Evohé, revista de filosofía, Vol. 1, N° 2, 2011
Presentación de esta revista a cargo de diversas personalidades, según el aviso adjunto.
Estará allí a la venta la revista Verba Homninis, N° 1, 2010.
Todos invitados.
martes, 24 de enero de 2012
Presentación de Evohé (Revista de filosofía UNFV), N° 2
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Presentación de libro "Mixturas del Sujeto" del Padre Daniel Wankún
Presentación del libro "Mixtura del Sujeto"
Autor: Padre Daniel Wankún OP
Título: Mixturas del Sujeto: Identidad y reconocimiento
Relectura posmoderna del Edipo Rey y la Antígona de Sófocles
Fecha: Sábado 28 de enero de 2012
Hora: 11:00 am
Lugar: Auditorio del Centro Cultural José Pío Aza
Dirección: Jirón Callao 562, Lima
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martes, 10 de enero de 2012
Monseñor Wilhelm Ketteler y la Doctrina Social-Cristiana
Monseñor Wilhelm Ketteler y la Doctrina Social-Cristiana
El Obispo Social de la Iglesia (1811-1877)
Cristina Vidal Zapatero
Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima
De familia noble y de profundas convicciones católicas donde la fe y caridad constituían la base de su nobleza, Wilhelm Emmanuel, el sexto de nueve hermanos de la familia von Ketteler, nacía un 25 de Diciembre de 1811 en el mismo corazón de Westfalia (Münster), Alemania. Llegada la edad, decidía estudiar la carrera de derecho. Una vez culminados sus estudios, era nombrado refrendario del gobierno de Münster en 1834. El burócrata Wilhelm iniciaba así lucidamente su carrera política. Sin embargo un acontecimiento marcaba el rumbo de su vida: la actuación anticatólica del Estado prusiano con la injusta detención del Arzobispo de Köln "por acciones criminales contra el Estado” causaban en él un impacto tan grande que decidía abandonar su prometedora carrera puesto que “que no podía prestar servicio a un Estado que le exigía sacrificar su conciencia”.
Es ahí cuando Wilhelm, renunciando al Estado, descubría una vocación al sacerdocio. Sin embargo, habrían de pasar varios años de lucha en la que finalmente Dios ganaba la batalla y Wilhelm, a quien desde ahora denominaremos Ketteler, encontraba el sosiego interior que tanto había anhelado con su ordenación sacerdotal a la edad de 33 años. Veamos un texto que trasluce su obrar dentro de su incipiente ministerio sacerdotal en un pueblo llamado Hopsten: En opinión de un crítico: “El Padre Ketteler era el confidente de todas las familias; frecuentaba las casas de sus parroquianos, con preferencia las de los pobres; procuraba enterarse de todos sus asuntos, aun de sus pequeños presupuestos, y cuando encontraba déficit, los saldaba de su bolsillo particular. En 1847, sufrió el país gran escasez: Ketteler distribuyó entre sus parroquianos todo su patrimonio, y agotados sus propios recursos, dirigiose a sus parientes para obtener con qué socorrer a sus queridos pobres. Al hambre se unió el tifus: el cura de Hopsten expuso cien veces su vida para consolar a los enfermos (…) atendía a los enfermos y abandonados, corriendo de casa en casa, enterrando muertos, haciendo la cama a los enfermos, prestándoles lo más repugnantes servicios con abnegación verdaderamente heroica: era el buen Pastor dispuesto a inmolar su vida por el rebaño que se le había confiado.”
Siendo párroco de Hopsten, era elegido como diputado del primer parlamento alemán que iniciaba sus funciones en mayo de 1848, en una época de fuerte convulsiones sociales. A penas finalizaban las sesiones parlamentarias, Ketteler era invitado a participar en el Congreso Católico en Mainz, una de las principales diócesis de Alemania donde llamaba la atención a las gentes sencillas, miembros del proletariado, acerca de los peligros del socialismo y trataba mostrar en sus discursos una solución más pacífica a su sufrimiento. “La cuestión obrera es mucho más importante que las llamadas cuestiones políticas. Se cree equivocadamente que las cuestiones políticas son mucho más graves que todas las que afectan al hombre, y que abarcan los intereses más esenciales de la humanidad. Esto es una ilusión. Las cuestiones políticas no tienen interés real más que para una pequeña porción del pueblo, para los obreros de la pluma, para todos los que dominan en la tribuna y en la prensa”.
