lunes, 31 de enero de 2011

El misterio del genio


El misterio del genio

Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía



A propósito del reciente Premio Nóbel de Literatura otorgado a Mario Vargas Llosa, que nos enorgullece como peruanos se pone sobre el tapete el tema del genio. En el orden de lo psíquico no hay duda que hay una evolución de la mente, bastante bien explicada por Piaget, pero en la mente y en el espíritu no todo se explica por evolución.

La genialidad, la inspiración y la creatividad rompen los esquemas de explicación evolutiva y nos llevan hacia nuevas fronteras del conocimiento estocástico y probabilístico. Digamos algo sobre el genio, que es básicamente el hombre creador. Todos los hombres crean pero no todos son creadores. Esto me recuerda lo escrito por Antonio Gramsci: “Todos los hombres son intelectuales; pero no todos cumplen la función de intelectuales en la sociedad”. El genio creador comprende siempre un elemento de novedad y originalidad. Tanto es así que mientras la inteligencia común sigue las normas vigentes, el hombre de talento las gobierna, pero el hombre de genio se excluye de ellas y dicta su propia ley. Bien afirma Kant que el genio crea lo universal y lo ideal en la obra de arte, es el lenguaje de la idea, de lo inexpresable y suprasensible.

Es por ello que generalmente el hombre de genio es solitario y sólo de vez en cuando necesita darse un baño de gente. En cambio, la inteligencia mediocre es propia del hombre de masas, se solaza entre la multitud y adora el gentío. Por ello, mientras el genio comprende a los hombres, los hombres no comprenden al genio. A propósito Schopenhauer aseveró: “Como el águila, las inteligencias superiores se ciernen en la altura, solitarias”. Se suele pensar que el hombre de genio tiene una enorme fe en su misión y en sí mismo, pero lo usual es que no vive tanto asido a una fe personal sino a una visión y a un extraño llamado con lo incognoscible del mundo.

Además, los genios tienen periodos de desarrollo que reflejan el despliegue de su vida espiritual. No permanecen estáticos sino que viven atormentados por el bullir de multitud de ideas e intuiciones. No son hombres de un solo libro, como los dogmáticos de toda laya, sino que no toman en serio tanto sus libros, como sus ideas y sus visiones.

Sus intuiciones son como visiones que muchas veces no las busca sino que lo encuentran a él. Sus periodos de creación son vividos como éxtasis poderosos que nunca logran copar su sed de luz. Sir Isaac Newton en su lecho de muerte pedía “Más luz”. Beethoven encontraba inspiración en el campo, donde solía escuchar misteriosamente la música de la naturaleza. Y Mozart no hacía música, era más bien la música hecho hombre.

Como el hombre de genio está propenso a padecer metamorfosis kafkianas, tales periodos se hacen visibles en su fisonomía. Es por ello que en el hombre de genio la expresión del rostro cambie mucho más que en la generalidad de los hombres. Goethe, Kant, Bach, Beethoven, Tchaikovski, Hegel, Vincent van Gogh, Einstein, entre otros, muestran rostros diferentes a lo largo de su vida.

Por supuesto que la creatividad no sólo es la inteligencia teórica, de lo contrario los artistas no podrían ser comprendidos en ella, ésta es presidida por la iluminación que capta una idea, sentimiento o imagen original. Entonces es notorio que si la evolución rigiese el orden de lo psíquico, familias inteligentes darían descendientes inteligentes y familias beodas proveerían sucesores idiotas. Pero no es así, hombres de genio han tenido hijos de inteligencia media o insignificante, y hogares sin mentes destacadas han producido verdaderos genios. Demócrito escribió: “Faena perdida es poner en razón al que se cree inteligente”.

El talento es heredable, y la familia Bach así lo testimonia, pero el genio de Juan Sebastián Bach fue único e irrepetible. Es cierto que para llevar el genio por buen camino hay que ser metódico, organizado y perseverante pero estas cualidades no producen el genio. Mientras que el hombre de talento hace lo que puede, el hombre de genio hace lo que debe.

Al respecto el virtuoso judío del violín Yehude Menuhin dijo del prodigioso violinista ruso Igor Oistrakh que él amalgamaba la perfección metódica con la inspiración diabólica. Entre los maestros del violín hay unanimidad en considerar que la historia de este instrumento se divide en antes y después de Paganini y al describir sus cualidades extraordinarias dicen que tocaba con su “demonio”. En el mundo literario los franceses suelen distinguir entre los escritores que escriben “bien” y entre los que tienen “duende”. Es decir, aluden a ese “don” maravilloso e inexplicable que hace que lo creado suene tan personal y a la vez profundo. Paul Valéry decía: “El primer verso lo facilitan los dioses, los demás los hace el hombre”.

