o William Shakespeare, o intelectuales políticos como Lenin, Stalin y Robespierre (con información de Andina).

sábado, 25 de diciembre de 2010

¿Cuán plural es el "pluralismo" postmoderno?


¿Cuán plural es el "pluralismo" postmoderno?

Miguel Ángel Quintana Paz


Sumilla

Desde su nacimiento, el pensamiento postmoderno ha venido inconcusamente abogando a favor de la pluralidad de modos de vida, de principios epistémicos, de normas morales y de formas de abordar el espacio de lo político. Ahora bien, algunos filósofos han reprochado a este presunto “pluralismo” de los postmodernos el reposar sobre un monismo no por escondido menos ferviente: el monismo que defendería una única forma de actuación (la tolerancia universal) como sola norma ubicua de comportamiento, y que excluiría por tanto (a pesar de su presentación como tolerante y abierta a las diferencias) a todos aquellos que no comulgasen con tal Axioma Único de la tolerancia absoluta. ¿Es correcta esta crítica a los postmodernos? Nuestra comunicación argumenta que pareja objeción capta un elemento importante de la propuesta postmoderna: que esta no puede considerarse como una simple apuesta a favor del “todo vale” en el ámbito social, ya que, en verdad, no todo vale para ella; quedan excluidas de su modelo de validez las conductas violentas que coartan de un modo u otro la pacifica coexistencia de los diferentes. Ahora bien, esta “limitación” del pluralismo postmoderno, lejos de ser una lacra de tal programa, es lo que podría volverlo atractivo a nuestros ojos: pues, mas allá de toda inanidad y conformismo, permite que se convierta en un plan de acción contra cualquier limitación arbitraria de la libertad ajena, siguiendo (acaso de manera ligeramente verwunden) el dicto agustiniano de Ama et fac quod vis (con su ineludible correlato de “Ama, y deja hacer lo que se quiera, siempre que no vaya contra ese amor”).

* * *

Me complacería consagrar mi intervención a analizar cierta objeción que se suele lanzar contra el pensamiento postmoderno y contra su perenne reivindicación del pluralismo (ya sea este epistemológico, moral, político, estético). Pero a su vez me gustaría aventurar después un posible tentativo de refutación de pareja objeción. Tal refutación, además, persigue precisar, por así decirlo, la cara que debería adoptar la postmodernidad para resultar consecuente consigo misma; y esa precisión acaso haga la postmodernidad algo más atrayente para nuestros afanes hodiernos. Vamos a todo ello.

La susodicha objeción a la que me gustaría referirme es aquella que acusa a la postmodernidad de sufragar un pluralismo solo aparente. Según esta crítica, lo que se estaría auspiciando entre líneas cuando los pensadores postmodernos elogian la pluralidad de modos de vida, de principios epistémicos, de normas éticas o de configuraciones políticas –en suma: la pluralidad de las interpretaciones de la realidad–, no sería sino una nueva monotonía, el monologismo de la universal tolerancia entre las interpretaciones presuntamente “plurales”. Es decir, en último termino, se aspiraría a implantar en la praxis un nuevo tipo de identidad e igualdad de lo que en el fondo es lo mismo (Sameness), identidad que acomunaría en una insulsa tolerancia mutua a múltiples perspectivas que, al fin y al cabo, serian solo anecdóticamente diferentes, por cuanto habrían de ser iguales en lo fundamental: en su capacidad de convivir y respetarse acrítica y recíprocamente unas a otras, sin poner en especiales aprietos tal statu quo de presunta multiplicidad. El filosofo esloveno Slavoj Žižek ha resultado especialmente penetrante al formular así este tipo de invectiva:

“Filósofos tan distintos como Alain Badiou y Fredric Jameson han señalado, a propósito de la actual celebración de la diversidad de estilos de vida, como este crecimiento de las diferencias reposa en un subyacente Uno, esto es, en la radical obliteración de la Diferencia, de la brecha antagonista. [...] En todos estos casos, en el momento en que introducimos la “creciente multitud”, lo que estamos diciendo en efecto es exactamente lo opuesto, la subyacente Mismidad [Sameness] que lo invade todo; es decir, la noción de una brecha radical antagonista que afecta al cuerpo social entero es obliterada: la sociedad sin antagonismos es aquí el “contenedor” realmente global en el cual hay suficiente espacio para toda la multitud de comunidades culturales, estilos de vida, religiones, orientaciones sexuales...”

No podemos detenernos a abordar aquí más extensamente ni la descripción pormenorizada de este impulso postmoderno hacia lo plural, ni su justificación teórica, ni su vinculación con el problema de la multiplicidad de las interpretaciones; acaso sea útil para ello, si se nos permite la auto cita, acudir a los siguientes textos: Miguel Ángel QUINTANA PAZ: “Instiga la hermenéutica de Gadamer el autoritarismo o ¿Más bien nos dota de acicates antiautoritarios?”, en VV. AA. J. J. ; Materiales del Congreso Internacional sobre Hermenéutica Filosófica “El legado de Gadamer”, Granada: Departamento de Filosofía de la Universidad de Granada, 2003, 237-245; Miguel Ángel QUINTANA PAZ: Normatividad, interpretación y praxis, Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2004, § 3.4.; Miguel Ángel QUINTANA PAZ: “On Hermeneutical Ethics and Education: ≪Bach als Erzieher≫”, en J. Fukač, A. Mizerova y V. Strakoš (eds.): Bach: Music between Virgin Forest and Knowledge Society, Brno: Compostela Group of Universities, 2002, 49-109; Miguel Ángel QUINTANA PAZ: “Alaska, Heidegger y los Pegamoides. En torno a la movida madrileña, en tono culturalista”, en V. del Rio García (ed.): Cortao, Salamanca: El Gallo, 1998, 100-135. Slavoj ŽIŽEK: Bienvenidos al desierto de lo real. Alepo pensamiento: Alepo net.art + net. Critique. http://aleph-arts.org/pens/ (he modificado ligeramente la traducción para facilitar la comprensión).

Žižek considera que una sociedad pluralista y ubicuamente tolerante –tal como la que proponen los postmodernos–, al mismo tiempo que liquida todo antagonismo radical, tacha también cualquier diferencia real dentro de sí, cualquier “brecha” drástica. Ahora bien, ¿Por qué habría de existir en la sociedad, pese a todo, una brecha antagonista, una fisura entre dos orillas enfrentadas? Porque, si no hay un enfrentamiento binario e irreconciliable, entonces no podemos hablar más que de una unidad monolítica (la Sameness), más o menos camuflada bajo el aspecto de una pluralidad creciente? El pensador esloveno lo explica así: Existe una razón filosófica muy precisa por la cual el antagonismo debe residir en una diada, esto es, por que la “multiplicación” de las diferencias reafirma al subyacente Uno. [...] En un análisis dialectico, incluso cuando tenemos la impresión de múltiples especies, tenemos que buscar a las especies excepcionales que dan cuerpo de manera directa al género en sí: la verdadera Diferencia es la “imposible” diferencia entre esta especie y todas las demás. [...] Cuando la diada antagonista es reemplazada por la evidente “creciente multitud”, la brecha que se halla así obliterada es, en consecuencia, no solamente la brecha entre el contenido diferente dentro de la sociedad, sino la brecha antagonista entre lo Social y lo no Social, la brecha que afecta la verdadera noción Universal de lo Social.

En este universo de la Mismidad [Sameness], la manera principal de la apariencia de la
Diferencia política es generada por el sistema bipartidista, esa apariencia de la opción en la que básicamente no hay ninguna. [...] Esta opción política no puede sino recordarnos el problema que sentimos cuando queremos un edulcorante artificial en una cafeterianorteamericana: la siempre presente alternativa del Nutra-Sweet Equal y el High & Low, de bolsitas azules y rojas, en donde casi cada uno tiene sus preferencias (evite las rojas, tienen sustancias cancerígenas, o viceversa...) y este apego ridículo a la opción de cada uno no hace sino acentuar el absoluto sin sentido de la alternativa. [...] Por supuesto, la respuesta postmoderna a esto sería que el antagonismo radical emerge solo a medida que la sociedad es aun percibida como totalidad: .no fue acaso Adorno quien dijera que contradicción es diferencia bajo el aspecto de identidad? De modo que la idea es que con la era postmoderna, el retroceso de la identidad de la sociedad involucra simultáneamente el retroceso del antagonismo que parte en dos el cuerpo social; lo que recibimos a cambio es el Uno de la indiferencia como el medio neutral en el cual la multitud (de estilos de vida, etc.) coexiste. La respuesta de la teoría materialista a esto es demostrar cómo este verdadero Uno, este territorio en común en el que múltiples identidades florecen, reposa de hecho en determinadas exclusiones, y esta sostenido por un invisible quiebre antagónico.

