En este tiempo de
nihilismo consumado, asociado a todo intento de reflexión secundado por el sugestivo prefijo “post”, el pensamiento de Vattimo encuentra un lugar especial
absolutamente concordante con dicho prefijo, como pensador del “después de”. Si
hay que buscar aguas arriba la fuente de su inspiración, sin lugar a dudas como
lo dice Ramón Rodríguez, un comentarista suyo, se sitúa en la senda abierta por
Nietzsche y Heidegger[1]. Precisando
un poco más, la muerte de Dios anunciada por Nietzsche y el del final de la
metafísica presentado por Heidegger constituyen las premisas fundamentales para
la tarea especulativa llevada adelante por Vattimo.
En
opinión de otra intérprete de Vattimo, Teresa Oñate, aludiendo a la
contribución del filósofo italiano al pensamiento contemporáneo afirma que en
Vattimo se da y se encuentra, la más acertada introducción activa posible al
pensar de los problemas de la filosofía contemporánea, tal como ésta lo es
desde la doble determinación indisociable asignada por Nietzsche y explicitada
por Heidegger.[2]
Con respecto a la importancia que el pensamiento de Vattimo tiene en la
actualidad, otro de sus intérpretes – a juicio de Vattimo el mejor- Giovanni
Giorgio, señala que Vattimo es uno de los filósofos más debatidos del panorama
filosófico contemporáneo, tanto que la literatura se vuelve cada día más vasta.[3] Por
otra parte, Franco Volpi, en su análisis del nihilismo italiano menciona a
Vattimo como el que da el tono final del debate sobre el nihilismo. Volpi
destaca que Vattimo al elegir la conciencia nihilista como horizonte de su
pensamiento, se proclama a sí mismo como apologista del nihilismo.[4] En
total correspondencia con lo aseverado por Franco Volpi, encontramos la afirmación
de puño y letra del mismo Vattimo en un título de uno de sus artículos contenidos
en El fin de la modernidad, denominado Apología del nihilismo o,
en el contenido del artículo mismo la afirmación de que “el nihilismo es
nuestra única chance”[5], modos
diversos de indicar que el nihilismo es la tónica de fondo de la especulación
vattimiana.
La
característica principal de su programa especulativo es la renuncia a las
categorías fuertes de la tradición filosófica occidental y la proposición de
una ontología débil. En palabras de Franco Volpi esta ontología: “pretende
reconocer y aceptar el devenir en su facticidad, sin adjudicarle un sentido que
lo trascienda y sin imponerle formas, categorías o esquemas interpretativos
fuertes, que terminarían inevitablemente por inhibir el fluir”.[6] Esta
declarada renuncia de Vattimo a las categorías fuertes, este distanciamiento
actual del pensamiento contemporáneo respecto de la metafísica, se debe como
señala Ramón Rodríguez fundamentalmente a razones ético-vitales antes que
teoréticas. Al respecto el propio Vattimo señala que en la exigencia ética de
Levinás se da una contribución decisiva en el sentido de la superación de la
metafísica. La metafísica y sus categorías fuertes resulta violenta. Este modo
de concebir el pensamiento metafísico como violencia es una idea inspirada en
Lévinas[7],
implica una resistencia a un poder violento, o, en positivo, una voluntad de
deliberación, lo que guía la deconstrucción de la metafísica.[8]
En esa
mencionada disolución de las categorías metafísicas fuertes, Vattimo condena
una actitud propia de la modernidad, la de buscar la unidad, quizá dicho esto
con terminología propia de la filosofía antigua: reducir lo múltiple, lo
disperso, lo fragmentado a lo uno. Con expresión del último Wittgenstein
diríamos que el pensamiento de Vattimo da cabida a todos los juegos de
lenguaje, a diversos modos de saber, sin pretender torpemente reducir toda la
rica fragmentación de la realidad a una unidad violenta, como arriba
explicábamos. Escapar a la violencia del pensamiento único es posible, según
Vattimo, en virtud de un pensamiento débil que no busca un fundamento último, Grund
(fundamento) diría Heidegger, sino que hace explícita referencia a un despido
de la tarea especulativa tal como Occidente la concibió a la luz de la
metafísica. La racionalidad débil, parte de la experiencia; está ─diríamos─ contaminada
de cultura. En palabras de Vattimo:
“...experiencia que se presenta siempre cualificada desde el punto de
vista histórico y preñada de contenido cultural. No existen condiciones
trascendentales de posibilidad de la experiencia, accesible mediante cualquier
tipo de reducción o epojé que suspenda nuestra pertenencia a determinados
horizontes históricos-culturales, lingüísticos, categoriales”.[9]
Esto
que acabamos de señalar permite que la racionalidad débil valga como un
paradigma paralógico, no subordinante, ni jerarquizante, dando mayor lugar a lo
