Santo Tomás: reflexiones sobre el rapto extático
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El famoso pasaje del milagro del crucifijo cuando en la soledad de la iglesia de Santo Domingo de Nápoles una voz habló desde el Cristo esculpido diciéndole al fraile arrodillado que había escrito bien y le invitó a escoger una recompensa. La respuesta de Santo Tomás se condice con la humildad cristiana: “Elijo a Vos mismo”. Y después de este episodio es cuando se le vio levantado milagrosamente en medio del aire. Hasta que ocurre lo que llamo el éxtasis final, que cuando celebraba misa se quedó mudo, le sobrevino una visión extática. Su amigo Reginaldo le rogó que volviese a su rutina, a lo que Tomás reiteró con vigor: “No puedo escribir más. He visto cosas ante las cuales mis escritos son como paja”.
HOMBRE COMO SER EXTATICO
Ahora bien, la dinámica misma del éxtasis místico comprende una variadísima gama de matices, desde una sencilla “suspensión de los sentidos” o “sueño de las potencias” hasta el rapto, la desmaterialización y la levitación, fenómenos que algunas veces se junta al éxtasis y reviste muy variadas formas. En general, se puede decir que el éxtasis lleva al alma en una altísima contemplación, la suspende, la arrebata, produciendo concomitantemente una suspensión o enajenación de los sentidos y de la actividad externa. Así, los matices en el éxtasis son:
a) suspensión de los sentidos
b) rapto
c) desmaterialización
d) levitación
e) contemplación
Ya el hombre mismo es un ser extático, que sale de sí, porque necesita o se da a los demás (Ortega). El éxtasis es un fenómeno substancial que entra dentro del dinamismo de la condición humana y que posibilita nuestro itinerario hacia Dios. Así, el amor lo produce casi espontáneamente (éxtasis de amor); y también el conocer, en una acepción amplísima (éxtasis de conocimiento). Pero también hay éxtasis en los desequilibrios psicosomáticos y espirituales. Así se da la enajenación física (éxtasis de la peor ley) y la enajenación demoníaca. En realidad, en la dimensión religiosa, que es dimensión de amor, el entusiasmo extático abunda, no sólo en el cristianismo, sino también en otras religiones.
Ahora bien, si nos ceñimos al éxtasis sobrenatural, distinguiremos dos tipos: el profético y el místico. Éste reviste varias formas y, además, otros fenómenos concomitantes o consecuentes. El éxtasis místico, por la unidad fundamental del hombre, repercute en la parte somática, enajenando los sentidos, por una parte, y, por otra, provocando “traspasos y descoyuntamiento de huesos”, según la gráfica expresión de S. Juan de la Cruz (Cántico 13,2-6). Pero el éxtasis final que le sobrevino a Santo Tomás pertenece a una de las formas más sublimes del éxtasis místico, a saber, la iluminación por Dios de toda verdad, tanto las que el hombre puede alcanzar por la luz natural como las que exceden su natural conocimiento.
EL EXTASIS FINAL
El éxtasis final del Doctor Angélico no proviene de la fuerza del entendimiento humano para conocer por sí algunas cosas inteligibles, sino de la revelación por Dios de aquellas verdades que por luz natural la exceden y no se pueden alcanzar. En suma, el éxtasis final del aquinate fue un deslumbramiento místico que arrebató su entendimiento en el resplandor del conocimiento divino. Se quedó pasmado al ver algunas verdades que han de ser conocidas en la otra vida.
Es decir, que Dios no lo instruyó milagrosamente sobre cosas que exceden la luz natural, de lo contrario hubiese seguido escribiendo al respecto, sino que le concedió la gracia de visualizar portentosamente algunas verdades que por su misma naturaleza la luz natural no puede alcanzar en esta vida y que Dios las tiene reservada para la otra.
Dicho de otro modo, existe el conocimiento natural de Dios y el conocimiento Revelado de Dios, pero incluso en la Revelación Dios da a conocer al hombre lo que está al alcance de la luz natural, el resto queda reservado para el Cielo. Existen grados superiores e inferiores en la revelación divina y el castigo del infierno es la pérdida de la visión de Dios por parte del pecador.
Jesucristo al decirle a Santo Tomás lo bien que ha hablado de él y concederle la visión de las formas impresas en Dios lleva a nuestro fraile a lo indecible e inexpresable, a lo que sobrepasa al lenguaje y entendimiento humano, lo cual lo lleva a expresar que lo que ha escrito “es paja”. Quiere esto decir que la Revelación divina tiene reservada al hombre el conocimiento de verdades que están reservadas para su vida en el empíreo.