La cita es larga, pero puede dar una imagen sin distorsiones del argumento completo de
Žižek: cuando anulamos toda oposición binaria en la sociedad, o cuando la hacemos trivial (como ocurre en el sistema político bipartidista, o al elegir la marca de sacarina en una cafetería), entonces se estaría permitiendo la emergencia de un nuevo “todo”, un nuevo “territorio común” (el Uno de la Sameness). Esa unidad queda definida primordialmente por parte de ciertos miembros del cuerpo social, que la encarnan mejor que otros: son las especies determinadas que “dan cuerpo al género” que se ha convertido en hegemónico, los casos concretos que se corresponden mejor con el modelo único que se ha logrado implantar de modo exclusivo y excluyente como “lo Social” y “Universal” (en el caso postmoderno, tales especies que encarnarían el género universal hegemónico de lo social podrían estar representadas por los agentes o practicas que resulten especialmente tolerantes respecto a otros en el trafico social a la manera que recomiendan los postmodernos). Ahora bien, la diferencia radical, la
“brecha” que divide binariamente la sociedad permanece, aunque quede “obliterada” y disfrazada mediante el elogio de una sola de sus fases, la faz hegemónica (la “tolerante”, aquí): se trata precisamente de la brecha que existe entre ese modelo privilegiado y todos aquellos agentes que no pueden aspirar a él, que están excluidos a priori de su alcance. (En nuestro caso, se trataría de la brecha entre quienes pueden disfrutar de la universal tolerancia postmoderna y la de aquellos que, por causa de haber sido excluidos de diferentes formas de esa entente, no pueden hacerlo). La tarea de una filosofía “materialista” como la que Žižek propone sería la de revelar tal quiebre y su Žižek cita, en este sentido, a Ernesto Laclau, para el cual “es inherente a su noción de hegemonía la idea de que, entre los elementos particulares (significantes) hay uno que directamente ≪colorea≫ el significante vacio de la universalidad imposible en sí misma, de manera que, dentro de esta constelación hegemónica, oponerse a este significante particular equivale a oponerse a la ≪sociedad≫ en sí” (Slavoj ŽIŽEK: “You
May!”, London Review of Books, vol. 21, n. 6 [18 de marzo 1999]). El papel que juegan para Laclau los elementos hegemónicos en una sociedad se corresponde, pues, con las “especies particulares” que encarnan para Žižek el género que se ha convertido en la mejor expresión del Uno, y que representan la nueva autoridad normativa para toda la sociedad (esto es, representan el tipo de universalidad que se quiere extender como preponderante, y que juzgara a sus enemigos como enemigos del todo, de la “sociedad en si”) exclusiones, para desmentir la pretendida universalidad del modelo Uno, el “de la multiplicidad”, al denunciar la opresión que ejercita sobre aquellas diferencias que no caben en el (en nuestro caso, aquellas alternativas radicales que se oponen a la pacifica tolerancia mutua postmoderna de la que hoy solo pueden disfrutar algunos).

La crítica de Žižek incide de lleno sobre un aspecto fundamental para el pensamiento social contemporáneo: ¿debe considerarse la sociedad de acuerdo con un único criterio dualista, que la divide entre “excluidos” e “integrados”? O lo cierto es que las exclusiones son múltiples, y por lo tanto todos estamos en algún sentido “estigmatizados”, como diría Goffman, así como todos estamos en algún sentido integrados –aunque ello conduzca, a la postre, a que todos participamos en un mismo Uno de pluralidades, sin atrincheramientos netos tras la fractura en dos barricadas–? Žižek parece optar por la primera opción, con el fin de escapar a la unidad forzada que implica la segunda alternativa; ahora bien, .no resulta también en exceso monolítico y excluyente el privilegiar según esa estrategia sólo un criterio como juez del quiebre de la sociedad en dos? Bajo la aparente denuncia del Uno que subyace a las múltiples pertenencias en un caldo de tolerancia, Žižek en el fondo estaría apostando por un Uno aun más estricto: el Uno de la única diferencia, el único antagonismo “real”, el solo patrón de exclusión que se admite como relevante, independientemente de lo que quieran considerar relevante los agentes sociales. Žižek, en suma, bajo la excusa de la denuncia del uniformizo de la tolerancia, no haría sino devolvernos hacia una antigua uniformidad, la que decide metafísicamente que la diferencia y el antagonismo relevante es solo uno, como uno era durante la “guerra fría” el criterio que fundamentaba la división en bloques. Si de verdad ansiamos escapar a la monotonía del Uno postmoderno, como quiere defender Žižek, no parece que el mejor camino para ello sea volver, como propone el mismo, a un fundamentalista Criterio Único que estipule qué exclusión es la verdaderamente interesante. La aparente apuesta de Žižek por desmontar la Unicidad postmoderna se queda pues, una vez que es analizada detenidamente, en una mera reivindicación de otra Unicidad, ya bastante anciana por cierto (la Unicidad del Criterio Único que divide la sociedad en dos); y por lo tanto parece contradictorio unirse a este filosofo en la crítica al Uno postmoderno por el mero hecho de que este sea
Uno, si lo único que se va a hacer al final es reinventar otro Uno meridianamente anejo.
Con todo, a la crítica de Žižek –a pesar de estos defectos con que cuenta por mor de su querencia materialista-marxista y su tentativo de instaurar de nuevo el viejo criterio único de exclusión–, no le falta perspicuidad: ciertamente, cuando la postmodernidad parece favorecer una pluralidad de interpretaciones que sean pacientemente tolerantes las unas para con las otras, un nuevo principio (esa tolerancia no violenta) aspira a hacerse persuasivo para el mayor número posible de trasfondos interpretativos; en cierto sentido, tal principio es un nuevo rasgo unitario que desmentiría la absoluta pluralidad entre diferentes trasfondos interpretativos: “Podéis ser como queráis, si, a condición de que seáis uniformes en la tolerancia hacia los demás que nace de la conciencia de que en el fondo vuestras interpretaciones no tienen fundamentos absolutos últimos”. La pluralidad por la que abogarían los postmodernos seria una pluralidad abastanza tímida, por consiguiente: en el fondo, quedarían fuera de ella cuantos creen aun en ciertos fundamentos esenciales... es decir, quedarían fuera de ella cuantos no son postmodernos.

¿Cabe ofrecer alguna respuesta desde la filosofía postmoderna a esta objeción o, por el contrario, debe considerarse esta crítica como razón suficiente para abandonar el proyecto postmoderno y tildarlo, como aventuran los organizadores de la mesa redonda en que nos encontramos, de “frustrado”? En nuestra opinión, conviene ser cautos y no apresurarse a despreciar el programa postmoderno in tota, pues contiene sin duda numerosas virtudes cuya feracidad aun queda por explorar6. Y además, la critica apuntada al “pluralismo” postmoderno acaso sirva para apurar en que solo sentido este es plausible, y que versiones adulteradas de él deben postergarse.

De hecho, si algo cabe deducir de esta objeción es que, efectivamente, si el pluralismo postmoderno se entiende como un “todo vale”, entonces la propuesta postmoderna no es ni puede ser en ese sentido “pluralista”. Ello, con todo, no sería un defecto de tal propuesta, sino lo único que le permite a tal posición el tener normativamente algo que decir en el debate filosófico actual. Desde el momento en que no todo vale, evidentemente ciertas formas de lo plural se privilegian, y otras se desprecian7. En este sentido es cierto que el “pluralismo irrestricto” queda aminorado. Ahora bien, de lo que se trata no es de buscar un principio que pudiese favorecer un pluralismo sin ningún tipo de restricciones (solo el silencio no restringe ni matiza... con el inconveniente de que tampoco favorece nada, ni a los pluralistas ni a sus enemigos). El reto intelectual verdadero consistirá, mas bien, en que la restricción del pluralismo sea la mínima posible, si es que consideramos aun la tolerancia como una virtud estimable. Y parece que la propuesta postmoderna cuenta con buenas credenciales para cumplir tal cometido de restringir al mínimo el pluralismo tolerante: por cuanto solo se excluye de ella a aquellos que, precisamente, se excluyen de ella (es decir, aquellos que, con su actitud violenta, intentan extinguir el pluralismo). La única uniformidad es el desprecio de la uniformidad que intentan imponer los agentes violentos (en los diversos disfraces que puede adoptar tal “violencia”); la única concordancia universal que se busca fomentar es el reparo ante la concordancia universal; el único rasero que se aplica por igual a todos es el que les limita en una talla lo suficientemente pequeña como para que no acaben extirpando a los demás miembros de esa pluralidad y socaven, por consiguiente, ésta. Solo hay una “mismidad” que se les propone a todos: el refreno del impulso hacia el logro violento de una total “mismidad” (esto es, el logro del totalitarismo). Lo único que se intenta silenciar es las practicas violentas que tratan de silenciar. No es el mismo acallamiento (ni refrena igualmente el pluralismo) el de quien cierra la boca del canon y el de quien cierra la boca del interlocutor: sobre todo, si el que cierra la primera boca lo hace para evitar que la segunda sea acallada definitivamente.

