
Espacio de discusión sobre Filosofía Política

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Etiquetas: Estados Unidos es la Bestia del Apocalipsis, Padre Miguel d'Escoto

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Etiquetas: Louis de Bonald, Vizconde Louis-Ambroise de Bonald
Un día de 1808, por un extraño malentendido,
Lima saltó en júbilo. La Ciudad de los Reyes salió entera a festejar la gloria
de Fernando VII. Españoles, negros y castas, nobles, sotanas y gente de toda
condición saltaba de júbilo. El periódico Minerva
Peruana había hecho saber a sus suscriptores, y era leído en voz alta en
los siete cafés de la ciudad, las fondas y otros espacios públicos, que Carlos
IV había abdicado y que Napoleón había puesto en la cárcel al más odioso
personaje de la Monarquía, el abominable ministro Manuel Godoy. El júbilo era
mayor al saber que los franceses, lejos de extender su revolución satánica a territorio
español, ofrecían en cambio todo su apoyo militar al nuevo Rey, por gracia de
Dios, Don Fernando VII. El trono y el altar estaban asegurados, y lo que se
había llamado en Lima antes “la Bestia monstruosa de San Juan” iba a quedarse
detrás de los Pirineos. Todo era algarabía, toros, trajes y coches de la
nobleza. En medio del griterío de vivas al Rey desde calles y balcones estaba
Gaspar Rico y Angulo, en ese momento un próspero comerciante.
Rico era un personaje extraño. Nacido en la
Rioja, había desembarcado en el Callao en 1794, para avecindarse en Lima y
poner un comercio. Al llegar no lo sospechaba, pero iba a llegar a ser una de
las figuras más relevantes –la más relevante- del periodismo peruano durante el
Antiguo Régimen. Iba a ser un publicista audaz, de gran estilo, astuto y
personaje decisivo para quien desee entender el proceso histórico que condujo a
la caída del régimen español en el Perú. La historiografía peruana no le
concede mucho mérito, no es considerado prócer de la patria, y no hay calle con
su nombre ni escultura ni monumento alguno que lo honre, como sucede con toda
sociedad cuyo fundamento metafísico es el repudio por el pasado como es el
caso, en general, en todas las repúblicas.
En medio de un cierto caos de información
política, que en otras regiones de la España de esta parte del Atlántico había
dado lugar a Juntas, algunas de ellas de carácter francamente revolucionario,
en 1810 la Corte del Reino resolvió auspiciar la impresión de la Gaceta del Gobierno de Lima, inspirada
en alguna medida como orientadora de la opinión, posiblemente idea del sabio y
asesor virreinal Hipólito Unanue. Rico, interesado en intervenir con su pluma
en los asuntos públicos, solicitó se le encargara la redacción del periódico al
Virrey, que lo rechazó, posiblemente porque Rico en ese momento no era más que
un comerciante que carecía de antecedentes en el mundo editorial. Pero resultó
que las Cortes, ese mismo año, decretaron la libertad de imprenta en toda
España, lo que se supo en el Perú al año siguiente. Rico, resentido con el
Virrey, resolvió combatir la política de Abascal en su Gaceta fundando un periódico propio, que suscribió las ideas
liberales que primaban en las Cortes, que para entonces se asentaron en la ciudad
de Cádiz. El periódico se iba a titular El
Peruano, y duraría entre 1811 y el año siguiente, en que sería cerrado por
las autoridades por propalar “principios revolucionarios y tumultuosos”; a Rico
este episodio le significaría el destierro hasta 1816. Hubo motivo para ello,
pues este periódico, fiel al resentimiento de Rico, que iba a ser su redactor,
se dedicó a propalar las ideas nuevas de las Cortes, que rápidamente, desde su
tercer número, adoptaron el tono radical de ser la continuación de los principios
de la Revolución Francesa. El periódico tuvo, mientras circuló, fama
internacional, y su lectura alcanzó a ser exitosa en Buenos Aires, entonces
baluarte revolucionario en América.