transversal ─si se nos permite la expresión─ y no tanto a lo vertical, por lo
tanto a la pluralidad. Franco Volpi, al respecto, dice que a partir de la
pluralidad se subraya la no posibilidad de compactación y uniformación, sino la
potencia de la fragmentación, de la conflictividad e incluso de la inconmensurabilidad.[10] Dilucidadas
a grandes rasgos las implicancias nihilistas del pensamiento de Vattimo, nos
referiremos seguidamente a la hermenéutica como aquel contorno en el que se
desarrolla como consecuencia de la acción del nihilismo la tarea filosófica más
significativa del pensador italiano. La hermenéutica es, según la opinión de
Vattimo, la koiné (lengua común) filosófica de este tiempo y afirma que
en el pasado las grandes discusiones filosóficas tenían que rendir cuentas al
marxismo o al estructuralismo, así hoy la hermenéutica parece haber asumido esa
misma posición central.[11]
Enrico Berti por su parte cuestiona esta afirmación de Vattimo y dice: “Aunque
la hermenéutica, dada la extrema fragmentación de la filosofía contemporánea,
tal vez no sea precisamente esa koiné filosófica que se ha intentado
sostener, indudablemente constituye una de las posiciones filosóficas hoy en
día más difundidas”.[12]
La
hermenéutica en el pensamiento de Vattimo tiene lugar a causa del nihilismo y
este, a su vez, propone una ontología débil sobre la base de Nietzsche y
Heidegger como modo de ultrapasar la metafísica, considerando que ya no es
necesario buscar estructuras estables, fundamentos eternos ni nada semejante.
En efecto, la nueva ontología piensa que el ser debe captarse como un evento,
como el configurarse de la realidad particularmente ligado a la situación de
una época, que, por su parte, es para Vattimo, proveniencia de las épocas que
la han precedido. Pensar el ser significa escuchar los mensajes que provienen
de tales épocas, y aquellos además, que provienen de los otros, de los
contemporáneos, de diferentes culturas, subculturas, de grupos, etc., que
comienzan a tomar la palabra en esta época. Por lo tanto, la racionalidad
característica de la ontología nihilista o de la hermenéutica nihilista será una
racionalidad débil. Vattimo, aclara Ramón Rodríguez, desconfía de la denominación
“pensamiento débil” en virtud de las confusiones que engendra y, quizá también,
de la mala prensa que lleva consigo. La confusión de la cual previene Vattimo
es que la “debilidad” no ha de asociarse al pensamiento, sino que se trata de
un rasgo del ser mismo.[13] Para ser
más precisos hay que señalar que el motor del pensamiento vattimiano es claramente
nietzscheano y su estructura conceptual, su formamentis heideggeriana
y, sólo secundariamente, gadameriana. El nihilismo nietzscheano del cual parte
Vattimo para desembocar en la hermenéutica nihilista, es el anuncio de la
muerte de Dios, asociado a la disolución de todo fundamento último; entendiendo
con ello la desaparición de toda instancia objetiva, ética u ontológica, en el
sentido de perder su carácter obligante para el sujeto a quien se dirigen. De
este modo la ausencia de objetividad da lugar a la interpretación de toda experiencia,
de acuerdo a la afirmación de Nietzsche: “no existen hechos, sólo interpretaciones”,
así, según Vattimo, la idea misma de fundamento pierde vigencia, para unirse a
la caracterización heideggeriana del final de la metafísica adviniendo de esta
manera el nihilismo como un acontecimiento del ser.
Esta idea que
explicitamos recientemente es algo así ─si se nos permite la comparación─ como
la mirada calidoscópica desde la cual Vattimo analizará todos los órdenes del
pensar y la praxis humana. En su expresión más radical desde el punto de vista
ontológico su enunciación será: no hay ningún estado de cosas, ninguna
situación objetiva que imponga al pensamiento la obligación de reconocerlo como
realidad. Miradas las cosas desde el punto de vista epistemológico la
enunciación radical será: pensar ya no significa remontarse hasta un fundamento
objetivo, sea en las cosas, sea en el pensar mismo, ni al fundamento como
enclave último de [14] Ahora
bien, la filosofía hermenéutica, para Vattimo, no es un conjunto de
afirmaciones sobre el hecho de las interpretaciones, porque de ese modo estaría
proponiendo evidencias estructurales que darían cuenta de la naturaleza de
alternativas mejores o superadoras ante cada interpretación ofrecida, sino que
la hermenéutica es también una interpretación que, como tal, no puede aducir
una evidencia incontrovertible a su favor.
inteligibilidad. De este modo la hermenéutica previene contra
las tentaciones de asumir nuevas formas de fundacionismo y ofrece con ello la
clave para evitar la emergencia de la violencia que mora agazapada detrás de
toda estructura metafísica.