En suma, criticas como las de Žižek ayudan a reconocer que la postmodernidad no deberá implicar nunca un pluralismo sin límites, amorfo, sino un pluralismo bien concreto, limitado tan solo por su anhelo de erradicar cualquier reducción violenta del mismo: lo que Vattimo9 ha llamado “el límite de la caridad”, limite que limita las posibilidades plurales de la propuesta postmoderna al dejar fuera de ella las posibilidades violentas (las que atentan contra ese pluralismo mismo). Y este único "limite de la caridad” que se impone a la pluralidad postmoderna .no podría resultar afín al agustiniano Ama et fac quod vis –con su imprescindible correlato de “dejar hacer” a los demás cuanto quieran, con tal de que no atenten contra ese mandamiento del amor–? .No debería, entonces, considerarse con nuevos y más amables ojos la propuesta postmoderna por parte de cuantos apreciamos los valores del pluralismo y la tolerancia? Al menos en lo que atañe a esta su noción de “pluralismo”, creemos que una evaluación seria de tal faceta postmoderna abundaría precisamente en esta dirección.

lunes, 23 de agosto de 2010

Posmodernidad hermenéutica y filosofía de la historia



Postmodernidad hermenéutica en cuanto filosofía de la historia

Daniel Mariano Leiro
Universidad de Buenos Aires




Si se entiende tal como se ha venido haciendo a lo largo de estas páginas, a la “posmodernidad hermenéutica” como uno de los posibles sinónimos de la “hermenéutica nihilista” – pues, cabe decir, que otras lecturas no serían fáciles de conciliar-, debemos aceptar que ella apenas pueda ofrecer un discurso de la reconstrucción del sentido de la apertura del ser en la cual estamos arrojados. Y lo hace mediante una racionalidad que justifica su validez narrando e interpretando -tras las huellas de Nietzsche y Heidegger- la paulatina disolución de la violencia del ser metafísico y sus consecuencias en la cultura contemporánea.
En efecto, una hermenéutica nihilista como la de Vattimo que pretende asumir hasta el final la destrucción heideggeriana, no puede legitimar su discurso, proponiendo una descripción del ser más verdadera, como si la imagen de la realidad que hemos heredado de la metafísica, debería ser rechazada como un simple “error”, por el hecho de que no se adecúa al modo como efectivamente se dan las cosas. Así la “posmodernidad hermenéutica” volvería a quedar encerrada en los límites de la violenta lógica del fundamento que se impone con la fuerza de una incontestable autoridad más allá de la cual no se puede ir. Es por eso que a una “hermenéutica nihilista” no le queda otra alternativa más que legitimar su discurso, tratando de esclarecer el legado de la historia de la cual provenimos, nosotros, los ciudadanos de la tierra del ocaso. Una historia de Occidente que, según el filósofo de Turín, se hace solamente visible con la noción heideggeriana de acontecimiento del Ser, iluminada por la idea de nihilismo de Nietzsche que nos enseña cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en fábula. Desde allí se extiende un hilo conductor que permite elucidar el nihilismo hacia el que implícitamente apunta el relato heideggeriano de la historia del Ser. Y no lo hace sino privilegiando una lectura que pretende extraer todas las consecuencias del descubrimiento de Heidegger, según el cual en la culminación de la modernidad, del Ser metafísico entendido como objetividad y estructura estable, ya no queda nada. Una narración que puede ser leída también como un continuo debilitamiento, un largo adiós, nunca definitivo, de todo rígido principio de autoridad (empezando por la misma idea de objetividad) que se disuelve en el proceso de secularización de Occidente, en la cual la Kénosis del cristianismo, se realiza progresivamente. Así entendida la posmodernidad hermenéutica se comprende como una respuesta a una llamada que no proviene de lo absoluto, sino de aquello del pasado y de la comunidad viviente que nos habla. Es una llamada de la historia, entendida como un progresivo debilitamiento de la violencia que no está ausente en el discurso de la posmodernidad hermenéutica. Al menos en la acepción que nosotros hemos querido darle aquí, la historia sigue jugando un papel fundamental, no sólo en legitimación teórica de la posmodernidad, sino – como se ha intentado mostrar también en la pregunta anterior- en cuanto a la misma orientación de sus elecciones éticas y políticas. Pero que Vattimo haya caracterizado a la hermenéutica nihilista como una “filosofía del final de la filosofía de la historia”13, no quiere decir que la identifique sin más con una filosofía del final de la historia, como en ocasiones sus críticos le han reprochado. Lo que en la posmodernidad se disuelve en consonancia con la disminución de las condiciones políticas y sociales sobre las que se sostenía, no es más que el modo de justificación que engendró a las grandes narraciones metafísicas de la historia, donde solamente la violencia ideológica del dominio se legitimaba, como lo ha denunciado J-F Lyotard, aunque, en su caso, tal vez, situado en otro gran relato: el del final de la historia.



Lo que en la posmodernidad toca a su fin es el invento de un decurso histórico unitario, ordenado hacia un único centro que constituye también su fin teleológico: aquel que conduce a la realización de la auténtica humanidad, avanzando ineluctablemente según un plan racional de mejora, de educación y emancipación. Pero ya en sus Tesis sobre la filosofía de la historia, Walter Benjamin había denunciado que en esa idea se escondía la representación del pasado construida desde la visión interesada de los grupos y clases dominantes.

Es ilusorio entonces pensar que la historia universal tenga un sentido unitario, más bien, lo que hay son imágenes del pasado, propuestas desde diversos puntos de vista. Y la posmodernidad interpretando y relacionando diversos fenómenos políticos y sociales de su tiempo, es la lúcida toma de conciencia que pone en palabras la imposibilidad de seguir manteniendo un punto de vista supremo, comprensivo, capaz de unificar sin violencia a todos los demás. Pero esa conciencia que en la posmodernidad se alcanza, no es solamente un acontecimiento teórico, ni el resultado de una evolución moral de Occidente, después de un doloroso aprendizaje, donde se descubre la justicia -y no sólo la necesidad para sobrevivir en el mundo actual-, de respetar la liberación de las diferencias y las racionalidades locales. En lugar de ello, lo que ha sucedido es que el reconocimiento de los otros modos de vida, le ha sido arrancado a Occidente con la lucha de grupos acallados bajo una sola idea de humanidad digna de ser realizada. Grupos que se han vuelto visibles, desafiando la pretendida universalidad del ideal del hombre europeo, porque dejan en evidencia que aquel ideal no era sino una posibilidad más, que no puede reclamar sin violencia, el derecho a ser reconocido como la única esencia verdadera de todo hombre.
En tal sentido, no sería incorrecto afirmar que la posmodernidad llega cuando el proceso de descolonización y el fin del eurocentrismo, ha dejado al desnudo el carácter esencialmente retórico de la narración que pretendía dotar de un sentido unitario y progresivo al desarrollo histórico, estrechamente ligado a la realización del ideal del hombre europeo. Pero la crisis del ideal europeo de humanidad (y de los conceptos de dominación fuertemente vinculados a ella, como los de progreso y de “superación crítica” que, según Vattimo, pertenecen todavía al modelo de fundamentación de la metafísica y al historicismo clásico), no nos impide seguir hablando con sentido de alguna forma de historicidad. Más bien lo que la crisis de las tradicionales filosofías de la historia promueve, es la liberación de una idea de “historia” diferente, o mejor aún, la visibilidad de múltiples historias, sabiendo, en todo caso, que no es posible que la historicidad se consuma hasta el fin, sin que con ella perezca al mismo tiempo el sentido de lo humano.

No es difícil entonces comprobar que la posmodernidad hermenéutica nada tiene que ver con las posiciones triunfalistas de los discursos neo-conservadores que ya casi nadie recuerda, como el optimista anuncio de Francis Fukuyama de un feliz desenlace de los conflictos que llegaría con el cumplimiento la democracia liberal. En esa institucionalidad tanto política como económica, el pensador norteamericano creía encontrar la culminación del progreso civilizatorio de Occidente. Por tal razón en ese punto de la evolución ya no cabría esperar cambios sustantivos en la historia, pues se habrían colmado hegelianamente las expectativas del reconocimiento de la dignidad que los hombres buscaron durante toda la historia.
Menos aún la hermenéutica nihilista tiene algo que hacer con las versiones resignadas de la posmodernidad que en respuesta a la crisis tan sólo se plantearon éticas “indoloras” en tiempos de injusticia y sufrimiento.

La hermenéutica nihilista de Gianni Vattimo es un intento de radicalización de las tesis ontológicas heideggerianas, que para mantenerse fiel a las originales intenciones del filósofo alemán, identifica la noción del evento del Ser con la misma temporalidad. Efectivamente para la hermenéutica nihilista el Ser no es nada trascendente. “Es – escribe Vattimo en Ecce Comu- la historia misma de la humanidad en lo que tiene de “consecución”, en lo que se ha consolidado como tradición, memoria, institución, formas artísticas. Son los otros en el sentido amplio del término. No sólo los que vencieron y dejaron profundas huellas; sino también –sobre todo, tras el advenimiento del cristianismo- los que esperaron y perdieron, y que, precisamente, porque no obtuvieron ningún “logro”, merecen sobrevivir como pasado todavía abierto y cumplido”.



Reconocer este estrecho vínculo con la temporalidad exige a asumir hasta sus últimas consecuencias, la imagen heideggeriana de la muerte como cofre del Ser con la que el filósofo de Turín procura ilustrarlo. Pero sabiendo que se asumen esas consecuencias desde la saludable perspectiva ultrametafísica del Übermensch nietzscheano. Aquel individuo moderado del que nos habla el fragmento póstumo sobre el Nihilismo, y que en el Zaratustra veíamos salir liberado en el acto de morder la cabeza de la serpiente, porque había aprendido amar, sin nostalgias reactivas, la finitud de la vida, el absurdo, el azar en la existencia. Y precisamente porque ese individuo de “buen temperamento” es capaz de encontrarle un sentido positivo a la muerte, a la caducidad, puede querer que llegue lo inesperado en las nuevas apariciones del Ser. En efecto, si es posible que algo nuevo pueda suceder, es sólo por el hecho de que somos mortales, subraya, con insistencia, nuestro filósofo. No se puede querer lo primero sin aceptar al mismo tiempo, su ineluctable necesidad. Se entiende entonces que el “verdadero trascendental” del cual depende la experiencia del mundo y por tanto, también la posibilidad de la historia, no sea otro sino la caducidad.
Así la filosofía del fin de la filosofía de la historia en los términos en que Vattimo entiende a la “posmodernidad hermenéutica”, es una filosofía de la libertad que traspasa los horizontes cerrados, dibujando una idea de la historicidad como “relámpagos”, “iluminaciones”, cambios inesperados que nos arrebatan cualquier pretensión de continuidad y de absolutos, pero, a cambio, nos regalan, como lo sugieren los versos de Hölderin15, inolvidables momentos de una inmensa intensidad. Una filosofía de la libertad así entendida no puede ni debe enseñarnos a dónde nos dirigimos, sino más bien a vivir la condición de quien no se dirige a ninguna parte.
Pero justamente también porque no es concebido como un devenir teleológico orientado según la estructura edípica del tiempo, hacia ninguna plenitud, sino como un conjunto de discontinuidades, de constelaciones que se detienen, dejando que las distintas épocas de la historia, acontezcan (y no hay que olvidar que la palabra “época”, con su raíz griega en epoché, tenía ya para Heidegger el claro significado de suspensión, y también de una fractura instantánea en el orden del tiempo), es que se puede esperar que sobrevenga un momento de redención (también de los pasados posibles). Se trata, por cierto, de una “lógica” de redención, que bien podría entenderse como de revolución social. Y una lógica semejante debería conducirnos a cambiar nuestra situación de olvido histórico del Ser. Porque muchos sueños, ilusiones y esperanzas quedaron olvidadas entre esas ruinas del pasado que laceraban – al decir de Benjamin- la conciencia del Ángelus Novus mientras las contemplaba con sus ojos desencajados; porque, en definitiva, queda todavía demasiada desesperanza, podemos esperar que la categoría de posibilidad, de lo posible, cobre una dimensión redentora en una historicidad que se mantiene siempre abierta.