Es necesario aquí hacer un alto social. De
hecho, en 1812 se produjo uno de los escasos levantamientos del Reino en ese
periodo que, de acuerdo a los testimonios de época, que son algo confusos,
sindicaban claramente a estos artículos sobre la igualdad de El Peruano como sus inspiradores. Esto
no es del todo seguro, pues hay factores discordantes y testimonios
contradictorios. La rebelión se produjo en los partidos de Huánuco, Panatahuas
y Huamanlíes, y estuvo a cargo de la masa campesina indígena. A inicios del
siglo XIX era mucho menos frecuente que ahora hablar castellano entre los
indios, y menos probable aún, que éstos pudieran leer, o siquiera comprar un
ejemplar de El Peruano. Además, hay
testimonios de que los indios insurrectos venías de recibir propaganda oral e
iconografía de gente blanca de procedencia desconocida que divulgaba entre los
caseríos aislados de la Sierra la extraña idea de que estaba por llegar un
Inca, a falta de Rey, que se llamaba Juan José Castelli. En todo caso, si El Peruano se leía, no con poca
satisfacción, en la subversiva Buenos Aires, también debía leerlo alguna gente
en la Intendencia de Tarma, donde se produjo el levantamiento.
Los colaboradores insospechados de El Peruano fueron implacables contra la
Revolución –la francesa y la española- cuyos principios fueron acusados de
satanismo, de ser obra del “diablo” y del “Anticristo”, de hacer causa común
con el aceleramiento de la anarquía social o, en el peor de los casos, con el
fin del mundo. Es de lamentarse que Gaspar Rico hubiera tenido que defenderse
de colusión con las huestes del Infierno, que tenían fama muy ganada de
espantosos en una Lima cuajada de monjas y procesiones suntuosas y semanales.
Pronto las autoridades, que seguramente estaban más del lado del público que
del solitario escritor, exigieron la identidad verdadera del firmante de los
textos revolucionarios y Guillermo del Río, a quien no le quedaba de otra, pues
de otro modo podía ser penado él mismo, denunció a Rico por su nombre como el
autor de los libelos. Abascal debe haberse quedado atónito al reconocer que el
fallido redactor de la Gaceta, a
quien había él mismo rechazado como inexperto, fuese esa pluma tan notable y
capaz de hacer cosas terribles en un Reino preferentemente pacífico como era
entonces el del Perú. Es tradición sindicar a los frailes de la Santa
Inquisición de haber denunciado a Rico finalmente ante la Junta de Censura, un
procedimiento que estaba previsto en el decreto de libertad de imprenta, pero
la verdad es que, luego de la insurrección en la Intendencia de Tarma, que
estalló en el verano de 1812, el periódico se fue haciendo insoportable para el
gobierno del Virrey. Aunque la Junta de Censura fue bastante benévola, Abascal
embarcó a Rico a España, de donde no volvería sino hasta el fin de su mandato.
Gaspar Rico, luego de su destierro por
Abascal, su enemigo, regresó al Perú en 1816, cuando el ciclo revolucionario en
Europa había terminado y las autoridades legítimas habían, finalmente,
recuperado sus tronos. Esta vez era Abascal quien se regresaba a España. Y
Rico, entonces famoso por su intervención en la prensa, no volvió más a
dedicarse al comercio que lo había traído a Lima en 1794. Apenas llegar, fundó
el periódico fidelista El Investigador,
que iba a circular hasta 1817, y del que, por desgracia, no se conserva
ejemplar alguno. Luego de ese ensayo editorial se hizo más que famoso por una
obra que era la antípoda de El Peruano; en ella abominaba de la revolución
primero, y de la república después, por un periódico en el que, libre de sus
enconos con el gobierno, saldría el pensamiento definitivo del autor. Este
periódico iba a llamarse El Depositario.