Para finalizar cabe
subrayar que la racionalidad de la hermenéutica nihilista, aspira a una
narración de su propia proveniencia; su argumentación consiste en contar la
historia de la filosofía moderna en una interpretación que da cuenta del final
de la metafísica y el advenimiento del nihilismo. Vattimfuerza en
demostrar que la racionalidad misma radica en la reconstrucción interpretativa
de la modernidad. Trata de este modo de hacer inteligible el actual estado de
cosas del mundo (y de la filosofía en él); eso lo lleva a cabo a través de la
narración que radica en la interpretación del sentido de un curso de acontecimientos,
que “permite señalarle su lugar, colocarlo en su sitio, y así aducir razones
para la discusión y reducir el relativismo”.[15]
[1]Vattimo, Gianni, Más allá de la interpretación, Barcelona,
Paidós, 1995, pp.10-11.
[2] Vattimo, Gianni, Diálogo con
Nietzsche, Buenos Aires, Paidós, 2002,
p.15.
[3] Giorgio, Giovanni, Il pensiero di Gianni Vattimo: L’emancipazione
dalla metafísica tra dialettica ed ermeneutica, Milán: Franco Angeli, 2006,
p.9. La traducción es nuestra.
[4] Volpi, Franco, El nihilismo, Buenos Aires, Biblos, 2005, p. 156.
[5] Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad, México, Gedisa, 2004, p. 23.
Siguiendo el ensayo de Isaiah Berlin sobre Joseph de Maistre (1753-1821), el filósofo súbdito del extinto Reino de Piamonte-Cerdeña ha sido conocido en el mundo de habla inglesa como un precursor del fascismo. Los ensayos incluidos en este volumen de Armenteros y Lebrun desafían este punto de vista. Poniendo en evidencia la falta de cuidado y las limitaciones del trabajo de Berlin, los textos ilustran la extraordinaria diversidad de influencias de la obra del Conde en el mundo europeo. Lejos de ser un ideólogo inflexible, el Conde aparece como un versátil y profundo pensador moderno que atrajo lectores de todo el espectro político. London, Brill, 2011.
Nureddín Cueva García.
Dhul Hijja 1435 / Octubre 2014
Bismillahi Rahmani Rahim
“Cuando lo blanco se llame negro y lo negro se llame blanco. Será la Era del Anticristo. Estamos en esa época, hemos entrado a ella”. Así nos enseñaba apenas cinco años atrás mi maestro de querida memoria, descendiente de Muhammad el Profeta del Islam, con él sea la paz, y del Califa Otomano Sultan Mehmet Fatih II.
Hoy, en Siria e Irak, una agrupación armada se ha hecho de un territorio, y armada de un salvajismo que se justifica y se glorifica para estupor del mundo, corre en boca de todos la frase ‘estado islámico’ asociándola a un monstruo vicioso, ejemplificación del odio y la barbarie.
“No se asombren de que en el futuro se quiera nombrar a un ‘califa’ fabricado por manos ajenas”, nos advertía.
Así nos enseñaba desde su visión espiritual el sunni, el sufí, el guerrero de Allah, Sheykh Abdul Kerim Kibrisi.
Y es que estos últimos años, sin duda, son la época de la confusión.
Antes, para ser un Estado debías tener reconocimiento de otros estados, embajadas, relaciones internacionales, el reconocimiento mal que bien cuando menos de la población.
Antes estaba claro que si sólo gobernadas un pedazo de territorio particular, eras en términos islámicos un Emir o a lo sumo un Presidente de un país o un Rey pequeño.
Siempre reservamos el título de Califa para una realidad digna de algo superior. Califa es aquel que representa al Profeta Muhammad, la paz sea sobre él, tras la partida de éste a la Vida eterna. Es el gobernante de la Nación del Islam.
¿Cómo así escasos 10,000 militantes podrían tener la representación de más de … 1,200 millones de musulmanes del mundo para designar, no ya un emir para sí, sino al mismísimo Califa reconstituido? 1,200 millones de musulmanes, repartidos en todo el mundo, en particular en más de 40 países islámicos.
El Califa es la sombra de Dios en la tierra, dice un proverbio de sabiduría. Y es que su gobierno custodia no menos que los dos lugares santos por excelencia del Islam, Meca y Medina. Y desde allí, como hicieron los Otomanos, la Media Luna se extiende por tres continentes, abarcando las otras dos ciudades santas, Jerusalén y Damasco.