Por otra parte, el advenir a la presencia de las distintas épocas de la historia se asienta en el movimiento de desfundamentación del destinar del ser que impide que las aperturas históricas de sentido puedan trascender la radical historicidad de su impronta destinal. Considerar esa idea nos lleva a advertir que no puede haber otro ser más allá de aquel que se da en la historia de la metafísica. Y ese reconocimiento no deja de producir efectos de redención liberadora del espíritu de venganza, en la medida en que permite comprender que las formas simbólicas del pasado no pierden por completo todo su valor. Por el contrario, conservan la dignidad de haber sido momentos históricos del único ser existente, porque son esas formas simbólicas del pasado con las que las sucesivas generaciones le confieren un sentido a la experiencia del mundo, los marcos de significación de las épocas sin los cuales el ser jamás podría acontecer. Hacer este descubrimiento significa ante todo tomar conciencia en el final de la modernidad de la “necesidad del error”, que ha hecho posible a la metafísica como una sucesión de aperturas de la historia como destino en las que las cosas advienen a ser. Y tal desenmascaramiento exige también volver a recorrer la historia de la metafísica con una devoción-respeto más piadosa hacia los monumentos del pasado, porque una vez que se descubre que el mundo verdadero acabó deviniendo en fábula, se comprende también la necesidad de seguir soñando, sabiendo que todo es sueño, según reza en de los aforismos famosos de la Gaya Ciencia.

domingo, 15 de agosto de 2010

Prolegómenos a toda filosofía del cuerpo futura




Un viaje con una mínima arqueología corporal

Urgencia posmoderna de una filosofía del cuerpo

Ricardo Milla
Pontificia Universidad Católica del Perú


Podría llamar la atención de que un “joven” filósofo posmoderno como Michel Onfray reclame con urgencia una filosofía del cuerpo. Esto debido a que dentro del destino de occidente, el olvido del cuerpo se asoma como una de los tantos síntomas del olvido del ser. En lo que sigue haremos un veloz recorrido (trip) de lo que ha sido la formación de ese reclamo urgente por una filosofía del cuerpo en la filosofía del siglo XX, comenzando por Heidegger pasando por Lacan y Foucault hasta llegar a Deleuze.

Vayamos a 1927. Heidegger, apurado por la editorial, publica su célebre –e incompleta- obra Sein und Zeit. En ella, tratando de responder la pregunta por el sentido del ser, propone un análisis existencial del ser que piensa al ser (Dasein). Es dentro de ese análisis que se ocupa del ser-a-la-mano (Zuhandensein). Lo curioso es la palabra haden (mano). El encontrarse originario del Dasein con los entes en la época de la imagen del mundo, de la metafísica cumplida, es una experiencia de handen. Además de un encuentro mental de sujeto/objeto, es también un encuentro corporal. El problema aquí es que el esquema sujeto/objeto persiste. El mundo tecnológico permite que el objeto no sea sólo asible en la representación subjetiva sino también, y más aún, en la realidad como tal: a-la-mano, disponible para el cuerpo. Dejemos ese tema de lado. Nos preocupa saber cómo es posible que Heidegger supere la concepción cartesiana dualista en que el cuerpo es un mero medio para el ego.

Vayamos al inverno de 1942-43 en Friburgo. Heidegger dicta su seminario sobre Parménides. Pero también vayamos años luego: 1951-52, años en que redacta su Was heisst Denken? En ambos textos Heidegger lleva el tema de la mano a un momento más originario. La mano es expresión del habla y, sobre todo, del pensar. El pensar va dejando de ser una mera representación del ente en la mente del sujeto y va siendo una expresión en la totalidad del hombre. La mano deja de ser herramienta y es más bien lugar de expresión: “la mano habla callando”. En ella acaece una forma primigenia de mostrar el ser, de develar lo oculto, esto es, de pensar. Así, en la mano circula el pensar. El saludo agitando la mano, la caricia, el trabajo sobre madera, escribir “a mano”, señalar, golpear, estrechar la mano, en suma: accionar gestual con la mano. Es en este punto en que podemos hallar en Heidegger uno de los primeros pasos para retornar al cuerpo y empezar a caminar por las sendas de una filosofía del cuerpo. Superado el cuerpo cartesiano (moderno) extendiendo la expresión del pensar –de la mente representacional a la mano y, por ende, al cuerpo- es que Heidegger nos empuja al salto hacia atrás (Schritt Zurück) al suelo (Boden).

Sigamos con nuestro viaje. Vayamos y regresemos a 1949. Uno de los pensadores contemporáneos más oscuros es quizá Jacques Lacan. Veamos qué concepción tiene del cuerpo y, sobre todo, cómo se crea el hombre (niño) el cuerpo. En su Le stade du miroir… la percepción del niño de su cuerpo es, en primera estancia, el de un cuerpo fragmentado. La conciencia del estado no fragmentado del cuerpo es posible cuando el niño se “ve” al espejo (entendiendo éste no sólo como el objeto que refleja sino también a la madre). El niño ante el espejo se muestra en estado de aturdimiento (Benommenheit). Luego, “ve” que puede manipular la imagen que tiene presente, pero además que él mismo es la imagen. Se percibe como cuerpo no fragmentado, como unidad. Entonces, para Lacan, la imago del cuerpo que se hace el niño es una construcción. Es en la imago cuerpo en que el organismo cría humana y la realidad entran en relación; el Inenwelt con el Unwelt (¿Lacan habrá estado pensado en Uexküll y Heidegger al presentarlo así?) No sólo es el acaecer del je sino también es un paso del narcicismo primigenio a los otros. De esta manera, el cuerpo es una construcción imaginaria que debe pasar al estadio simbólico. No iremos más lejos, quedémonos con esto: El cuerpo es construcción de la psique infantil.

Permanezcamos en Francia. Michel Foucault tuvo muy presente el tema del cuerpo en su paso por el Collège de France (1970-84). Esto se ve en sus trabajos Surveiller et punir. Naissance de la prison (1975) y Histoire de la sexualité, 1 : La volonté de savoir (1976). En el primero se opera una genealogía del cuerpo moderno en el campo del sistema penal, en cómo vira la concepción del cuerpo del condenado. Ese giro lo testimonia Foucault al exponer la progresión del cuerpo del condenado entre 1757 y 1840. Era en éste el lugar en que acaecía la pena y el castigo: El suplicio y la condena a muerte. En menos de un siglo el comportamiento penal sobre el condenado cambia. Por medio de una “pudicidad” del aparato judicial es que el lugar del dolor del castigo migra del cuerpo al “alma” (alma moderna). El cuerpo es concebido como medio –al que hay que conocer para poder manipular y dominar: tecnología política del cuerpo y economía del cuerpo-, medio por el cual se puede “corregir” el alma malvada del delincuente. En efecto, el cuerpo se comprende como medio en todo lugar en que haya una disciplina económica del cuerpo; no sólo en la cárcel, también en el colegio, los internados, las clínicas psiquiátricas, los hospitales, los cuarteles… En el segundo tratado genealógico se discute de sexo. El argumento central de los tres primeros puntos del libro es que no se dice menos del sexo en la modernidad, sino de otra manera y que se ha destinado a la sociedad a hablar siempre de sexo como “el secreto”. ¿Por qué? Para Foucault esto se debe a una respuesta de la voluntad de saber que a su vez responde a una voluntad de poder. Es en la modernidad en que nacen dos dispositivos que serán el engranaje del sexo: el dispositivo de la alianza (familia monogámica) y el dispositivo de la sexualidad. Es el primero el que sostiene al segundo, “como sujeta por alfileres”. En la familia se aprende la sexualidad (una economía del sexo) que luego es confiada a la sociedad: escuela, Iglesia, psiquiatría, etc. Esto, para Foucault, devela un intrínseco deseo de domino que corre en paralelo a un deseo de poder, que sólo puede ser satisfecho con un saber específico. Es por medio de un saber del sexo que el dispositivo de la sexualidad puede ser controlado y dominado, organizado y dispuesto: Economía del sexo; para potenciar el dispositivo de la sexualidad. Esto nos llevaría a una particular manera de comprender el cuerpo: 1. Cuerpo máquina y 2. Cuerpo-especie. La primera está ligada a lo que llama Foucault anatomopolítica del cuerpo humano y la segunda a la biopolítica de población. Este control del cuerpo por medio del poder (en tanto poder distribuido y disperso en la sociedad antes que poderes institucionales) se desprende de lo que nuestro autor llama “biopoder”. Así, la concepción de cuerpo que hemos heredado de la modernidad está signada transversalmente por el dominio y el poder, por la manipulación y la disponibilidad, y tiene a la base una metafísica. Esta “metafísica del cuerpo” hace de él no sólo un medio sino el lugar propio por el cual podemos violentar el cuerpo, dejándolo al olvido, creyéndonos con la “verdad” sobre el cuerpo para imponerla a otros.