El Depositario fue impreso en Lima
desde 1821 expresamente para apoyar la causa de la Monarquía católica, y su
redactor único, Gaspar Rico, acompañaría en persona al último Virrey del Perú
en los diversos lugares en los que éste instaló la Corte del Reino durante la
guerra civil. Publicó en el Cuzco, por tanto, última capital que fuera de la
monarquía peruana.Publicado por Víctor Samuel Rivera en 19:52 0 comentarios

Artículo reciente sobre el pensamiento de Carl Schmitt, acceso a PDF
"Palintropos Harmonie: Jacob Taubes and Carl Schmitt "im liebenden Streit"", en New German Critique, (2014) 41 (1 121), 55-92
Un servicio más de La Coalición.
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 17:31 0 comentarios
Etiquetas: Carl Schmitt, Jacob Taubes, New German Critique
Della Realtá el último y esperado
libro de Gianni Vattimo que publicó en su versión original en lengua italiana
la editorial Garzanti en el año 2012.
Las limitaciones de este
espacio nos obliga a dejar de lado la primera parte del libro que comentamos –si se quiere más teórica- donde es posible
seguir el recorrido que hemos tratado de resumir sumariamente. A nosotros nos
interesa privilegiar el Apéndice del libro De
la realidad, por las
consecuencias prácticas que esta parte final del texto puede tener para el
presente en el que vivimos. En el Apéndice del libro se destacan dos ensayos fundamentales
de la más reciente producción del autor. El primero de esos ensayos se intitula
“Del pensamiento débil al pensamiento de los débiles”. Ese ensayo, a nuestro
modo de ver, debe ser leído a la luz de otro de los textos recogidos en De la Realidad bajo el título de
“Hermenéutica y humanismo de la praxis:
De Heidegger a Marx”. El segundo breve ensayo sobre el cual haremos descansar
nuestro comentario será el texto de la lección de despedida de Vattimo de la
universidad de su ciudad natal. Ese texto ha sido publicando en De la realidad con el mismo título que
tuvo en año 2008 cuando fue pronunciado. Ese título es “Del diálogo al
conflicto”.
Otra de las sugerentes ideas
que estaba ya presente en apartado “La tarea política del pensamiento” de Adiós a la verdad, pero que es refinada
en el ensayo “Del pensamiento débil a pensamiento de los débiles”, es la tesis
según la cual Heidegger no habría logrado ofrecer una explicación satisfactoria
de la tendencia de nuestra civilización a olvidar la “diferencia ontológica”
del Ser y a quedarse en el nivel de lo que se muestra en la presencia de lo
presente y del objeto. Quizás con Marx y también con Nietzsche –argumenta
Vattimo- se podría tratar de alcanzar esa explicación que Heidegger no logró
dar. Así se podría evitar la salida “mística” a la que su pensamiento ha estado
siempre expuesto. Precisamente, vinculando el pensamiento de Heidegger con el
de Nietzsche y el de Marx, podríamos empezar a considerar que el olvido del Ser
a favor de los entes que el autor de Zeit
und Sein intentó pensar, no tiene porque ser necesariamente nada abstruso y
difícil de concebir. Por el contrario, se trataría de algo más concreto y más
fácil de reconocer porque ese olvido del Ser tiene que ver con las condiciones
de dominación que son impuestas históricamente. Como lo muestra Nietzsche y a
su modo también Walter Benjamín – basta recordar aquí solamente sus famosas Tesis sobre la filosofía de la historia-, es la ideología de las clases
dominantes la que produce este olvido que causa el efecto de la imposición de
la presencia. Este olvido nos lleva a aceptar “lo dado” como si fuera algo
normal, indiscutible, y justifica la conocida advertencia de Berthol Brecht que
nos exhortaba a no considerar normal a aquello que pasa.Publicado por Víctor Samuel Rivera en 20:50 0 comentarios
El
concepto de tiempo en la filosofía de Henri Bergson ocupa un lugar
protagónico. Y esto ocurre no solo
porque desde un inicio ya escribir acerca del tiempo hará que cualquier lector
centre su atención en una forma especial, sino que Bergson utiliza este
concepto para mostrar cómo opera la mente, cómo funciona la conciencia. 
Bergson
señala que la idea del tiempo como dimensión mesurable es el resultado de
proyectar la duración en el espacio…O espacializar el tiempo. Es cuando
atribuimos al tiempo características espaciales y la ubicamos fuera de nosotros
cuando aparece la concepción de tiempo que maneja el sentido común y la Física.