Leopold Kaiser, Obispo de Mainz, no quería dejar de aprovechar la presencia de Ketteler en su Diócesis; tan pronto hubo terminado el Congreso, pedía a Ketteler que diera una serie de conferencias sobre el asunto que más le agradara. Es así que Ketteler pronunciaba seis famosos discursos sociales entre el 19 de Noviembre y el 20 de Diciembre de 1848 desde el púlpito de la Catedral de Mainz. Quienes le escuchaban, percibían en sus palabras un mensaje nuevo: el derecho de la persona a una vida y trabajo digno; a la propiedad privada y al salario justo; a la reducción de la jornada laboral y al descanso dominical. Hasta ese momento no habían escuchada a nadie que abiertamente y en nombre de la Iglesia supiera hacer frente al capitalismo, al socialismo y al materialismo, que no habían hecho otra cosa que jugar a favor de sus propios intereses.
Pronto, el eco de sus palabras atravesaba la diócesis y Ketteler era cambiado a Berlín donde ocupaba un importante cargo eclesial; sin embargo, en menos de un año, era convocado por Pío IX a recibir la mitra del episcopado de Mainz siendo consagrado obispo el 25 de Julio de 1850, con a penas 38 años de edad y seis de sacerdocio. “Nuestra religión no puede ser verdaderamente católica si no es verdaderamente social (…) Si queremos conocer el tiempo en que vivimos, tenemos que profundizar en la cuestión social. Quien la comprende, reconoce el presente, para quien no la comprende, el presente y el futuro es una adivinanza ”.
Ketteler fundaba instituciones caritativas, hogares, orfanatos, una asociación para los obreros, formaba círculos obreros, cajas de socorro y de ahorros, sociedades constructoras de casas obreras a precio arreglado y barato. Por otro lado, Ketteler no desperdiciaba la ocasión para compartir los intereses de la cuestión obrera con sus hermanos en el episcopado e invitaba a los obispos alemanes a que prepararan a algunos sacerdotes de sus diócesis para los estudios de las cuestiones económicas y que cada cierto tiempo se convocaran reuniones de los encargados de las diversas diócesis para intercambiar información y unir esfuerzos.
El programa social de Ketteler le ha valido un apellido que no hace honor a su nombre: socialista. Una de las pruebas más evidentes para descalificarle de este adjetivo es la consideración de que Ketteler no sólo ha censurado a los patronos, sino también a los obreros, a quienes dirigía duras palabras y verdades desagradables. No creía que la violencia entre patrón y proletario trajera ningún buen fruto; más bien buscaba aquello que les unían: la justa relación entre ambas partes. “Para sanar los males sociales no es suficiente con que vistamos o alimentemos a algunos pobres más… sino que tenemos que sanar ese odio profundo y enraizado entre el rico y el pobre (…) La sola limosna no puede responder a las inquietudes de los trabajadores, si no que debe ir acompañada de una reforma de la estructura social (AA.VV. Movido por una firme voluntad de justicia; Trad. de Hna. Lucina Hennes, p. 38)”.
Ketteler tampoco era socialista por el hecho de haber apoyado las reivindicaciones obreras. Preocuparse por el descanso dominical, por el aumento del salario, por la prohibición del trabajo de menores en las fábricas no quiere decir ser socialista, sino apostar por el respeto y promoción de la dignidad de todo ser humano.