Es hora de terminar el viaje. Hemos arribado a la posmodernidad: Deleuze. No me gustan las galletas de jengibre pero usemos al kion como ejemplo. El kion es un vegetal del tipo de los rizomas: Un rizoma es un tallo horizontal subterráneo que sus ramas son del mismo grosor que el tallo, por lo que si se corta por la mitad no se diferenciaría entre las ramas y el tallo. Así es el kion. Deleuze usa el ejemplo del rizoma para usarlo como “paradigma” de su (¿la?) filosofía. En sus palabras: “No tiene ni principio ni fin, siempre tiene un medio por el que crece y desborda… sin sujeto ni objeto” . De esta manera, es posible comprender cómo el “cuerpo sin órganos” deluziano tiene como “modelo” el rizoma filosófico. El cuerpo sin órganos, en tanto campo de inmanencia, es un algo que nos fabricamos, que lo llenamos, pues es en sí vacío y desestructurado. Sin embargo, no es un recipiente al cual llenaremos al tope, no es una machina cartesiana; es pura subjetividad de “indeterminación” “ilimitada”, la forma propicia de distorsionar ese imperativo subjetivista moderno: “¡serás organizado!”. Así, Deleuze abre una brecha en nuestra condición posmoderna para meditar el cuerpo no ya como vehículo sino como lo que somos: un deshacer sin cesar rizomático. El cuerpo carece de sujeto, no tiene objeto, sencillamente es un constante hacerse y deshacerse, significarse y descifrarse, redescribirse en un actuar que tiene al cuerpo como lugar de acción transicional inmanente. Somos un cuerpo natural hecho artificialmente, nunca ni Uno ni múltiple, sino cifrado en un vaivén lúdico característico de una obra de arte. Conexión, ruptura, homogeneidad, fragmentación, comunión, copia, modelo… es el cuerpo sin órganos.

Fin del tour.

Habiendo acabado nuestro recorrido, volvemos sobre nuestras huellas –pues hemos andado circularmente- y, con fuerza e ímpetu, decimos: Sí, hay una urgencia latente de hacer una filosofía (posmoderna) del cuerpo; como una forma de recordar (Andeken) el ser. Onfray solamente responde a los mensajes del ser que provienen de nuestra tradición y, como es propio de un discípulo de Nietzsche, comete parricidio para resucitar de una manera inusitada a sus padres y dioses.

sábado, 24 de julio de 2010

Gianni Vattimo: Conferencia en Lima

Exclusivos de La Coalición: Gianni Vattimo da conferencia en Lima (25 de julio)






El filósofo italiano Gianni Vattimo visita por cuarta vez la ciudad de Lima en el marco de la 15ª Feria Internacional del Libro de Lima. Vattimo es el máximo exponente de la hermenéutica nihilista y del pensamiento débil. Asimismo es diputado en el Parlamento Europeo. Es conocido por ser activista de los derechos de las minorías, a los que él llama "los débiles".

Entre sus obras recientes se encuentran dos de cuño político: Nihilismo y emancipación (Barcelona: Paidós, 2006) y Ecce Comu (Buenos Aires: Paidós, 2009). Recientemente ha publicado un volumen sobre religión y política con John D. Caputo que se ha traducido al castellano (Después de la muerte de Dios, Buenos Aires: Paidós, 2010). Por último, ha incursionado en el tema de la verdad de una forma original en su Addio alla verità (Roma: Meltemi, 2009).

Vattimo es un ferviente opositor de las políticas del pensamiento único y uno de los pensadores disidentes más importantes de nuestra época, como lo ha demostrado en su Dal dialogo al conflitto (título de su Lezione di congedo, lección magistral de retiro de la carrera docente en la Universidad de Turín, 2008). Además, ha ofrecido personalmente su apoyo a los regímenes alternativos de América Latina. Vattimo propicia la coalición de todas las fuerzas sociales e históricas que se enfrentan a la democracia liberal capitalista global. En este sentido, su pensamiento es una de las alternativas más interesantes contra el liberalismo de izquierda y el pensamiento único.

El periodista y escritor Enrique Planas entrevistará al filósofo italiano sobre temas de gran actualidad.


Lugar: Feria Internacional del Libro de Lima (Av. Salaverry, Parque de los Próceres, Jesús María, frente al Círculo Militar)


Fecha: domingo, 25 de julio


Hora: 5.45 p.m.


jueves, 8 de julio de 2010

Gianni Vattimo: "Ecce Comu" (2009). Reseña



Gianni Vattimo, Ecce Comu. Cómo se llega a ser lo que se era. Buenos Aires: Paidós, 2009, 131 pp.


Ricardo Milla
Pontificia Universidad Católica del Perú



El libro Ecce Comu es junto a Nihilismo y emancipación (2004) uno de los escritos políticos de la designada tercera etapa de Vattimo o, como preferimos decir, del “último Vattimo”. La filosofía de Vattimo ha transitado primero desde sus reflexiones acerca de Nietzsche y Heidegger, pasando por sus ideas originales como son el “pensiero debole”, la posmodernidad, el fin de la modernidad, la telemática, el “Dios débil” y la kenosis (en su retorno al cristianismo católico y su polémica filosofía de la religión), hasta llegar a una filosofía vattimiana cercana a la reflexión política; digámoslo así: un intento de filosofía política para su hermenéutica nihilista. Sin embargo, no se crea por ello que Vattimo ha estado ajeno a la práctica política. Desde muy joven ha tenido una vida política activa, ya sea en los grupos católicos en los que perteneció o en los grupos de izquierda en que militó luego. Inició su trayectoria política en el Partido Radicale, después en Alleanza per Torino (Olivo) y hasta el 2004 perteneció a los DS (Democratici di Sinistra). Ahora último ha estado en el Partito dei Comunisti Italiani. Actualmente cumple con su segundo periodo como Parlamentario europeo. Es, pues, notable la actividad política del filósofo italiano. Pero entonces, ¿por qué llegan tarde sus reflexiones políticas? Y además, ¿por qué Vattimo no ha podido compatibilizar su vivencia política con su pensamiento filosófico –como él mismo ha confesado? Estas preguntas quedan sin responder, sólo podemos acercarnos a ellas de manera tentativa, sin embargo, ellas no nos reúnen ahora. Lo que haremos a continuación será un repaso apresurado y resumido de su Ecce Comu, escrito en el cual Vattimo proclama que no sólo es posible (volver) a ser comunista sino que se debe, como muestra e intento de delinear una filosofía política debolista. Trataré de dar luces de lo que podría ser un proyecto de hermenéutica política basada en el pensamiento débil.

Preguntemos: ¿Es posible (volver) a ser comunista luego de la experiencia Lenin-Stalin-Mao y de la caída del Muro de Berlín? Respondamos esto.

Vattimo organiza su libro en dos partes. La primera, que lleva como título: Una larga marcha a través de las oposiciones, es una colección de siete ensayos publicados en diarios italianos y conferencias en Congresos de Filosofía. Es, como él mismo dice, “una “huella” de la “breve marcha”, la del período del Parlamento europeo” (p. 14). Se observa a un Vattimo que creía en el proyecto de la Unión Europea; que postulaba a Europa como la vía alternativa al capitalismo norteamericano; como un Vattimo renegado del Imperio que tiene como sede a Estados Unidos; que no cree en ninguna guerra “santa” sino en la guerra contra el poder global económico; se muestra un Vattimo cada vez más antinorteamericanista, denunciando el “Imperio mundial único”, para terminar proponiendo un comunismo “ideal” como motor para salir del capitalismo y de la democracia “normal” y hallarnos en una democracia subversiva, no violenta, no revolucionaria. La primera parte de Ecce Comu es el “progresivo” retorno de Vattimo al comunismo. ¿Y qué clase de comunismo? Veamos.

Son 23 pequeños ensayos los que conforman la sección segunda y son a la vez un gran argumento que “da razones” para (volver) a ser comunistas. Para Vattimo la situación actual de la democracia es –usando jerga kuhniana- “normal”. El problema se halla en la voluntad de los teóricos respecto a la democracia: La dejan trabajar sin más. No hay crítica. No hay búsquedas de mejoras. No se permiten alternativas. Los políticos mismos, en vez de ser la voz de los débiles, se dedican a perseguir a los cismáticos. Hay una falta de vanguardia en la política, una falta de disidencia; poco le falta a los gobiernos italianos para ser “regímenes”, en tanto sistemas de gobiernos cerrados, a juicio de nuestro filósofo. La respuesta a la vocación vanguardista de la política es, para Vattimo, volver a ser comunista. Para ello nuestro autor, situado en su propia circunstancia política: la italiana, se muestra en contra de esa “misión de paz” que se creó para apoyar la invasión en Afganistán (lo mismo que ocurriría con el apoyo a la guerra en Irak). No sólo por la nefastas consecuencias que habrían –y que ahora ya las vemos- sino también porque el recorte estatal en pos de aumentar el presupuesto de defensa, deterioró el apoyo al sector salud y educación. Lo peor del asunto es que la izquierda italiana, desplazada al centro y no muy diferente en la práctica a la derecha, apoyó esa “misión de paz” convocada por la OTAN. Así, declara Vattimo, “Es muy probable que la izquierda desaparezca durante muchos años” (p. 65). Este apoyo de la izquierda al “sistema”, que sería inevitable en la política italiana y, quizá, europea, se debe a que las democracias europeas están “cerradas dentro del horizonte de la economía capitalista liderada por Estados Unidos” (p. 66). En este sentido es que el turinés habla de una “cubanización” de Europa; Estados Unidos ha “embargado” a Europa, en tanto que ella ha dependido largo tiempo de la economía norteamericana y no tiene a donde ir. (¿El euro como salvación?)