Y esto es así, porque el talento es lo que uno posee mientras que el genio es lo que lo posee a uno. El genio es en este sentido un poseso. Y esto es muy común entre los poetas, aunque también entre los filósofos. Sócrates solía hablar de su daimon o demonio interior, como la conciencia moral que le indicaba el camino correcto de modo compulsivo.

Es por eso que cuando el hombre de genio escribe, y suele escribir mucho, no lo hace por ostentación sino por propio esclarecimiento. En cambio el talento escribe poco, busca la perfección formal y el éxito inmediato, brillar como el oropel, mientras el hombre de genio prosigue su labor sin preocuparse del poder, el dinero y la vanagloria.

El talento es especialista, el genio es universalista. El individuo talentoso es el que tiene clara conciencia del mayor número de cosas, mientras el individuo genial es el que tiene clara conciencia de las nuevas relaciones entre las cosas.

Si el hombre de talento es enciclopédico y repetitivo, el hombre de genio es novedoso y original. No teme hacer el ridículo, obsedido como está por la nueva intuición. El talentoso sabe mucho, vive para conocer y es jactancioso, pedante y engreído; en cambio el genio sabe que poco sabe, conoce para vivir y es humilde, modesto y comprensivo.

Se da la curiosa situación de que el genio recuerda su remota infancia, mientras la inteligencia mediocre apenas la recuerda. La extraordinaria memoria del genio los pone en capacidad de escribir la historia de su vida. No todos los genios escriben autobiografías ni todas las autobiografías escritas pertenecen a genios, pero cuando los hombres geniales llegan a escribir su autobiografía lo hacen movidos no por la vanidad, sino por el fin superior de aclaración de su vida y descubrimiento del sentido profundo del existir.

El profesor Kazimierz Dabrowski, de la Universidad de Alberta, que mi querida fenecida amiga, la religiosa y rectora de la UNIFE, doctora Luz María Álvarez Calderón lo trajo al Perú, define el genio como un proceso de desintegración positiva en varios niveles, que lo conduce a una serie de crisis existenciales, emocionales y filosóficas como una forma de desarrollo mental acelerado, mientras que los mediocres tienen un enanismo psíquico sin tendencias creativas (La psiconeurosis no es una enfermedad, UNIFE, Lima 1980, cap. X, pp. 184-206). Estos últimos suelen tener como máxima meta en su vida ser jefes de departamento de su facultad o ser rectores de su Casa de Estudios, sin preocuparse de contribución cultural original alguna. No tienen “duende”, aunque pueden ser talentosos y muy inteligentes.

Pero también subraya Dabrowski que una de las formas en que se echa a perder el genio es cuando expresa su hiperexcitabilidad intelectual a través de un infecundo criticismo obsesivo y de una necesidad neurótica de ser el centro de interés. La sabihondez no caracteriza al genio sino al talento echado a perder.

Por otro lado, el genio implica esfuerzo sostenido para no quedarse en esbozo, conciencia del propio valor, terreno propicio para la inspiración, técnica, paciencia y sumisión. Sin este cultivo y disciplina se vuelve autodestructivo. Henri Poincaré tiene una bonita locución al respecto: “Probamos por medio de la lógica, pero descubrimos por medio de la intuición”.

Se sabe de la precocidad del genio poético, matemático, musical, deportivo, etc. En cambio el genio científico demora más y el filosófico es más tardío aun. Dentro de esta regla Mozart empezó a componer a los cinco años, mientras que el precoz Schelling a los 25 años ya había completado su tercer sistema filosófico. En filosofía el camino creativo es largo y la precocidad suele ser rara.

Las supuestas técnicas para estimular la creatividad son sólo métodos para conocer y desarrollar las aptitudes; lo cual demuestra que el genio creativo no es un modo de pensamiento, sino una forma de vida que no sólo requiere contacto con el maestro sino que viene a priori por herencia, por azar o por designio de la Providencia.

Ni la historia, ni la herencia, ni la inteligencia, ni la educación pueden fabricar el genio pero sí lo pueden favorecer. La genialidad es compleja, permanece como un misterio, no es transmisible, siempre es individual y se resiste a ser explicada por el evolucionismo. Es la piedra en el zapato del cientificismo determinista.


PD: Gracias a los colaboradores que nos remiten videos, muy agradecidos.

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