De esta manera es que el tiempo se
concibe como una línea homogénea donde cada instante aparece ordenado por una
sucesión establecida por la yuxtaposición. Se presenta al tiempo como una
entidad vacía, neutra, donde cada instante es igual al otro en su naturaleza.
Como un encadenamiento de eslabones, cada uno idéntico al anterior en cuanto a
su ser y que es sujeto a medición. La única diferencia que existe entre un instante
y otro sería su ubicación en el tiempo. Es decir, un instante puede ser
diferente a otro en tanto que uno pertenecería al pasado y otro al presente (se
podría incluir al futuro también si se desea). Entonces nos estamos enfrentando
a una concepción de tiempo que consiste en un espacio homogéneo ordenado por la
yuxtaposición que goza de un movimiento, un fluir constante. Además, este espacio homogéneo que fluye
constantemente no se ubica en el espacio. Es decir, al ser un fluido
impalpable, invisible e insonoro no ocupa un lugar dentro de las tres
dimensiones conocidas del espacio. Por
esta razón, a este tiempo espacializado se le ubica en una cuarta dimensión del
espacio (¡no había en qué otro lugar ubicarlo!).
Es cuando se la despoja de toda cualidad a
la duración, y en vez de esta cualidad imprimimos características espaciales
sólo sobreviviendo de esta operación el fluir propio de la duración cuando
tenemos ante nosotros al tiempo concebido por el sentido común y la Física. Pero al invertir la operación, es decir, al despojarnos de todo
término relativo al espacio para observar y describir los fenómenos de nuestra
conciencia es cuando nos encontramos frente a frente con la duración. De esta
forma estamos ante ese progreso puro, no contaminado por alguna idea relativa
al espacio, que le da vida y movimiento a todos nuestros fenómenos
mentales… Donde existe la heterogeneidad y no la yuxtaposición, puesto que el
principio de impenetrabilidad sólo existe en el espacio y no en el tiempo real:
la duración. Nuestras experiencias, recuerdos, afecciones y todos los fenómenos
de la conciencia se funden haciendo imposible la segmentación y la neutralidad. Publicado por Víctor Samuel Rivera en 20:48 0 comentarios
Etiquetas: Héctor Chocano, Henri Bergson
Gianni Vattimo, De la realidad. Fines de la filosofía. Barcelona: Herder, 2013.
Reseña de Daniel Mariano Leiro, Universidad de Buenos Aires
Para acceder al texto, que se halla en formato pdf con los permisos del caso, hacer click sobre el título de la obra o el nombre del autor.
Hasta el momento, la obra más reciente de Gianni Vattimo. Contiene las Lecciones de Lovaina (1998) y las Gifford Lectures (2010), además de otros textos anteriores relativos al problema del realismo metafísico. El libro contiene como texto final la famosa Lezione di congedo de 2008 con el título "Del diálogo al conflicto".
El video de la parte superior es un homenaje a Su Majestad Fabiola de Bélgica, fallecida hace dos días.
Un servicio más de La Coalición.
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 19:59 0 comentarios
Etiquetas: Daniel Mariano Leiro, Gianni Vattimo, lezione di congedo
Reciente contribución a los estudios sobre el pensamiento del Conde Joseph de Maistre, crítico del mundo liberal
"Deus sive populus. Joseph de Maistre, Jean-Jacques Rousseau y la cuestión de la soberanía"
Michael Rabier
Thémata. Revista de filosofía
N° 14, enero-junio (2014), 293-315
Tiene acceso a la versión en pdf aplastando sobre el título del artículo.
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Publicado por Víctor Samuel Rivera en 20:46 0 comentarios
Etiquetas: Conde Joseph de Maistre, Jean-Jacques Rousseau, Michael Rabier, soberanía
Primera convocatoria
Un resumen de las comunicaciones deben entregarse antes del 1 de julio de 2015, con una extensión de 300 palabras. Todas las comunicaciones serán evaluadas por un comité científico.