Una vez más, "si esto […] no es un régimen, nos falta muy poco. La democracia, tal como todavía se nos predica (y se impone en Irak), está prácticamente en coma" (p. 67).



Más adelante Vattimo se refiere al evento 9/11: la caída de las Torres Gemelas de Wall Street, y lo compara con el atentado terrorista de Oklahoma City, en que un estadounidense hizo estallar un edificio de oficinas federales. El autor del atentado declaró que actuó de tal manera en venganza por la matanza de Waco: Aquella vez en que el FBI asesinó a “ocupantes ilegales”. (¡Fijémonos en las nuevas “leyes” migratorias que permiten encarcelar a los que “parecen” inmigrantes y si se resisten, golpearlos!) “Por lo que sabemos de este episodio [la matanza de Waco], se trató de un acto de sumisión a la razón, de compactación disciplinaria de una sociedad que, simplemente, se siente amenazada por cualquiera que no comparta su estilo de vida, sus expectativas y sus ideales consumistas…” (p. 76). Es decir, que en la “madre de todas las democracias”, como llamó con ironía alguna vez a EE UU Vittorio Zuccone (p. 39), hay una animadversión hacia todos aquellos que no son como ellos, esa incomodidad poco “solidaria” respecto a los “otros”, a los “no-nosotros”. Para Vattimo ha habido un evento, con todo el sentido heideggeriano que connota esta palabra, luego de 9/11: Irak. Irak se alza, acaece como evento. “El Evento Irak”, lo llama Víctor Samuel Rivera en su “Ex Oriente Salus. Pensar desde el margen” publicado en Ontología del declinar (2009). Diálogo con la hermenéutica nihilista de Gianni Vattimo. Luego del “Evento Irak” no es posible volver a pensar la democracia liberal y el capitalismo de la misma manera. Los abanderados de la libertad se muestran como verdaderos metafísicos: Imponen el ser verdadero al resto, a los otros. Esa imposición no es meramente discursiva, es efectivamente violenta, violenta por las armas, por las armas tecnológicas.



Vattimo ve con urgencia, frente a este horizonte, regresar a las reflexiones de Marx. Marx preveía que la revolución del proletariado vendría cuando el poder capitalista sea intolerable. Ese proletariado ha desaparecido, se ha disgregado. Vattimo ya no cree en la dictadura del proletariado ni en el historicismo teleológico positivista del marxismo. A lo que el “debolista” apunta es a que “el impulso de volver a ser comunistas tiene que ver con que el poder capitalista […] se ha hecho intolerable y, por lo tanto, suscita (o puede suscitar) la rebelión del “proletariado” mundial” (p. 79). El (nuevo) proletariado se ha develado en Internet, en la Babel informática actual. Es desde el plano virtual en que, sin distinción de clases ni conciencia de éstas, el “proletariado” mundial se ha manifestado contra la invasión de Irak. Vattimo ve aquí una señal o, para decirlo más oscuramente, presiente el relampagueo del evento que nace del Ge-Stell. Este nuevo proletariado es un proletariado “minimalista”, sin consciencia de clase y sin lucha de clases; una mera masa anárquica: Da origen a este nuevo comunismo anárquico y sui generis. Y es en este momento en que Vattimo, sentado en el centro del globo, se cuestiona: “¿qué hacemos con los condenados de la tierra? […] ¿Ex Oriente salus?”

Entonces, ¿por qué no podemos creer más en la democracia “normal”? Porque tenemos la sensación de que está acaeciendo en los gobiernos y regímenes occidentales una nueva forma de autoritarismo, de totalitarismo, de “fascismo” que tiene como carta de presentación el tema de la seguridad, que ha llevado a los “demócratas y sus amigos” a movilizarse a Irak y dominar el tipo de política (“correcta”) que se debe dar en el globo. Pero además, “A ello se suma la constatación de que hasta ahora, después de una década de globalización y de liberalismo, las promesas de mayor bienestar no se han cumplido ni siquiera en la capital del imperio, Estados Unidos” (p. 82). Por lo tanto, “Ya “no podemos” pensar […] que el capitalismo democrático de estilo occidental sea una vía lo bastante segura para alcanzar bienestar y mayor libertad” (p. 82-83). Con ello, para Vattimo el futuro que nos espera es oscuro, lleno de tinieblas y de incertidumbre, quizá en el borde casi (¿ya?) comenzado de una “guerra infinita”, para usar la infeliz frase de Bush. La filosofía para pasado mañana operada por Vattimo es trágica y pesimista. ¿Qué más le queda?




Ante este panorama, nuestro filósofo apuesta por un anarcocomunismo o un comunismo libertario. Sí. Comunismo y anarquismo. Esto se debe a que, “a todas luces”, en el régimen actual no se vislumbra una salida a los riesgos a los que nos estamos aproximando. Por lo que, “es necesario poner en marcha procesos que destruyan este orden” (p. 84). Anarquismo, señores… anarquismo. Pero débil. “Evolución y no revolución” (p. 85) mas desde la zurda. Un anarquismo nihilista: No hay verdades eternas que trasciendan la historia, no hay leyes naturales ni algo así como derechos humanos universales que trasciendan voluntades, sino “auctoritas, nom veritas, facit legem” (Ibíd.). ¿Un Vattimo desicionista? La sombra de Schmitt se proyecta discretamente junto a la de Heidegger y a la de Nitezsche... Vattimo ha virado (Khere) hacia un comunismo que nada tiene que ver ni con el liberalismo norteamericano ni con el comunismo real de la Unión Soviética.

Pero además constatamos que “Cuando discuto –nos dice abiertamente- con los “liberales” de la izquierda, siempre descubro, sin grandes dificultades, este espíritu racionalista” (p. 86). Este racionalismo se agudiza cuando se trata de los derechos humanos, en especial de los que no están escritos. (Hagamos una pausa y traigamos a la memoria los discursos de nuestros liberales de izquierda: Un discurso metafísico obsesionado por proteger y garantizar el statu quo, el stablishment. Vattimo también tiene sus “caviares” a la europea.) Y de nuevo Vattimo regresa al “Evento Irak”: “También es racionalista la pretensión de imponer en todo el mundo la “democracia” por la fuerza de las armas, como sucede en Irak. Mejor dicho, ha sido esta guerra la que nos ha llevado a mucho de nosotros a considerar con extrema cautela la cuestión de los derechos humanos” (¡!) (p. 88). Y para sustentar más la tesis de Rivera del “Evento Irak”, el mismo Vattimo más adelante, haciendo alusión a San Pablo, indica: “Para muchos de nosotros, el momento de la reconversión al comunismo ha sido la guerra iraquí” (p. 89); Irak ha sido nuestra caída del caballo camino a Damasco.

Mencionábamos al “comunismo real”. Éste es el comunismo histórico acaecido, principalmente, en Rusia: Lenin y Stalin. Vattimo con ello rehúye del Marx positivista y cientificista, del marxismo qua ciencia. Así, el turinés sigue fiel a lo que ha llamado “comunismo ideal”, el cual quiere recuperar (p. 106), para postular un comunismo posmoderno: “Desde un mundo en que el desarrollo nos está estrangulando empezamos a percibir la necesidad de un comunismo exento del mito del desarrollo y que no aspire a instaurar una economía socialista garantizada “científicamente”” (p. 91). Por ello, dice con toda sinceridad: “vuelvo a ser comunista porque soy un filósofo “debilista”” (Ibíd.). De esta forma, el “pensiero debole” del profesor Vattimo da un giro ¿inesperado? hacia la política. Su “pensamiento débil”, muestra más original de su hermenéutica nihilista, nos lleva a distanciarnos del mundo correcto –de la “retórica política del desarrollo y la democracia”- para optar por una “posición marginal”, alternativa, en los márgenes (p. 93). ¿Por qué marginal? Pues el pensamiento débil se ha transformado en el pensamiento de los débiles, de los perdedores del juego de la historia (tal como lo enseñaba Benjamin). De esta forma, el actuar cristiano es la forma privilegiada de este pensar de los débiles, de aquellos que esperan y que “merecen sobrevivir como pasado todavía abierto y cumplido” (p. 95). Vattimo es y ha sido “catocomunista”.

