EL NACIMIENTO DE LA TECNO-BIO-POLÍTICA:
Libertad, control y resistencia en las sociedades tecno-escriturales (III-3)
La racionalidad detrás de la sociedad que escribe (III)
Jimmy Hernández Marcelo
Universidad Pontificia de Salamanca
jim.her.mar@gmail.com
El marginado es el medio apropiado para expresar el bien de la sociedad. La lucha por la igualdad, en principio ante las leyes, es una búsqueda de liberación hecha a través de las manos. La imagen de un rostro tras las rejas con las manos apretando las rejas es muy sugerente para lo que estamos explicando. Encerar las manos es sinónimo de no tener libertad. Lo que se cierra es la posibilidad de liberación. El encierro en todas sus manifestaciones establece lazos profundos con la idea de control. La exclusión y marginación se da bajo una lógica de identidad y normalidad, que excluye y lleva a los bordes aquello que no reconoce como semejante. El control se da, precisamente, para evitar que lo diferente reine en el terreno de lo semejante. La lógica del control busca medios de castración, trata de quitar la fecundidad para que lo diferente no se multiplique, no se reproduzca. El encierro es, entonces, el mecanismo eficaz para poder luchar contra la libertad. La característica fundamental del control es que su forma de actuar es, reprimir al sujeto desde fuera, someterloen su actuar poiético, para luego someterlo en su praxis. Porque la fecundidad externa es signo y reflejo de la fecundidad interna. Por suerte, los lugares clásicos de encierro, de control y de subyugación son perfectamente identificables, pues se expresan a través de la lógica de la presencia y de poder o del poder presente.
El poder fluye desde el centro hacia los márgenes. De allí que la deconstrucción derridiana busque descentrar la centralidad, hacer decir lo no dicho, mostrar lo oculto, centralizar al marginado. Pero antes se debe mostrar y demostrar la lógica de la centralidad para poder reconocer el centro y el margen. La racionalidad centrada en el concepto de logos privilegia un tipo de presencia, opera bajo ciertos parámetros que se despender de su configuración ontológica. Hasta donde nos ha hecho comprender Heidegger la idea de la fisicalización de la metafísica.
El poder, el control debían ser presentes, concretos, visibles. Sus efectos, del mismo modo. Poder y control se relacionan al modo de causa y efecto. De este modo, Occidente ha avanzado bajo una lógica de la identidad, el triunfo de la racionalidad occidental es el triunfo de la ocultación y de la exclusión. El privilegio de la presencia aparece como el elemento decisivo en toda teoría del lenguaje y de la comunicación. No es una suerte azarosa que este contexto la filosofía del lenguaje tenga un auge acelerado. Esta lógica fonológica ha marcado el ritmo del juego de las diferencias entre el habla y la escritura. Sin embargo, las contradicciones que encontramos en el interior de la relación habla-escritura, y que la deconstucción tomara como puntos importantes en su proyecto nos muestran errores en el interior del sistemalogocentrista; y de este modo, son muestra de la incoherencia y de la incapacidad de salir de la “degradación de actuación” de la que forma parte la misma degradación de la escritura, puesto que los filósofos escriben a pesar de que se esfuerzan en escriben en contra de la escritura, y pretenden que su verdad se sepa a través de su escritura.
La escritura implica repetición, ausencia, riesgo de pérdida, muerte; pero también es verdad que ninguna palabra sería posible sin esos valores. La escritura designa con propiedad el funcionamiento de la lengua en general, y la lengua en general sería a la vez escritura. Ambos funcionan de la misma manera, tantos los hechos del habla como los hechos de la escritura se encuadran perfectamente dentro del mismo sistema de signos en general. Setrata de mostrar que los rasgos atribuidos habitualmente a la escritura son también aplicables a la palabra hablada. Se demuestra, entonces, que todo lo que se ha predicado de la escritura cae como en un espejo también sobre el habla. Y esto no con el fin de otorgar a la escritura todas las virtudes que suelen atribuírsele al habla, ni siquiera para proclamar otras virtudes de lo escrito o celebrar sus excelencias.
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