Pero el líder de este grupo rebelde no controla ninguna de las cuatro ciudades. Más aún, el ‘califa’ ¡necesitaría visa para ir a Meca y Medina!
Para hacer un paralelo al lector no musulmán.
¿No se basaba la legitimidad del emperador romano se basaba en su condición de Pontifex, es decir, puente entre el Cielo y la Tierra? ¿No era el emperador chino, según la tradición extremooriental, un Hijo del Cielo y la Tierra? En Occidente mismo, ah cuando Occidente era en buena cuenta oriental, ¿no derivaba la legitimidad de Carlomagno de su condición de ser el líder del denominado Sacro Imperio Romano Germánico, por confirmación del mismísimo Papa o el líder de las naciones cristianas?
Ahora bien, tales relatos de legitimación pertenecen al reino de las fantasías (desde un punto de vista) y al campo de las narrativas de la cosmovisión (desde otro punto de vista, complementario del anterior, sin embargo) del prestigio antiguo de la unidad religiosa.
Para el Islam, que vino a acabar con las idolatrías y los autoengaños de las Gentes del Libro y las naciones del orbe sin acabar no obstante con la potencia solar del espíritu, tales legitimaciones son a lo sumo manifestación impropia de la fitrah (la naturaleza íntima) del liderazgo unificado.
Pero en el Islam, como fue el caso de los Khulafa e Rashidun, los Cuatro califas Rectos, y lo es de nuevo con los Califas Otomanos –si bien a una escala religiosa de menor orden y rango que la de los Cuatro Ejemplares- el Califa es la cabeza que representa en el orden visible al Mensajero de Dios, la paz sea con él, con el cual se conecta este mundo a la Voluntad del Señor de los Cielos y los mundos. Y las órdenes de espiritualidad y los maestros que ponen su pie en los Cielos, las tariqas y los shaykhs sufís, daban soporte al Califato.
Pero este autodenominado ‘Estado Islámico’ –sin importar cuántas imágenes otomanas se le asocie por un autor amigo mío en su reflexión sobre el mismo- detesta a los otomanos, a los sufís, a los Imames de la Casa Bendita [Ahlul Bayt] (que los sufís y los sunnis cultos del Islam tradicional, lejos del shiismo, son los primeros en reconocer con amor y admiración) (1). Y devora –si pudiera- a todo lo que signifique el ascenso en la escala del Ser.
Y detesta todo ello, bajo la doctrina de la odiosidad de la apostasía por encima de la incredulidad (kufr), más inclusive que a los mismísimos soldados sionistas que bajo la crueldad del estado paródico de Israel aplasta a una nación hermana nuestra hace décadas bajo el silencio del mundo.
¿Qué legitimidad política o metapolítica puede tener este grupo de sanguinarios?
Más de 160 prestigiosos ulamas y líderes religiosos sunnitas del orbe de nuestra Nación ¡los descalifican y los llaman al orden y a dejar su claro extravío! Y hacen el recordatorio en su carta pública no menos que a una profecía del mismísimo Mensajero de Dios, la paz sea con él, que los describe con clarividencia, para quien quiera advertir estos asuntos (2).
“Fabricado por manos ajenas”.
Sin duda. Véase al senador McCain en la foto cuando está reunido con el hoy Califa, antes de que el Congreso norteamericano aprobara un millonario fondo para esos rebeldes. Sépase dónde entrenaron y cómo consiguieron sus primeros fondos, bajo la venia cómplice de qué servicios secretos qué hospitales recibieron a sus primeros heridos. Thierry Meissan tiene mucho que decir al respecto (3). Hoy, al salirse la criatura de control, la hipocresía amnésica de Occidente y de algunos estados de Medio oriente se pone en marcha para controlarlos. Sabemos de los juegos de fondo, como cuando Bin Laden era representado como luchador por la justicia antes de que se volviera contra sus amos. Pero amnésicos o no, a este pseudo-estado no le corresponde más que el desprecio Divino.
“Ellos traman, pero Allah es el mejor de los que traman”, dice Allah en el Sagrado Corán.
Este pseudo estado no es un grito premoderno, ¡qué va! Los líderes jihadistas (a lo Maududi) son el refrito moderno en el mundo post-colonial de Medio oriente y el casus belli de sus amos capitalistas. Es la toma de la Bastilla y el grito estatista del Leviathan de la revolución política moderna, activando la nueva guillotina (4).
Pero la Hora se acerca. Sin duda, habrá un Califa en Estambul –la descendencia subsiste y está siendo preparada- y tras él, se verá al Mahdi que más del 60% de los musulmanes esperamos y del cual numerosos maestros sufís oyen sus pasos cada vez más cerca (5).