Ahora bien. Si se postula un “comunismo ideal”, ¿qué hacer con la “revolución”? Como es de imaginar, la revolución no es más para Vattimo una vía para el “paraíso comunista”. Fundar la democracia no puede ser más por medio de un acto de fuerza violenta. El nuevo revolucionario tiene como paradigma a Chávez y a Lula: Revolución sin armas, sin violencia, sin compra de votos. Lo que pretende esta “revolución débil” es derrocar la democracia corruptiva y corruptora propia de la Europa y de los EE UU. El país del norte nos ha engañado haciéndonos creer que su sistema es “el único en el que se puede vivir” (p. 100). Este engaño ha creado una “crisis cada vez más profunda” con respecto a la “fe en la democracia” (Ibíd.). Así, basándose en Roberto Mangabeira Unger, Vattimo propone una “high energy democracy” (p. 110). El ejemplo en el que Europa podría basarse para lograr esa “democracia de alta energía” es la Venezuela de Chávez y la Cuba de los Castro: “tiene[n] las características de un régimen “soviético” todavía no estalinista, pero auténtico” (p. 112). Este punto sea quizá el más debatible, especialmente para nosotros latinoamericanos que vemos el fracaso de la economía en dichos países. No obstante, el “ejemplo latinoamericano” se basa en que estos gobiernos son alternativos, no-universalistas, anticapitalistas efectivos y encarnan una empresa común para el bien del país, para la felicidad de la mayoría, no basado en la economía, sino en una mayor bienestar, en el reconocimiento del otro antes que el reconocimiento de su bolsillo.

Por lo tanto, se trata de repensar el comunismo como ideal de una sociedad “justa” que, precisamente por serlo, no pueda pensarse como una sociedad “perfecta” y acabada que excluya cualquier transformación posterior, cualquier renovación desde abajo con los instrumentos de la democracia. […] es una sociedad en la que los conflictos se gestionan como opiniones diversas sobre qué caminos deben tomarse; en la que no todos los intereses son necesariamente iguales, y en la que, como factor decisivo, no solo prevalece la diferencia de clase, de riqueza o de poder relacionado con la propiedad. (p. 107)

Para ir terminando, vayamos hacia el final “no feliz” que nos ofrece Vattimo. Este comunismo ideal no puede basarse en una “verdad objetiva”, dada allá afuera de una vez por todas, eterna y universal, pues sería caer en la base autoritaria de la democracia “normal”. Brutalmente decimos: El comunismo libertario logra su cometido sólo si rechaza la metafísica. Nos hallamos en la Babel global, en una sociedad posmoderna caracterizada por el conflicto de interpretaciones, por lo que el comunismo libertario sólo puede presentarse sobre la base de una “concepción hermenéutica de la sociedad” (p. 120). Si no nos basamos en el lema nietzscheano hermenéutico de que “No hay hechos, sólo interpretaciones; y también esta es una interpretación”, entonces la Babel telemática se vuelve homogeneizante y no emancipadora. Entonces la violencia metafísica del Ge-Stell, ¿dónde se revela? En el actuar de la democracia “normal”, en las leyes de mercado y en los derechos humanos. De cara a esta realidad, el comunismo ideal se presenta como una interpretación; su verdad habita en la interpretación misma, en argumentar históricamente con referencia a la tradición y al consenso pragmático nacido del conflicto más que del diálogo. Porque, si esta propuesta se halla como “más verdadera” que la del liberalismo, como una descubrimiento objetivo de una realidad superior, entonces el riesgo del totalitarismo silenciante, tal cual lo practica la democracia liberal, es latente. Sólo así es posible comprender que “cuando los derechos humanos quieren prevalecer como universales “objetivos” que todos deben respetar aunque no los “reconozcan”, se transforman en instrumentos de opresión” (Ibíd.). El diálogo liberal, con la ideología de los derechos, se perfila a neutralizar el conflicto, esto es, la capacidad de cambio y movimiento. Quien declara que conoce la verdad, el próximo paso será el querer imponérmela. Verdad y dominio van de la mano en un entramado metafísico. Aún así, Vattimo desea reducir la violencia pero sin instaurar una sociedad sin conflictos. De esta forma, el problema de la violencia como instauradora de historia no queda resuelto. Hace falta una teoría del conflicto como propone en Addio alla verità (AAV, p. 121) como una forma de Verwindung (distorsión-torsión) al “pensamiento único”.

Por lo mismo, ante este panorama “realista” de la situación actual de existencia, la conclusión que se nos ofrece es que “El comunismo no tiene grandes posibilidades de instaurarse en un futuro previsible” (p. 123). La intención de Ecce Comu ha sido constatar tanto “el fracaso del capitalismo y de las democracias formales” como el “retorno del comunismo “auténtico”” (Ibíd.). No ha tratado Vattimo de dar una “solución” ante el estado presente de cosas. Más aún: Si el cambio llega, el viraje de un mundo unipolar a uno multipolar, de la muerte de la democracia capitalista liberal, sólo podrá ser posible gracias a un Evento, por un acaecimiento del ser en tanto apertura y un darse en las cosas. El cambio no se logrará por medio de un actuar humano sin más, aunque ello no suponga un mero quietismo. Hay que esperar el Evento, estar atentos a los signos de los tiempos, “escucharlos y descífralos” (p.125), comprenderlos e interpretarlos atendiendo a los mensajes que vienen del pasado… El Evento nos llama y nos convoca, no es un simple presente, sino una espera a lo que está por venir y que, quizá, sea la espera de un retorno que vibra en los nervios de las cosas, como espectros, fantasmas: Hermenéutica espectral –aunque Vattimo no esté muy de acuerdo.

viernes, 14 de mayo de 2010

Carlos Díaz Hernández: Conferencias de personalismo en Lima




Estimados colegas;

La Coalición, en su infatigable compromiso con el saber, la verdad y la reconciliación, tiene el gusto de informarles que viene a Lima el Dr. Carlos Díaz Hernández. Él es filósofo español de la línea personalista comunitaria. Fundador del Instituo Emmanuel Mounier en Madrid, España como en otros centros en Latinoamérica como México y Argentina. Estará en Lima, Perú del 15 al 25 de mayo.

Él estará dando conferencias. En principio están abiertas al público en general. Les anunciamos el ciclo de conferencias:


LUN 17

FTPCL (Pueblo Libre)
11:00: “Retos para la filosofía y la teología en el mundo de hoy”

UCSS (Los Olivos)
16:00: “Razón y libertad en la línea personalista”

MAR 18

UCSS (Los Olivos)
16:00: “¿Por qué ser filósofo hoy?

MIE 19

UJBM (Jesús María) (No abierto al público general)
10:00: “Filosofía del Conocimiento y valores del futuro”

UJBM (Jesús María) (No abierto al público general)
19:00: “El pensamiento personalista en el s. XXI”

JUE 20

Sem. Salesiano (Magdalena)
09:30: “El Personalismo, historia y actualidad del pensamiento de Emmanuel Mounier”

11:30: “Aportes del personalismo a la cultura actual”

Sem. Salesiano (Magdalena)
16:00: “Aportes del personalismo a una vivencia cristiana en el siglo XXI”

VIE 21

Seminario “San José” (Lurín ) (No abierto al público general)
16:30: “Importancia del Personalismo en la Iglesia y en la formación de futuros pastores”

LUN 24

FTPCL (Pueblo Libre)
10:00: “La persona humana en la posmodernidad”

URP (Surco)
18:00: “El personalismo: Génesis y perspectivas actuales”


UCSS: Sedes Sapientiae
UJBM: Jaime Bausate y Meza (Escuela de Periodismo)
URP: Ricardo Palma
FTPCL: Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima

viernes, 30 de abril de 2010

Heidegger y Derrida: Una mirada deconstructivista

viernes, 12 de febrero de 2010

Valores en la posmodernidad: John Gray, Luis Villoro e Isaías Berlin



Valores en la posmodernidad
Gray, Villoro y Berlin


Juan Villamón
Universidad Ricardo Palma (Lima)



En adelante vamos a intentar el abordaje del tema de los valores morales en el contexto de la posmodernidad y la sociedad de la información, en diálogo con los liberales Isaías Berlin, John Gray y Luis Villoro. Vamos a partir del presupuesto de que hay valores, que éstos tienen una pertinencia significativa para definir los horizontes de identidad y que son parte del conjunto de referentes que dan sentido a la existencia humana. En la constitución de identidades es posible hacer un enfoque bastante variado de qué son o cómo definimos los valores. Incluso podemos afirmar que hay una diversidad de valores; podemos citar desde valores de tipo biológico hasta valores espirituales, según preferencias culturales y énfasis. Como una cuestión metodológica, vamos a suponer que la esfera de valores debe remitirse a cuestiones relativas a la identidad. Desde esta óptica abordaremos los problemas de la universalidad de los valores, la relatividad de los valores en la construcción de identidades individuales, la cuestión de los valores respecto del conocimiento y las condiciones de trabajo.

Partamos de la definición de los valores de acuerdo a un estudio del filósofo mexicano Luis Villoro, El poder y el valor, fundamentos de la ética política (1997). En este texto Villoro propone que los valores son elementos articuladores de la vida humana, que pueden ser descritos en términos de reglas, costumbres e ideales de los que participamos en ciertas comunidades de personas. En el transcurso de la vida participamos de los valores como elementos integradores de la vida en sociedad, de tal manera que si sustrajéramos la trama formada por los valores la relación de las personas entre sí en una sociedad no sería posible. Como es fácil observar, estamos ante significados sociales una de cuyas características más básicas es la regularidad, es decir, su permanencia a lo largo del tiempo. En realidad los valores así entendidos definen una cierta organización del espacio, el tiempo, el significado de la vida social y la comunicación, estableciendo lo que bien podemos denominar “el mundo cultural”. ¿Cuál es el aporte específico del valor en el mundo cultural? Creemos ser leales a Villoro si interpretamos que el valor asegura la racionalidad del mundo cultural, entendiendo por “racionalidad” pensar la solución o mitigación de las relaciones del conflicto.