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 20:36 0 comentarios
Etiquetas: mauricio beuchot, Universidad Pontificia de Salamanca, X Jornadas de Diálogo Filosófico
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 17:02 0 comentarios
Etiquetas: Erik Kaija Guerrier, Jacob Böhme, Martin Lutero
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 17:00 0 comentarios
Etiquetas: Califato Islámico, EI, Estado Islámico, ISIS
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 16:57 0 comentarios
Etiquetas: XV Congreso Nacional de Filosofía
Javier Prado y Ugarteche (1871-1921). Rector de San Marcos de Lima, el más destacado filósofo positivista de inicios del siglo XX peruano. Racista científico, antiespañol y liberal. Se retractó de sus principales ideas al final de su vida. Fue asesinado por un esposo celoso de un disparo en la cara mientras sostenía relaciones sexuales con una mujer casada.Publicado por Víctor Samuel Rivera en 16:46 0 comentarios
Los momentos más
esenciales de una persona acontecen cuando ésta se halla fuera de control emocional. Esto sucede con motivo de una gran alegría, un gran temor o una
inmensa pena; o una gran cólera. Por mi vocación por la dimensión política del
pensamiento los momentos de ira son los que me resultan más interesantes, sean
éstos en los pueblos tanto como en los particulares. Y siendo como era la
doctora María Luisa Rivara de Tuesta una persona tan emotiva, y dentro del
rango de la gente emocional, que es el más ontológico, una capaz de unos
arranques tremendos de indignación, quiero recordarla ahora por sus cóleras,
que habiendo sido tantas y tan frecuentes, ennoblecían de manera especial los
calmos espasmos en que era capaz de una dulce sonrisa. En su favor diré que no
era de esa gente mediana que es tanta y tan despreciable y que sonríe siempre
sin motivo, o se congela en una especie de seriedad facial inútil, ya que sin
objeto. Son serios y profundos para cruzar la pista. En este sentido específico,
la doctora Rivara era una portadora del Ser. Tal vez no una gran portadora
alzando una luminaria salvífica, pero era un poco como el filósofo que va en
medio del bosque del Ser con una pequeña lámpara en el avanzar humano hacia la
nada. Ella tenía, si no en sus obras, al menos en su espíritu, una lamparilla.
La multitud de los colegas al uso caminan en esa oscuridad infinita del Ser
sólo cuando pueden hallar en el bosque al menos
la lámpara de alguien como ella. Antes que filósofa, hay que recordar a la
doctora como educadora. Su proximidad o mejor, debo decir, su amistad, indicaba
siempre algo.
Conocí a la doctora María
Luisa Rivara de Tuesta a inicios de la década de 1990. Yo me iniciaba como
profesor universitario en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, a
donde, por iniciativa de los propios alumnos, acogidos entonces por el Director
de Estudios, un cura que, más que tomista, parecía un modernista liberal que no
usaba hábito ni jamás hablaba de Dios, se invitó a la doctora a dictar clases
de filosofía en el Perú. Mi primer recuerdo es doble; se hizo rápidamente
célebre por haber amonestado a gritos a un alumno que defendía su tesis de
grado sobre tema peruano por haber llamado a un texto del siglo XIX, que creo
pertenecía a ese holgado del infierno que fuera en vida el ateísta Francisco de
Paula González Vigil (que en paz descanse en la noche eterna, si puede). Gritó
a garganta barítono al pobre del tesista, aterido de espanto, por haber
denominado a un panfleto de este
hombre (o de otro de su estirpe) “panfleto”. Ella exigió que al panfleto se lo llamara “obra” o “libro”,
al extremo de que en la sesión de defensa de la tesis de alguien que es hoy un
exitoso diplomático debió disculparse para continuar, y debió llamar al panfleto como lo que no era: un libro. El
escándalo por el griterío le valió al pobre alumno la peor nota posible para
aprobar. Mi segundo recuerdo es a mí mismo presentándome ante ella, con la
cabeza inclinada: “Víctor Samuel Rivera, doctora; es un honor conocerla”. La
doctora sonrió dulcemente y me contestó “¡se ve usted tan joven!” (bueno, era
joven realmente; gracias a Dios algún día lo fui). Una gran cólera en el medio
de una sonrisa. Eso es para mí la doctora.