“Cuando veáis las banderas negras, permaneced donde estáis y no mováis las manos o los pies. A partir de entonces, aparecerá una gente débil e insignificante. Sus corazones serán como trozos de hierro …” [Muhammad, Profeta del Islam, la paz sea con él].
El Ser se ha desvelado y, lo que era oculto
para el hombre, se ha instalado en el seno de su mundo. El 30 de setiembre de
2014 el diario turco Aydinik Daily
anunció al mundo del hombre la existencia oficial de un Estado, de un Estado
nuevo, de una nueva monarquía religiosa. El régimen de Recep Tayyip Erdogan,
cuya sede es Ankara, ha permitido la apertura de un Consulado oficial para la
concesión de visados para aquellos hombres de fe en el Islam de toda la Tierra que
deseen integrarse a la guerra santa contra Estados Unidos y sus colonias. Ese
Consulado significa el reconocimiento oficial como un Estado de algo que la
prensa occidental denomina hasta ahora, de manera preferente y obsesiva, grupo
de “terroristas”, los terroristas del “EI” (Estado Islámico). Y es que el
Estado Islámico es un país, no es una asociación terrorista, y admitirlo exige,
como se comprende fácilmente, incorporar a este Estado en el marco de derechos
que rigen las relaciones internacionales. Los “terroristas” no tienen derechos;
los Estados sí los tienen. No los que dictan las Naciones Unidas, un anexo
execrable de los Estados Unidos, sino los derechos que se ha reconocido siempre
para los vínculos entre los Estados y que se rigen por el sentido común. Y
lejos de ser esto cualquier cosa irrelevante es, posiblemente, uno de los
signos de los tiempos más significativos para el hermeneuta, que ve claramente una
manifestación explícita como pocas del fin del mundo que los Estados Unidos
representan para la existencia humana. Es decir, del fin del mundo del
liberalismo y los ideales e instituciones que, sin freno, desde 1789 en
adelante, van camino de la destrucción de la Tierra entera.
Para el filósofo hermeneuta, el reconocimiento
del Estado Islámico como un país, con los derechos que con ello se instalan, es
un “resplandor”, esto es, un indicio, el anuncio de un mensaje que estremece la
conciencia humana. Es lo que en la filosofía de Martin Heidegger o su interpretación
posterior se denomina un “evento apropiador”. Un suceso, un acontecimiento cuya
mera presencia en el mundo histórico implica su transformación y que, llegado a
oídas del hombre, lo estremece de los sentimientos propios del espanto ante lo
nuevo e ininterpretable. Como ha dicho alguna vez Mao Tse Tung, “la revolución
no es una invitación a cenar”. Y aunque el Estado Islámico realiza acciones
lamentables y tremendas para la sensibilidad humana, que la moral no puede
soportar, los Estados Unidos están lejos de proceder de manera diversa. Pero a
los Estados Unidos los comprendemos: contamos con los medios filosóficos y
sociales para entender, esto es, transformar en argumentos, sus iniciativas de
violencia y crueldad a lo largo del mundo humano. Al nuevo Estado Islámico no
lo comprendemos en ese sentido, pero tenemos los medios filosóficos y sociales
para entender por qué lo incomprensible de su conducta juzgada moralmente ha
adquirido el derecho de abrirse como un espacio de sentido que es sin duda muy
diferente del que se da en el mundo Occidental. Esta diferencia es el motivo de
nuestra reflexión desde el punto de vista amplio de la hermenéutica, que es así
también el de la filosofía.
Veamos primero el significado de este evento
apropiador desde el punto de vista del hombre. Cualquier observador que haga un
esfuerzo por ser imparcial reconoce que el Estado Islámico no es una banda
terrorista. No es una comandita de asesinos. En realidad se trata de un régimen
monárquico de constitución religiosa, que se considera a sí mismo un “Califato”
y que ejerce dominación política (y no simple terror) ante millones de súbditos.
No se disputa con los islámicos si la denominación del monarca como “califa”
sea o no legítima, pues se trata de una cuestión histórico-jurídica que
corresponde a la tradición del Islam que escapa no sólo a nuestra capacidad,
sino a nuestro interés.