La definición del valor como regulador de la racionalidad del mundo cultural que hemos tomado de Villoro no puede aplicarse de manera indiscriminada. Si el mundo cultural regula el espacio-tiempo para resolver los conflictos, un mundo marcado por la tecnología y por la modificación del concepto espacio-tiempo habrá modificado también su concepto de lo que es un valor, o habrá creado o establecido valores en función de la nueva noción de espacio-tiempo. Partimos del presupuesto fuerte de que en la posmodernidad ha cambiado la naturaleza de los conflictos. ¿En qué han cambiado? Están afectados, marcados en especial la tecnología relativa a la información, a la velocidad de la transmisión de mensajes. En este sentido, es racional reconocer que existe una conflictividad inherente a todo lo tecnológico, vinculada con la técnica en general. Los valores como articuladores del mundo cultural hacen que grupos de personas compartan un conjunto de valores, creencias, puntos de vista sobre el mundo en general, aceptando además sistemas de símbolos. Añadamos que se trata de un horizonte simbólico de transmisión de mensajes y significados que se aprenden y transmiten, que configuran identidades y tienen una cierta densidad moral que es relativa a su racionalidad. La pregunta es: ¿Aumenta la conflictividad gracias a las nuevas tecnologías de la información? Nuestro punto de vista es que hay una persistencia de la atribución de ciertos valores que preserva sectores enteros del mundo social que podrían ser liquidados por la tecnología, que tiende a neutralizarlos.

Respecto de los valores y el espacio-tiempo, y respecto de la racionalidad del mundo cultural, vamos a adoptar el punto de vista universalista, que vamos a ejemplificar con Isaiah Berlin, según la cual los valores respaldarían un consenso moral en todas las circunstancias posibles. Como vamos a ver, esta posición no satisface las condiciones de la condición posmoderna, que enfatiza la fragilidad de los consensos en torno de los valores. El universalismo en los cambios en el concepto de espacio-tiempo introducidos por las nuevas tecnologías de la comunicación y la sociedad de la información no modificarían sustancialmente el recurso a los valores como la racionalidad para resolver conflictos; es obvio que se alterarían las condiciones del reconocimiento y que aumentarían los conflictos. Para esto último vamos a precisar una teoría complementaria, la concepción genética de los valores según el liberal John Gray.



Según Berlín, existen valores que podemos llamar “objetivos”, sean éstos morales o sociales (Libertad y necesidad en la historia, 1974). Berlin sostiene que los valores serían eternos y universales, no serían alterados por los cambios de la historia y serían accesibles a todo ser racional. Es más. Según Berlin, los valores serían la posibilidad para comunicarnos con otros. El carácter moral de los valores radicaría en la libertad de su adhesión por parte del individuo. No habría –según Berlin- ningún valor superior al individuo. Es extraño que Berlin nos se cuestione lo que su universalismo significa. Si seguimos el hilo conductor de este razonamiento habría que asumir como universalmente válida una moral determinada. De un lado se ofrece el concepto de un hombre homogéneo desde el punto de vista cultural. Berlin, pues, no ve incompatibilidad alguna entre una sociedad regulada por normas racionales universales y el cultivo de la particularidad. La cantidad de conflictos parecería así estar relacionada con la universalidad de los valores. Una sociedad con un mundo cultural más universalista debía ser menos conflictiva que una sociedad que estuviera articulada con otra clase de valores. En Berlin esto se traduce en un problema de validez de las reglas. El valor asegura la racionalidad de los sistemas prácticos en el quehacer cotidiano. Si algunos grupos de personas se identifican por rasgos particulares, estaríamos en términos de posibilidades estadísticas, ignorando lo que es humano en ellos: sus juicios de valor, sus decisiones, sus diferentes concepciones de la vida. Nos parece que esta presentación universalista de los valores es de un optimismo exagerada y que presupone una aplicación del método científico que describe, clasifica y predice, aunque no explique nada. En este caso: ¿por qué tenemos (graves) conflictos en las sociedades posmodernas?

Ya se ha hecho notar, dentro de la propia vertiente liberal que Berlin representa, que cuando hablamos de cuestiones prácticas, los seres humanos no son lo suficientemente convergentes en sus juicios comprometidos con el bienestar de la humanidad como para poder llegar a un consenso que podamos llamar “universal”. ¿Cómo explicamos la hegemonía de valores que se llamen “universales”? Esta pregunta nos va a conducir a una concepción de los valores universales de tipo genético, que encontramos en John Gray: Las dos caras del liberalismo, una nueva interpretación de la tolerancia liberal ( 2001, edición castellana).

Es una cuestión de experiencia que no hay una única clase de vida que pueda ser considerada “la mejor” para toda la especie humana. Esta afirmación no es menos aplicable a la actualidad que a otros tiempos o latitudes. Pero, ¿qué sucede si nos enfocamos en el presente, en la época de la revolución en las tecnologías de la comunicación? En el mundo de hoy hay una disociación entre las prácticas culturales y el nuevo concepto de espacio-tiempo, que amplía los referentes, haciendo accesibles valores de culturas diversas en un espacio común. Las condiciones para la formación del medio cultural en la posmodernidad han cambiado; los referentes de identidad se han vuelto virtuales, lo que afecta también la formación de los valores. En una sociedad con un medio cultural posmoderno la adquisición de los referentes que constituyen la identidad han perdido su vínculo con la tradición. Si seguimos a Berlin, los valores deberían haberse vuelto universales, pero lo que parece suceder es lo opuesto: Los referentes, que pueden proceder de cualquier lugar o tiempo, se han vuelto arbitrarios, ya que actuamos según necesidades y propósitos personales. En lugar de universalidad, encontramos arbitrariedad. Esta contradicción es resuelta por Gray por medio de una teoría genética de adquisición de los valores.

En condiciones ordinarias, los seres humanos difieren demasiado como para respaldar un consenso universal en los valores. En el contexto de la posmodernidad no tenemos por qué esperar un solo concepto convergente de valor. Según John Gray, que es un experto en teoría liberal, el problema de la universalidad de los valores se resuelve apelando a conceptos relativos a la adquisición de los valores. De acuerdo con Gray, podemos robustecer los conceptos que tenemos respecto a los valores sobre la base de nuestra propia experiencia. Su propuesta implica una suerte de orientación en nuestros valores. Según Gray, habría que seleccionar los valores que aparecen en la práctica social y adoptar los más universales. Es de esperarse que nuestros valores estén en gran parte comprometidos con la sociedad en la que nos desarrollamos y, por lo tanto, una parte del significado de los valores tiene que ver con nuestra libertad para adherirnos o no a unos valores más que a otros. El carácter de pertinencia y universalidad de los valores dependería de una decisión que podría finalmente ser confirmada o descartada por la praxis social. Podríamos experimentar valores y medir su pertinencia por su efectividad, sabiendo a posteriori si nuestra adhesión ha sido la correcta. En definitiva, Gray, a diferencia de Berlin, cree que la fuerza moral de los valores universales depende de la práctica. ¿Es sostenible esta posición de Gray? ¿Puede explicar Gray los conflictos propios del mundo posmoderno?



Estamos de acuerdo con Gray en el sentido de que las prácticas sociales son un filtro razonable para seleccionar valores. Pero su teoría no explica la universalidad de los valores y tampoco explica cómo los valores de nuestra época enfrentan, resuelven o provocan conflictos, que es nuestro tema principal. En realidad, muy al contrario de lo que Gray sostiene, consideramos que su teoría genética de los valores universales nos ayuda a deducir que no podemos construir una teoría unificadora de los valores. Estamos en el contexto del nuevo espacio-tiempo. Los diversos sujetos tienen a la mano nuevas tecnologías que les permiten informarse ilimitadamente e interactuar de manera virtual con personas de diversas culturas. Adquieren aún cultura, como en los tiempos anteriores, pero ésta ya no es concreta, pues sus referentes se han diluido y diversificado. Aceptemos que aún los sujetos tienen un medio cultural. Hay racionalidad. En la medida de la variedad de los referentes culturales, ¿cómo podemos describir exitosamente la adquisición de valores? No puede ser por la adherencia a un conjunto de prácticas y creencias, pues ese conjunto no estaría definido. Podemos hacerlo entonces por la capacidad de resolver conflictos, que es lo que se supone que hacen los valores cuando uno ya los ha adquirido. Supongamos que en la praxis social ya hemos seleccionado algunos valores como “los mejores”. Pero nos encontramos con que la sociedad posmoderna está llena de conflictos, étnicos, de género, culturales, religiosos, etc. Entonces, un autor como Berlin o Gray está en el dilema de que, o bien no tenemos valores, o bien éstos no son universales.

Si hacemos un acercamiento benévolo a Berlin y Gray, podemos considerar que en el contexto de un nuevo concepto de espacio-tiempo hay nuevos valores, o se gestan valores más difusos pues, aunque hay una cantidad grande de conflictos, predomina el intercambio ordenado y pacífico. Una hipótesis sería que los diferentes sujetos resuelven sus conflictos de manera distinta, que hay nuevas identidades o que los valores universales del pasado se han visto enriquecidos. Pero este optimismo nos fuerza también a aceptar la presencia de una debilidad epistemológica en las versiones universalistas, que tal vez tengan relación con la concepción general de la posmodernidad como un tiempo en que el fundamento se ha disuelto y no hay verdad universal. Este razonamiento puede salvar el universalismo, en una visión “débil”, a la vez que aprovechar el modelo genético de Gray, explicar cómo se resuelven los conflictos y por qué, a pesar de ciertas características de universalidad, los conflictos persisten en el mundo actual y no pueden ser resueltos de una manera plena. Tal vez hay que coexistir con los conflictos de una manera novedosa.

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