Izquierdista consumada y
anticlerical de palabra (pues iba a misa todos los domingos y se persignaba delante de cada iglesia que le salía en el camino), la doctora, que había
obtenido su posgrado en educación con mención en filosofía en 1966, y era
discípula apreciada de Augusto Salazar Bondy, que entonces tenía una gran
influencia tanto académica como institucional en la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos. Eso quiere decir que su tema era el estudio de las ideas
filosóficas en el Perú, bajo las tesis básicas de Salazar sobre el tema, lo que
incluía la creencia, que sin más es falsa e infundada, de que no había habido
ni había en el presente auténtica filosofía peruana; es decir, que no había o
había habido filósofos peruanos en el sentido de que sí los había habido
alemanes o franceses.
Presenté una solicitud
formal para ingresar a la Sociedad Peruana de Filosofía, por escrito, en algún momento del primer semestre de 1992. El doctor Miroquesada tomó en cuenta mi
solicitud por mis publicaciones académicas, que ya eran varias para la fecha,
pero a la doctora no le hacía ninguna gracia que yo fuera seguidor del
pensamiento débil y que apostara, en la línea de Gianni Vattimo y J-F Lyotard,
en el fin de la modernidad. La doctora, que era todo menos una ingenua,
comprendía que había un gran riesgo en una filosofía antimoderna, recusadora
del rol dominante del objetivismo científico y la ideología liberal, cuyos
frutos aún estaban lejos de ser lo que son ahora. “Usted es de los que se dicen
post-modernos” –me dijo-. Durante la sustentación se enardeció y me espetó con
esta frase: “¡Confiese usted de parte de quién está!” (el cuestionado Alberto
Fujimori era presidente del Perú, aunque eso no creo que tuviera que ver nada
con Vattimo y Lyotard). Insistió furiosa en lo mismo, de pie, casi con la
palabra “folleto” en la banda de barítono, hasta que el doctor Miroquesada la
detuvo. Sé que ella dio su voto en contra de mi admisión. Sustentó que yo era
demasiado joven y que mis ideas eran peligrosas. Me lo confesó ella misma
después.
Le agradezco a la doctora
Rivara algo en particular, que deseo mencionar antes de cerrar este texto, que
ya va resultando excesivamente largo. La doctora, que anteponía siempre la
política a la academia y sus creencias al conocimiento fue, moralmente
hablando, una gran persona. Siempre fue compasiva con mi pobreza, por ejemplo.
Le daba lástima verme llegar humildemente a su casa malamente vestido a
ayudarla en mi bicicleta vieja porque no tenía yo dinero entonces para pagar el
pasaje. Siempre me preguntaba al llegar si había comido ya, si me sentía bien, si
no necesitaba algo pues ella, en lugar de verme atlético y fuerte, como
realmente era, sus ojos llenos de limpieza se fijaban más en que estaba algo
delgado para mi edad. Aunque ella misma deploró siempre mi pensamiento
“post-moderno”, “defensor de los blancos”, “traidor a mi raza” (citas
textuales), nunca me quitó la palabra, jamás me rechazó la mano ni dejó de ser
gentil en la conversación, ni siquiera en momentos cruciales en la historia del
Perú que no es oportuno tratar aquí. Nunca me cerró su casa y siempre, que yo
recuerde, hubo para mí café y una frase de preocupación por mis carencias
económicas. Creo que si ella hubiera gritado un poco menos en la vida y
sonreído un poco más conmigo, nos hubiéramos querido muchísimo. Ambos éramos
cristianos, y ambos amábamos al Perú.Publicado por Víctor Samuel Rivera en 16:00 0 comentarios
Etiquetas: Francisco Miroquesada Cantuarias, María Luisa Rivara de Tuesta, Sociedad Peruana de Filosofía, Víctor Samuel Rivera