El Califato tiene un soberano visible: su
fotografía es disponible por internet; el régimen goza de un gobierno, con una
organización determinada para sus jerarquías y responsabilidades, lo que
también puede comprobarse hurgando en internet simplemente; la monarquía extiende
su dominio en un territorio, que no es nada desdeñable y que, con certeza, es
mayor que el del Principado de Andorra o el Gran Ducado del Luxemburgo; dentro
de su dominio se ejerce el Derecho y la Justicia, pues hay códigos y jueces,
aunque sea en términos islámicos y no liberales, pero esto ocurre también en
otras monarquías islámicas de la zona, aliadas ahora de los Estados Unidos,
como es en los reinos de Qatar, Omán o Arabia Saudita. En suma, es un dato
fáctico que en el Califato se ejercen actividades humanas con instituciones políticas y civiles, que se
guían por reglas no arbitrarias, que allí donde se habla de “derechos” para
perros y gatos, se rinde en cambio culto a Dios de manera ordenada y donde, por
si esto no fuera suficiente, aunque nunca se lo mencione, el comercio, la
educación y la cultura florecen normalmente. Es inexplicable cómo se llama a
algo como lo que se ha descrito un grupo “terrorista”, pero esto, que es en
realidad un juego de palabras para
idiotizar a una opinión pública que resulta ser esencialmente idiota, es algo
tan frecuente cuando el mundo occidental se refiere a sus adversarios, que nada
debía sorprender. Todo enemigo de Estados Unidos es calificado de “terrorista”,
incluso cuando su único crimen es existir.
El Califato, a diferencia de los reinos
sunitas que lo circundan, fomenta y lleva a la práctica la guerra santa, que es
en realidad una guerra contra los Estados Unidos. Desde el punto de vista
humano, esto es justificable y no en absoluto un producto del azar. Se explica
por la obstinada política de los Estados Unidos y la OTAN en los últimos 20
años en controlar el mundo, en particular el islámico, un mundo que es el mundo
del Califa, pero que no le es propio en absoluto a los Estados Unidos y que,
además, no le significa ninguna amenaza objetiva. Los misiles nucleares de
Estados Unidos pueden devastar la Tierra. Las armas de los musulmanes en guerra
santa, si son exitosas, apenas van a llegar a los límites con Turquía e Irán. La
primera víctima de Estados Unidos fue el Emirato de Afganistán, invadido en el
año 2002. Estados Unidos ha transformado a ese reino, después de casi tres
lustros de sangrienta ocupación militar, en una pestilente república corrupta, sumida
en el caos del odio tribal y sin cuya presencia armada volvería, como es
evidente, a manos del Emir, que aún vive en el exilio. Es admirable,
humanamente, cómo el pueblo de Afganistán, como el de otras naciones oprimidas
por Estados Unidos, tiene la virtud de hacer algo que sus ocupantes, el país
más poderoso de la Tierra, no tienen: paciencia histórica. Tarde o temprano el
Emir volverá y la Coca-Cola regresará a la refrigeradora de la que nunca
debería haber salido. La segunda víctima fue Irak, la antigua Mesopotamia; ésta
era una desarmada república nacionalista multicultural y pacífica hasta que en
2003, ellos, los Estados Unidos y la OTAN, la transformaron en otra corrupta democracia
liberal, alfombrada de cientos de miles de muertos y una multitud incontable de refugiados. Pero
el punto de vista humano no nos interesa. Es demasiado republicano, demasiado
dialogante, demasiado decente para ser el punto de vista del filósofo
hermeneuta.
Veamos ahora el punto de vista filosófico del
asunto, el evento de ésta, la verdadera, única y auténtica “primavera árabe”.
El hombre común de las sociedades liberales se sorprende de la exacerbación de
actos de violencia que indudablemente acompañan a todo episodio político que no
es “una invitación a cenar”. En gran medida esto se debe al carácter moral que la
persona de la calle del mundo liberal le atribuye a la violencia, que es
negativo; aunque hay filósofos en esta tradición que la han defendido como
intrínsecamente buena, no se recuerda que lo haya sido en un sentido moral,
sino ontológico; en estos casos, tampoco ha sido la violencia por la mera
violencia, sino en tanto principio de las instituciones políticas. Fuera de su
consideración como procedencia ontológica de un mundo civil, la violencia en sí
misma es siempre indeseable. Su extremo hermenéutico es, en la muerte del
enemigo, también la propia muerte. La violencia no es, pues, del deseo del
hombre. Pero puede serlo de su interés; no de su interés personal, sino de su
interés histórico. Y justamente un filósofo que une el interés en los
acontecimientos políticos con el despliegue social de la violencia es Inmanuel
Kant, uno de los más decisivos pensadores a quienes se debe el mundo liberal
mismo que se espanta de la violencia que implica el nacimiento del reino del
Califa y de la guerra santa islámica.
Y es que si Estados Unidos ha usado y usa
históricamente de la violencia para sostener su hegemonía, es porque le
subtiende un horizonte metafísico que justifica ese proceder. Cuando los
Estados Unidos, la potencia nuclear más grande y rica de la Tierra, utiliza su
poder militar contra países indefensos que no podrían ni arrojarle una piedra,
es porque hay un esquema conceptual que califica esa violencia como una
invitación a cenar en la que el atacado ha rechazado previamente su asiento.
