Breve reseña sobre la historia de la hermenéutica
Carlos Pairetti
Universidad de Mendoza
“Existen diversos
modos de narrar la historia de la hermenéutica y, precisamente, esto, es la
esencia de la hermenéutica”. Dicho lo cual, lo primero que cabe señalar es que,
en Grecia, la hermenéutica designaba el arte de la interpretación, la actividad
de transmitir mensajes de los dioses a los hombres. En este sentido ─según el
cual la hermenéutica es un ángel, literalmente un mensajero─, del que da
testimonio Platón, la hermenéutica aparece unida a la interpretación de los
oráculos (Política, 260d-e; 290c) y,
al menos en parte, a la poesía, ya que también los poetas son mensajeros de los
dioses (Ión, 534e); a este ámbito se
refiere la raíz tardía que hace remontar la hermenéutica a Hermes, el mensajero
de los dioses. Hermes (cuyo nombre remite a pies alados), célebre por su
velocidad, figura atlética y agilidad, y que ejercía la actividad práctica de
entregar los anuncios, las advertencias y las profecías de los dioses del
Olimpo. Es por ello que en el Ión y en
el Banquete de Platón la hermenéutica
se presenta como una teoría de recepción y como una práctica para la
transmisión y la mediación: Hermes tiene que transmitir aquello que está más
allá de la comprensión humana de manera que pueda ser captado por la
inteligencia humana. Pero en esta transmisión Hermes era a menudo acusado de
latrocinio, traición y hasta de anarquía, porque los mensajes jamás eran
precisos; en otras palabras, sus interpretaciones siempre alteraban los
significados originales. Más que un error, la interpretación es la contribución
real de la interpretación; a diferencia de las descripciones (que persiguen el
ideal de la explicación total), la interpretación añade una nueva vitalidad al
significado. Por esa razón, Dilthey (que fue el primero en esbozar
sistemáticamente la historia de la hermenéutica) veía en la esencia de la
hermenéutica la prioridad de la interpretación por encima de la indagación
científica, la crítica teórica y la construcción literaria.
Esto se vincula
directamente con el hecho de que en el origen, la hermenéutica no ocupa pues
una posición destacada. El racionalismo griego clásico, que identifica el
conocimiento con la visión teorética, enlaza la experiencia hermenéutica con el
ámbito de los saberes inciertos, sibilinos como los dichos de los oráculos, y
pertenecientes más bien al dominio de la opinión que al de la ciencia cierta. A
esto hay que añadir que, durante largo tiempo, los griegos no elaboraron una
reflexión sobre la distancia temporal, de manera que la necesidad de
interpretar eventuales mensajes provenientes del pasado resultaba secundaria.
Habrá que esperar el declive del mundo clásico para que la hermenéutica obtenga
una interpretación distinta.
En la antigüedad
tardía, se establecen, por tanto, los tres ámbitos tradicionales de la
exégesis, uno sagrado y dos profanos; pero, sobre todo, comienza a delinearse,
a través del cristianismo, el primer esbozo de una filosofía de la historia,
que ya no es concebida ─y, en suma, negada─ según el modelo griego, como un
círculo increado en el que las cosas están destinadas a repetirse eternamente,
sino como una línea que comienza con el Génesis, pasa a través del sacrificios
de Cristo y concluye en la resurrección.
El Medievo
seguirá considerándose más bien un epígono extremo de la época clásica, y
proseguirá las orientaciones hermenéuticas presentes en la Patrística: y en
particular la hipótesis de la coexistencia de un sensus litteralis, histórico, con un sensus spiritualis, místico, dividido a su vez en alegórico, moral
y anagógico (concerniente al destino humano del lector). Se trata,
precisamente, de la extensión teológica de la experiencia de la canonicidad de
los textos registrada en la cultura clásica: en la medida en que cada una de
las necesidades de la vida pide ser insertada dentro de un horizonte
tradicional, será necesario preparar una metodología capaz de adecuar la letra
del libro a un espíritu que se renueva cada vez.
Contra esta
perspectiva se moverá, a partir del siglo XIV, el humanismo italiano. A diferencia de los hombres del Medievo, los
humanistas miran la antigüedad como a una época acabada, pero, en cuanto tal,
con la posibilidad de ser definitivamente objetivada. Esta actitud dista mucho
del problema central de la hermenéutica: el hecho de que las mayores
innovaciones de la hermenéutica no surgen cuando una tradición parece clara y
participada, sino cuando se advierte su lejanía, de modo que se trata de
reemplazar una transmisión viva mediante un renovado conocimiento filológico e
histórico de los monumentos literarios del pasado.
En esta
perspectiva se inserta el giro de la reforma
protestante, que introduce la adquisición de la filología humanística,
ahora ya europea, dentro de la problemática religiosa: contra el intento de la
iglesia romana de integrar las escrituras en la tradición viva del rito, Lutero
afirma el principio, de base filológica, de la sola Scriptura (este axioma, relativamente tardío, es afirmado por
Lutero en 1520).
Será el romanticismo, con un renovado interés
por la tradición, el que haga fructificar la erudición del siglo XVIII y ponga
al mismo tiempo las bases para señalar la nueva importancia clave del problema
hermenéutico. No es ante todo a la distancia temporal, sino a la alteridad
personal, a lo que hace referencia la universalización de la hermenéutica en
Schleiermacher, quien parte de un concepto antropológico según el cual los
otros son un concepto para mí, de modo que todas sus expresiones, pueden ser
mal entendidas; pero el que cualquier palabra de otro resulte expuesta a un
malentendido requiere que la hermenéutica intervenga en toda comunicación
interpersonal, y que todo comprender sea interpretado.
Avanzando mucho
más adelante en la línea histórica aparecerá en 1927 la obra Ser y tiempo de Heidegger, en la cual no
sólo todo conocimiento es histórico-hermenéutico, sino que toda nuestra
existencia es hermenéutica, en cuanto que nosotros mismos formamos parte de la
tradición histórica y lingüística que sistematizamos en las ciencias del espíritu.
El carácter circular por el que no podemos objetivar la tradición que nos
constituye como sujetos no debe ser entendido, sin embargo, como un círculo
vicioso. El círculo hermenéutica constituido de esta forma no aparece como un
límite, sino como un recurso, en cuanto reconoce el condicionamiento histórico
y existencial de todo nuestro conocimiento, que es, siempre y de cualquier
modo, una interpretación que no alcanzará nunca una objetividad final.
Para finalizar,
entre los hermeneutas actuales, se encuentra Gianni Vattimo, para quien la
hermenéutica constituye la nueva koiné,
y en resumen la lengua franca, de la filosofía contemporánea, caracterizada por
la consideración según la cual la objetividad no constituye una instancia de
referencia última, ya que resulta determinada por la tradición y por la
historia.
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