Dios excede el lenguaje y conocimiento humano y por vía analógica afirmamos lo que él no es y su relación con las criaturas finitas. El no es una verdad evidente, su conocimiento es vía reflexión de los datos de los sentidos. Por eso, la unión íntima con Dios que experimenta Tomás de Aquino en su éxtasis final no representa un conocimiento expresable y comprensible en este mundo, sino la gracia de tener una vivencia inmediata e intraducible con otros grados superiores de la revelación divina. Sin embargo, por vía mística se tiene un conocimiento de Dios que no transita por los sentidos, sino por el intelecto. El aserto tomista de que “la existencia de Dios no es evidente pero es demostrable por sus efectos” (cuestión 2, artículo 1) mantiene toda su validez en la experiencia mística, en tanto que el efecto intelectual del éxtasis místico penetra en el constitutivum metaphysicum de la naturaleza divina pero no en lo que Dios es realiter, sino solamente lo que es quoad nos, según nuestro intelecto.
En otros términos, si Dios en su voluntad bondadosa concedió al aquinate la visión de las ideas contenidas en la divinidad –que lo hizo exclamar que lo escrito por él era “paja”- no por ello significa que mostró toda su omnisciencia, sino que en el grado máximo de su intelectualidad la esencia divina le permitió participar un poco más en las “verdades eternas”, que exceden la luz natural. Dios iluminó ciertas verdades que excedían el natural conocimiento del Doctor Angélico y que lo llevó al convencimiento de que no podía escribir más. Qué fue exactamente lo que Dios le reveló, no lo sabemos, él nunca lo detalló. Sólo podemos columbrar que lo revelado estuvo más cerca de lo que el hombre puede conocer en su naturaleza íntegra, y más lejos de lo que el hombre puede acceder en su naturaleza pecadora. El hombre, tanto en su naturaleza íntima como en su naturaleza pecadora, necesita de la gracia para querer y hacer el bien sobrenatural en el primero, y ser curado y obrar el bien sobrenatural en el segundo.
En una palabra, el hombre no puede conocer alguna verdad sin la gracia y a veces Dios instruye milagrosamente mediante su gracia sobre cosas que no pueden conocer los hombres por su propia razón natural. De modo que en el éxtasis final del Aquinate el contenido de lo revelado sobrepasa los hábitos intelectuales especulativos para conocer la verdad, a saber, la Sabiduría, la Ciencia y la Inteligencia; y se trata más bien de una providencial participación que Dios concede a nuestra limitada sabiduría para ser iluminada por la Sabiduría divina.
En el tomismo nuestro entendimiento en la vida presente (cuestión 88) es conforme a la experiencia y el alma humana no puede conocer las substancias inmateriales en sí mismas ni por el entendimiento agente ni por el entendimiento posible. Sólo en la otra vida de bienaventuranza las substancias inmateriales dejan de ser desproporcionadas a nuestro entendimiento. En este sentido, podemos suponer que Dios le concedió a Santo Tomás conocer en éxtasis realidades superiores al alma humana en esta vida.
Podemos preguntarnos si este tipo de conocimiento revelado en éxtasis es por esencia o por acto. Pues, si sólo la esencia divina, acto puro y perfecto, es absoluta y perfectamente inteligible en sí misma; y si la esencia angélica, no es acto puro y completo, no conoce todas las cosas por su propia esencia; en cambio el hombre está con respecto a los seres inteligibles como pura potencia, es sólo una capacidad de entender, entonces se conoce a sí mismo no por esencia sino por acto (cuestión 87). No obstante, aquí se trata del influjo de ciertas fuerzas superiores espirituales que provienen de Dios, y ocurre que el alma humana se encuentra mejor dispuesta para recibir esta clase de influencias espirituales cuando está desligada de los sentidos, por aproximarse más en este estado a las substancias espirituales y hallarse más libre las inquietudes exteriores. A Santo Tomás le sobreviene el éxtasis final en la oración. Sólo Dios conoce en sí mismas todas las cosas, y el hombre, incluso en su futura vida gloriosa donde verá a Dios en su esencia, no podrá conocerlo plenamente. En otros términos, el tipo de conocimiento revelado en el éxtasis no fue por esencia ni por acto sino por gracia. El conocimiento extático proviene directamente de Dios y no de las cosas sensibles ni inteligibles. Lo contrario sería platonismo.
Quizá éste fue el momento en que el intelectualista Tomás de Aquino estuvo más cerca de San Bernardo, San Buenaventura, victorinos y agustinos, más proclives al voluntarismo, siempre y cuando tengamos en cuenta que la mística cristiana medieval une con frecuencia el componente “intelectualista” con el “voluntarista”, diferenciándose de la mística helénica neoplatónica que atribuía un papel fundamental a la inteligencia y de la mística hinduísta con la meditación.
Es cierto que los místicos cristianos enfatizaron más sobre la supremacía del amor, pero el éxtasis final de Santo Tomás, que le hizo parecer su obra escrita como “poca cosa”, le habló a su mente y por añadidura a su corazón.
martes, 14 de diciembre de 2010
Santo Tomás: reflexiones sobre el rapto extático
Publicado por Víctor Samuel Rivera en 16:49
Etiquetas: Gustavo Flores Quelopana, Santo Tomás de Aquino
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