Uno de los mayores logros sociales de Ketteler se ve plasmado en la prédica que dirigía a más de 10.000 obreros reunidos en Liebfrauenheide, Offenbach, un 25 de Julio de 1869. El discurso titulaba “Movimiento obrero y sus relaciones con la religión y la moral” y en él Ketteler iba examinando ante su auditorio obrero, las reivindicaciones obreras y sus relaciones con la moral y la religión que a continuación detallamos:
La primera de todas estas reivindicaciones es el aumento de salario correspondiente al verdadero valor del trabajo. La segunda reivindicación del obrero es la disminución de horas de trabajo. El recorte laboral es legítimo en muchos casos y útil a condición de que el obrero emplee el tiempo ganado en cumplir para con la familia sus deberes de padre o hijo y los propios. La tercera reivindicación mira al descanso dominical. Nada más justo y provechoso, puesto que la religión santifica el día de reposo. La cuarta reivindicación es la prohibición del trabajo de los niños en las fábricas, cuando están en la edad de andar a la escuela; con el trabajo de los niños en las fábricas, se destruye el espíritu de la familia lo cual constituye el más grande peligro de la clase obrera. La quinta reivindicación social de Ketteler era la prohibición de las mujeres y madres de familia en las fábricas. En una familia donde el padre y la madre se hallan lejos por el trabajo más de 14 horas diarias no es más una familia; la madre no puede ya hacerse cargo de sus hijos ni de su hogar, ni el hogar por tanto, logra ya mantenerse como tal en su significado más profundo. La sexta reivindicación social es la prohibición de las adolescentes y jóvenes en las fábricas. Dado que el jornal de una mujer y más aún de una joven o adolescente era menor que el del salario pagado a los hombres, los dueños les contrataban a ellas para beneficiarse con mano de obra barata.
Ketteler ha sido una de las personas más destacadas y valientes del siglo XIX en la lucha por la libertad de la conciencia y de la Iglesia, y sobre todo el iniciador del pensamiento y movimiento social católico, dejando una doctrina social clara al Zentrum, partido político alemán que representaba al pueblo católico especialmente en pleno gobierno de Bismarck.
Se ha dicho que la primera encíclica social, la Rerum Novarum (1891), llegaba con retraso, cuando ya el movimiento obrero se había integrado en el socialismo, al margen de la Iglesia y, muchas veces, contra ella. Sin embargo, es conocida la influencia que había ejercido la obra de Ketteler en la dirección social que había asumido el Papa León XIII, quien nombraba a Ketteler como “nuestro predecesor”. Veamos ahora las palabras que el Beato Juan Pablo II dirigía ante la tumba de Ketteler el 16 de noviembre de 1980: “El encuentro con el mundo del trabajo, que me hace posible estar cerca de la tumba de un gran precursor y apóstol del siglo pasado en la cuestión social, a saber, el Obispo de Mainz, Wilhelm Emmanuel von Ketteler, despierta en mi memoria – durante el tiempo de mi servicio en la Cátedra de San Pedro- vivos recuerdos de toda una serie de similares encuentros de importante contenido no sólo con respecto al tema social, sino también para el anuncio del Evangelio”.
Benedicto XVI, elegido como Romano Pontífice en el año 2005, escribía su primera encíclica refiriéndose al Dios Amor y a la unidad del Amor y hacía mención de Ketteler de la siguiente manera: “Se debe admitir que los representantes de la Iglesia percibieron sólo lentamente que el problema de la estructura justa de la sociedad se planteaba de un modo nuevo. No faltaron pioneros: uno de ellos, por ejemplo, fue el Obispo Ketteler de Mainz” (BENEDICTO XVI, Deus caritas est; Ed. Paulinas/Epiconsa, p. 44, Lima, 2007). Todo el querer de Ketteler podemos resumirlo del siguiente modo: hacer bien al pueblo. Es por ello que es conocido como el Obispo Social de la Iglesia.
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lunes, 9 de enero de 2012
La influencia divina en las constituciones políticas. IV parte(última)
Los dioses y la política
La influencia divina en las constituciones políticas. IV parte(última)
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Supongamos ahora que hay una ciudad que ha sido construida con la idea metafísica de que el diálogo y el consenso son los únicos recursos legítimos para las relaciones humanas, es decir, que la constitución política proscribe y condena a quien no dialoga porque, por ejemplo, no está interesada en intercambios mercantiles. Proscribe también, en consecuencia, a los pensadores que tienen la audacia de creer que hay otras opciones para articular el interés humano y motivar sus acciones. ¿Qué ocurre si de hecho hay conflictos, algunos relativamente violentos? Habría conflictos sociales violentos dentro de una sociedad comercial, que se funda, tiene su principio, e incluso ha comenzado, bajo el presupuesto de que no es posible la conflictividad sino como un mal, como un mal moral, que debe enfrentarse a la manera de una enfermedad. Los conflictos sociales violentos en sociedades de diálogo o las crisis económicas inmanejables en sociedades económicas son incursiones de la Tierra en la ciudad. Pero es razonable entender que la Tierra es “divina” en contraste con el mundo, que es humano. Mientras las sociedades siguen las órdenes humanas, el mundo es estable y nos hallamos en el caso de Solón de Atenas, eso mientras Atenas existió. Es razonable pensar ahora que, en las cuatro esquinas de la cuadratura, el evento concede un lugar para que los dioses contribuyan al sentido y se revelen, por tanto, a los hombres.
