El problema más fundamental de todo mundo político es su comienzo, y esto porque su comienzo es también su principio. Uno puede preguntarse de un comienzo cuándo acaeció y cómo. Es parte de la naturaleza de las cuestiones humanas en el mundo político la coincidencia entre su comienzo y su principio; es decir, el comienzo, en las cosas humanas, tiene un sentido metafísico. Nos referimos en particular a las instituciones humanas. El comienzo confiere carácter de ser, pues es el comienzo del ser, pero como comienzo también justifica, y cuando lo hace, entonces legitima y genera lo que podemos llamar por generalidad una “constitución política”. De esta simple apostilla, que no tiene la pretensión de afirmar nada original, vamos a derivar algunas reflexiones en torno a la religión, la política y la ética sin otra pretensión que hacer sugerente un asunto en el que podemos dar por sentado que es razonable el desacuerdo entre las opiniones humanas, que por ello son lo que son
Cuando las preguntas por el comienzo tienen respuesta, entonces el acontecimiento del origen puede ser narrado. Como un acercamiento general, el ser narrado coincide también con que ese comienzo puede ser atribuido a un agente. A los héroes fundadores, a un legislador. Pensemos en Solón de Atenas. El cuándo, el cómo y la narración acompañan al agente. Esta idea del comienzo como un cuándo, un cómo y una narración hacen del agente, del fundador, el prototipo de la fundación. De esta manera, él mismo o sus sucesores portan el significado del mundo político que ha tenido lugar con su intervención y, en un sentido fácil de admitir, sus sucesores están constituidos ellos mismos dentro de lo que es significado por la narración original, y son su original. De esta manera, hacen del agente la representación del todo político de lo fundado que, en terminología de Gadamer, podríamos llamar un “espacio de sentido” en el mundo histórico. El modelo ha caracterizado de alguna manera lo que podríamos llamar la metafísica política de la modernidad. Descartes consideró la imagen prototípica del agente fundador como una analogía para expresar lo que después sería una concepción moderna de la racionalidad. El fundador contiene el pensamiento del mundo político y obra sobre él de una manera análoga a como el Dios Todopoderoso del Cristianismo lo hace sobre el mundo creado. Como el Dios cristiano, hace del comienzo el principio del mundo, de ese espacio de sentido que es una ciudad. El origen de esta metáfora es la teología católica del origen del mundo, pero Descartes estaba pensando más bien en la capacidad humana para construir instituciones políticas a través de su razón autónoma. El legislador podía fundar porque podía pensar, porque podía pensar la constitución del mundo civil como un científico es capaz de formular una ley de las ciencias de la naturaleza. acaeció y cómo. Es parte de la naturaleza de las cuestiones humanas en el mundo político la coincidencia entre su comienzo y su principio; es decir, el comienzo, en las cosas humanas, tiene un sentido metafísico. Nos referimos en particular a las instituciones humanas.
El comienzo confiere carácter de ser, pues es el comienzo del ser, pero como comienzo también justifica, y cuando lo hace, entonces legitima y genera lo que podemos llamar por generalidad una “constitución política”. De esta simple apostilla, que no tiene la pretensión de afirmar nada original, vamos a derivar algunas reflexiones en torno a la religión, la política y la ética sin otra pretensión que hacer sugerente un asunto en el que podemos dar por sentado que es razonable el desacuerdo entre las opiniones humanas, que por ello son lo que son.
Es célebre esta cita del Discours de la Méthode de 1637. Escribió Descartes: “me percaté de que no existe tanta perfección en las obras realizadas por muchos maestros como existe cuando han sido ejecutadas por uno solo”. Hace entonces una referencia a las ciudades “modernas”, esto es, a las ciudades cuyo trazado había sido el objeto de un arquitecto para destacar su armonía. Son ciudades en cuyo trazo aparecen reguladas y con orden. Hay un paso de las obras humanas en general, para pasar a la ciudad, esto es, al mundo político, y al mundo político particular de las ciudades, esto es, de aquella referencia que expresa en la tradición griega el ámbito donde lo político es posible de ser pensado. Escribe algo más arriba que ofrece un halago a aquellos pueblos dichosos que “desde su comienzo han observado la constitución hecha por algún prudente legislador”. El legislador instala el comienzo. El comienzo es la apertura de un espacio de sentido que encuentra su representación en un hombre. Este hombre, el legislador, piensa el espacio y –literalmente- lo crea. Es interesante notar que un legislador muy perfecto, como Solón podría serlo, debía dejar muy poco lugar a las disensiones y los desacuerdos respecto del orden constitucional. Esto se debe a que subyace una concepción extraordinariamente optimista de la capacidad humana para establecer la Constitución. Si lo fundado es un espacio de sentido y el que funda lo representa, es de esperarse de sus sucesores que fueran especialmente poco permeables a alterar o cambiar la Constitución.
Respecto del comienzo uno no siempre puede preguntar cuándo. En caso de identificar el agente con un ser humano, es importante establecer, por decirlo así, los hechos del agente, que indican y prueban su humanidad. Simón Bolívar, por ejemplo, le da nombre a Bolivia. En algún sentido, Bolivia es su obra. Es notorio que Bolivia es un espacio de sentido que tiene un comienzo y que la mente de Bolívar contribuyó en el principio de ese comienzo. Joseph de Maistre hizo notar hace tiempo que la humanidad muy pocas veces puede decir cuándo realmente respecto de sus constituciones políticas. Por extraño que nos resulte a nosotros, sus posteriores, hacia el siglo XVIII y el tiempo de la Gran Revolución era una experiencia corriente que el comienzo estuviera rodeado de una atmósfera de niebla cognitiva. El Imperio de los Incas es fundado por unos agentes humanos, Manco Cápac y Mama Ocllo, de cuya biografía material los mitos que tratan de ellos no tienen mucho qué decirnos. De Rómulo y Remo sabemos más cosas, pero no son tan creíbles como los hechos biográficos de Bolívar redactados por un novelista. En estos comienzos donde el agente es dudoso o es anónimo, en realidad falta el comienzo propiamente dicho. Pero es manifiesto que hay una narración del comienzo y es por ello que conocemos de Manco Cápac y Mama Ocllo. También hay una Constitución política, pues es un hecho que el Imperio Incaico fue un espacio de sentido. Y de éste siempre podemos decir que ha sido fundado. Lo que nos falta saber es por quién y cuándo, pero sabemos que eso no importa. No hay un comienzo, pero es inevitable comprender que sí hay un principio, esto es, el espacio de sentido sí puede justificarse, y puede decirse de él si es legítimo.
Víctor Samuel Rivera: Charles Maurras et Montealegre. Un marquis péruvien face aux Empires (Società Italiana di Filosofia Politica, marzo de 2011, 23 pp.
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