En los textos de Inmanuel Kant relativos a la
Ilustración, pero más en particular a sus consecuencias sociales, incluida
entre ellas la Revolución Francesa, consideraba que los actos de violencia
política estaban indisolublemente ligados a una consideración que estaba
inspirada por el interés con la historia. Dependían de un punto de vista relativo al camino de la historia, lo que él
denominaba “un hilo conductor”, esto es, un sentido legitimador. Lo que importa
aquí es esta noción del vínculo del hombre con los eventos históricos en
términos de interés. Kant consideraba
que los actos sangrientos de la Revolución Francesa no podían ser condenados, a
pesar de que no se le escapaba que, considerados moralmente, eran atrocidades;
a Kant le resultaba obvio que esos crímenes atroces no podían ser tomados como
meros delitos, que podían servir para encauzar a los perdedores, como es
frecuente desde la Segunda Guerra Mundial y la invención de los “Derechos
Humanos” para justificar el ajusticiamiento de los jerarcas nazis contra la
lógica del Derecho Internacional vigente en la época de su invención. Hoy los ideólogos del pacifismo encubren con su
palabrería una crueldad de la que ellos mismos no dudan en llevar a cabo,
suprimiendo (en las palabras) de la idea de la política la posibilidad de que
en su interés se halle la muerte. Kant pensaba, contra sus sucesores
pacifistas, que los crímenes revolucionarios sí estaban justificados si tenían
un objetivo que fuera de interés político, pues separaba ese interés de la
consideración moral. Pero ese interés político no era arbitrario: estaba
justificado en el punto de vista correcto, “el hilo conductor” del sentido de
la historia.
Kant pensó seriamente, lo cual es increíble
para quien esto escribe, que el interés que veía con una sonrisa cada lista
nueva de asesinatos en la guillotina estaba relacionado con la esencia humana;
la sonrisa de Kant ante la sangre de los inocentes era la sonrisa de la
humanidad. Es posible que los nazis que sonrieran ante la lista de nuevos
judíos ejecutados en cámaras de gas fuera muy parecida, aunque hay que admitir
que su mueca de gozo nietzscheana debía ser más alegre que la del amargado
liberal de Kant, que era una persona resentida y odiosa. Cuando en 2012 Osama ben Laden fue asesinado brutalmente por
un comando de los Estados Unidos, sin juicio previo que se sepa, Barack Obama, y
algo de humanidad liberal dentro de él, llevó consigo un largo suspiro de
felicidad muy parecido.
El punto de vista del interés es histórico, lo
cual puede hacer sospechar que es relativo; pero ésa no era en absoluto la idea
de Kant, que pensaba que había un punto de vista que era cualitativamente
superior a los demás, y que ese punto de vista estaba ligado con la Ilustración.
Para Kant el programa ilustrado no consistía –como erróneamente puede a uno
hacerle sospechar los textos dedicados al tema- en la incorporación del interés
al escrutinio de la opinión educada de una sociedad que conversa; Kant pensaba
más bien que había un vínculo a priori entre
el avance tecnológico y del conocimiento con la esencia humana, y que esa
esencia humana tomaba posesión –por decirlo de alguna manera- del espacio donde
realizar las instituciones y prácticas compatibles con el desarrollo o la
acumulación del conocimiento y el dominio tecnológico de manera violenta. El
interés por la violencia en la istoria estaba ligado con el progreso del
conocimiento, que lo justificaba. Sin saberlo, Kant esbozaba de esta manera una
concepción del interés por la historia que sólo podía tener una dirección, y
que vinculaba cualquier otro punto de vista (de repugnancia moral por el terror
revolucionario, por ejemplo) con el rechazo del conocimiento y el desarrollo
tecnológico, esto es, con el atraso o la ignorancia, impropios del hombre. Los
puntos de vista que disentían de su sonrisa sanguinaria se estrellaban en el
fracaso pues, la expansión del conocimiento era un hecho fáctico, algo que no
se podía negar. Los puntos de vista contrarios a la violencia ejercida por la
Ilustración podían y debían censurarse ante el carácter imponente del progreso
del conocimiento.
Kant, por razones internas a su sistema,
identificó la Ilustración y su rol de “hilo conductor” de la violencia en la
historia con la idea de una racionalidad humana universal e incontestable. Esta
forma de pensar perfiló el pensamiento y la práctica política del mundo
occidental en general, y del mundo liberal en particular luego de la caída del
muro de Berlín, en 1989.