Una lectura política de los ensayos de Heidegger de Holzwege aludidos arriba podría ayudar en entender esta conclusión: la verdad del evento político, esto es, el hecho que funda e instala, tiene una relación íntima e integradora, con la capacidad humana de legislar y regir. Como esencia de lo que es presente, sin embargo, se trata de un aspecto más bien segundo respecto de aquel límite, más bien oculto que sin fondo, en el que los dioses por lo general no dicen mucho, pero que cuando dicen algo lo hacen como fundadores. Es fácil advertir cuán lejos es el esquema de la cuadratura de la posición de Descartes respecto a la fundación de las ciudades. Descartes pensaba que una ciudad fundada por un hombre era un producto mucho más logrado que una ciudad antigua, cuyo comienzo se había perdido o que no tuvo la fortuna de tener un comienzo. Pero esta posición puede expresarse en el gráfico de la cuadratura, y nos concede así sugerencias ocultas cuyo futuro habrá que asociar a las ciudades mercantiles y liberales. La cuadratura muestra que Descartes tuvo una visión unilateral para interpretar los eventos, y que pensó en éstos como descolocados de toda realidad histórico-social. Si pensó que la ciudad es producto del hombre, como lo hiciera antes Varrón, no se equivocaba. Pero la ciudad no es sólo un producto, y el sentido de la ciudad, que lo da el quiebre del acontecimiento apropiador, no parece en modo alguna una obra humana, que es la lección que habría que recoger de Cicerón. Con Varrón, Descartes erraba en la idea de que el hombre es señor del principio, como lo es a veces del comienzo, y dejó un lugar insatisfactoriamente vacío para el acontecer en aquellas ciudades que, sin tener un comienzo, tenían en cambio culto propiciatorio a los dioses.
El hombre se relaciona con la ciudad, con la polis, a través de la política. Esto ya sea para fundarla y constituirla, ya sea para regirla. Es interesante observar que Descartes creía que los buenos legisladores, los agentes del cuándo y del cómo, tenían una relación con la paz social y la ausencia de conflictos. Descartes escribió el Discours de la Méthode en la mitad de la Guerra de los Treinta Años, que es como una guerra mundial occidental del siglo XVII y tenía presente, cuando pensaba en las ciudades antiguas, los escenarios de una violencia interminable que atribuía a la falta de presencia humana. La Guerra de los Treinta Años era una guerra religiosa, y bien puede creerse que Descartes no aprobaba la presencia divina en los acontecimientos humanos, y también que su ausencia, que la ausencia divina, iba a ser posible una constitución humana regida a la vez por la razón y la paz. Pero no es en vano que los hombres que iniciaron el pensamiento de la política, como Aristóteles, adviertan que hay un vínculo divino que confiere a las ciudades su específica realidad como un espacio en que los conflictos y las quiebras son posibles y donde, por más desacuerdos que haya, si algo no debe estar ausente es la divinidad. Para los dioses, que son fundantes y que se mostrarán en el mostrarse del evento, a ellos el culto debido respeta el sentido del escucharse en general.
“Lo bello y lo justo caen dentro del campo de estudio de la política –escribe Aristóteles- pero conllevan grandes diferencias de interpretación, tan vastas que parecen obra de la convención, no de la naturaleza”. Con una modestia que habremos de recoger de Aristóteles diremos que “partiendo de premisas como éstas, hemos de contentarnos con conclusiones que no son mucho mejores”. En cualquier caso “el bien es ciertamente deseable cuando interesa a un solo individuo”, como Solón o el legislador omnipotente a quien Descartes atribuía la capacidad no de crear el evento, sino de impedirlo. Añade Aristóteles- “cuando el bien interesa a las ciudades se reviste de un carácter más bello y más divino”.
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