A lo largo del siglo XIX la visión de la
historia como un interés en que la violencia política y social trajera al mundo
las prácticas e instituciones de lo que se llamaría después de Kant
“liberalismo” aparecía como un efecto sabroso del progreso humano se relacionó
con un hecho fáctico de una originalidad y una pregnancia mayores, que fue la
expansión del intercambio comercial. Aunque esta idea no era novedosa, se hizo
popular, y el punto de vista de la economía comenzó a parecer el mismo que el
del progreso de la ciencia, de tal manera que el aumento, no sólo en el
conocimiento, sino también en la riqueza material se identificó con el interés
humano. La violencia social vista desde el interés de la esencia humana era también
un derecho del progreso entendido ya no sólo epistemológicamente, sino
económicamente, con lo cual el interés de la humanidad y el desarrollo
económico y tecnológico llegaron a parecer la misma cosa. Esta economización de
la naturaleza humana hizo de la historia el escenario de una violencia
necesaria para que la humanidad alcanzara bienestar y este punto de vista no
sólo fue abrazado por la concepción liberal de la historia, sino también por
sus variantes en apariencia muy diferentes, como el socialismo y el comunismo.
Estas ideologías transformaron la violencia revolucionaria en una empresa
económica y descalificaron a los adversarios cuyas ideas o prácticas políticas
no fueran también económicas.
La derrota histórica del comunismo luego de la
caída del muro de Berlín fue vista como un signo de la superioridad de un
sistema económico, el capitalista, sobre otro, el comunista. Y también a
precisar una interpretación de los últimos tiempos, desde que Kant escribiera
en favor de las atrocidades sin nombre de la Revolución Francesa, como el
despliegue del hilo conductor que lleva desde el asesinato por la guillotina de
los reyes de Francia hasta Barack Obama. A esto se debió un auge, durante los
últimos treinta años, de la suposición de que la violencia política ejercida
desde el interés económico tenía la justificación de ser de interés para toda
la humanidad. Increíblemente, el interés de las grandes corporaciones del mundo
occidental y su sistema financiero, hoy en la quiebra, era y es el sentido de
la violencia que está legitimada. Esto lleva a entender por qué los pacifistas
que creen en los Derechos del Hombre encuentran justificación una y otra vez
para que el coloso militar y económico de la Tierra aplaste a indefensas
naciones que, ante sus misiles, responden con llanto, muerte, algunas plegarias
y, ocasionalmente, degollando a uno que otro taxista anglosajón.
Un Califato ha surgido en medio del hilo
conductor de la violencia imparable de los Estados Unidos. Se unen a él, de
manera voluntaria, miles de hombres y mujeres de todas partes del mundo. Miles
de personas que no sienten que el interés de la humanidad, es decir, el interés
humano tal y como lo diseñó la Ilustración, sea representativo de sus propios
intereses. Miles de personas en torno de un rey que no busca enriquecerse, ni
enriquecerá la banca o al sistema financiero, y que no comparte en absoluto las
ideas que se derivan de la Revolución Francesa y su propia historia de muerte y
crueldad. Miles de personas que, tal vez, despierten el interés sonriente que
ve en la historia política de violencia del mundo liberal una amenaza más
grande para el género humano que cualquier otra violencia que haya. ¿Qué hará el hermeneuta, entre tanto? Mirar, con interés, a dónde nos lleva la
guillotina islámica. Sus fueros tienen límites, tanto como los de Kant no los
tenía. ¿Qué interés le parece a usted, lector, el más interesante? Una nueva
monarquía islámica acaba de fundarse hace unas semanas en África. Brilla, pues,
el evento. Brilla allí, donde habitan los perdedores, los derrotados, los pobres que la modernidad mantiene en los márgenes de su decadencia. Y brilla a pesar de los Estados Unidos, en
quien un hombre religioso podría ver lo que Joseph de Maistre en la Revolución
Francesa: a Satanás en la Tierra.
Fechas 15, 16 y 17 de octubre de 2014
Informes e inscripciones: Avenida Colmena Izquierda s/n (Universidad Nacional Federico Villarreal, Dirección de la Escuela Profesional de Ciencia Política)
Teléfono: (01) 748 - 0888, anexo 8115
Auspician: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Universidad Nacional Federico Villarreal, La Coalicón
Víctor Samuel Rivera: Charles Maurras et Montealegre. Un marquis péruvien face aux Empires (Società Italiana di Filosofia Politica, marzo de 2011, 23 pp.
Este blog tiene carácter académico y surge con motivo de lecturas de autores de una u otra manera críticos con las líneas de pensamiento político dominantes actuales, en particular críticos con el liberalismo y el vaciamiento de sentido de la existencia, y sus miembros comparten ciertos intereses básicos en común, si bien cada uno tiene posturas distintas y es libre de expresar en este blog opiniones con independencia de los demás miembros.