Donald Trump en la guerra civil universal
Dedicado
a Marcelo, Mauricio y Mauricio
Víctor Samuel Rivera
Sociedad Peruana de Filosofía
El 21 de enero seré el inicio de la administración
Trump en los Estados Unidos. Como en la historia humana nada es coincidencia,
en Francia se va a conmemorar el sacrificio en la guillotina del Rey Luis XVI. Ambos
acontecimientos se sitúan en una estela de sentido y marcan, por su fecha
idéntica, un arco de significado; vamos a intentar comunicar al público que por
aquí pasa una hermenéutica de la actualidad: haremos un diagnóstico y una
prognosis de lo que el límite presente de ese arco significa. Todo diagnóstico
del mundo social establece algunos parámetros como signa tempora: acontecimientos que parecen realizar un sentido, del
cual (en nuestras emociones y expectativas) encontramos ser sus portadores. Todos
los diagnósticos presuponen un margen de incertidumbre que intentamos ser
también agentes, aunque sea –como es el caso- agentes del pensar. Mientras
tanto, quede sentado que este año 2017 son elecciones en Francia. Es completamente
seguro que el Frente Nacional, hoy el partido político más grande y organizado
de ese país, llegará a la segunda vuelta, disputando con el Partido Republicano
cuyo líder –por algo que el lector verá mejor después- es tipificado como un
conservador religioso. Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional, y uno de
los personajes más extraordinarios del movimiento social europeo antiliberal,
estuvo esta semana en la Torre Trump de Nueva York. Obviamente, coordinando
algo con Donald Trump. Pero dejemos los signa
tempora que hablan de Trump y Le Pen un instante y vayamos por otro frente,
el Frente internacional.
Muy pocos intelectuales -y sin duda nunca los analistas
políticamente correctos- diagnostican considerando a los agentes sociales
marginales incorrectos visibles; no lo hacen sino cuando están a la puerta de
ser electos y realizan un acto de fuerza cuyas consecuencias son inevitables.
Se trata de un error metodológico de estos señores; ellos quieren evitar
ampliar lo que llaman la “visibilidad” de lo que esos agentes representan,
quizá con la oscura intención de opacar o impedir su éxito; del mismo modo,
impulsan y exageran de manera patética lo que les conviene para conservar su
mundo, como ha sido el caso con la candidatura demócrata americana en 2016, por
la que lloran hasta hoy. Pero la realidad tiene una cierta astucia, que es
notoriamente más inteligente que los pobres analistas y expertos; mientras
éstos se ciegan a sí mismos en las falsedades y las idioteces que desean
hacerle creer a los demás, la realidad social se hace ver por sí sola: lo hace
por medios incorrectos, desde las redes sociales, los memes y el Facebook hasta
la violencia espontánea, como ocurre hoy mismo en el Perú, cuando los medios se
alían con los empresarios para ocultar (“hacer invisible”) una corrupción de la
que el hombre común no es ignorante. Como respuesta a las políticas de
promoción de la sexualidad y de encubrimiento de la corrupción (que alguien que
ha pretendido ocupar la silla más alta de mi nación se hace el loco simulando
su responsabilidad en ella), el pueblo sale a las calles o pone fuego los hitos
que los corruptos usan hasta hoy para enriquecerse con su pobreza. Los agentes
invisibilizados por la prensa y los analistas un buen día se hacen visibles
solos, sin que medie lógica alguna.
Lo políticamente correcto y lo visible constituyen un
solo ámbito; aunque ya no se usa más la expresión “pensamiento único”, está
presupuesto en la identidad entre lo visible y lo correcto que hay un precio
para hacerse visible en el mundo histórico y social: es adherirse a lo que
podríamos llamar la constitución del
mundo visible, cuya esencia es el liberalismo. Ese liberalismo es lo que ha
llegado a ser lo referido por la expresión “pensamiento único” de los últimos
años. Los agentes incorrectos juegan en este ámbito el rol de amenazas; solo
sobresalen y se diagnostica sobre ellos en calidad de amenazas. Todo lo que
sobresale y, en cambio, no es amenaza, se integra en esta constitución liberal, y rápidamente los analistas y los expertos lo
aprueban y promocionan. Por motivos que sería largo e infructuoso detallar
aquí, en el lapso de los últimos tres lustros, la liberalidad de lo así llamado
liberal se relaciona con dos
aspectos: la promoción del placer, notoriamente el sexual, y el aligeramiento
de las identidades, la banalización de los compromisos ancestrales y las
expectativas de largo plazo. Si se actúa con esfuerzo para promover una agenda
social, algo que es asombroso ver hacerse en la izquierda burguesa global, de
seguro contará con el apoyo de los medios, la complicidad de organismos no
gubernamentales y, con todos ellos, el de los grupos empresariales millonarios
que, tras la sombra, financian a esta izquierda burguesa y a los medios.
El mundo liberal, políticamente correcto, por alguna
razón que el lector deberá pensar más por su cuenta, promueve el
empobrecimiento de los factores de la acción social humana, reduciéndolos a la
promoción del placer individual. Una constitución integra ese mundo, a la misma
vez el mundo de los ricos y el mundo de los agentes de cambio social (sexual);
la izquierda, la gente “crítica” en ese mundo actúa patrocinada por varios de
los hombres más ricos de la Tierra.
Buena parte de la realidad social constituye un
horizonte propio, paralelo al de lo incorrecto; a un lado y con medios propios,
distintos de los que usa el mundo de lo visible y del dinero. Un meme
ridiculizando a un actor de Hollywood que llora por la trágica candidata de
Wall Street puede ser muy poderoso contra la actriz misma y contra la des/acontecida
candidata demócrata. Otro meme destinado a poner en su lugar al activismo
sexual cuyo origen tiene en gran parte la cuenta de Georges Soros puede ser más
poderoso en el largo plazo que los millones de dólares invertidos por este en
campañas en sentido contrario; es decir: los millones del dinero correcto, por
razones que los expertos y los analistas no son capaces de comprender –y
desaprueban largamente como amenazas-, son menos eficaces en la práctica que la
acción espontánea de agentes que actúan gratis, desinteresadamente, de agentes
que no ganan nada. Es este el caso de los agentes incorrectos visibles citados
aquí, Le Pen y Trump, con la gente desempleada y margina que vota por ellos; es
el caso también de los invisibles, esos que hacen memes burlándose de lo
políticamente correcto, haciendo justamente lo que la CNN predica como el mal.
Buena parte de la campaña liberal universal contra ellos consiste en acusarlos
de ser interesados en algún sentido, de hacer los memes o competir contra Wall
Street por dinero; hace sentido acusarlos de autoritarios, fascistas o
insensibles (con los mejicanos ilegales o los migrantes negros del
Mediterráneo), pues es notorio que se trata de agentes antiliberales; la
“narrativa” de que estos agentes son interesados de modo económico, sin
embargo, es posiblemente la única que no funciona. Nadie podría creérsela, y
eso porque el interesado esencial es justamente el político, el empresario o el
experto “políticamente correcto”: ése es el que juega su riqueza o su sueldo en
el mundo y no sus enemigos que, al contrario, lo ponen en riesgo.
Pues bien. Del mismo modo que todos sabemos que Donald
Trump es un político favorable a los rusos, y que eso no es por un interés
personal, económico o dinástico, sino por otras razones, y que es favorable a
Le Pen, y que es favorable al Brexit (y, por increíble que parezca, a la
disolución o al menos a la desactivación de la OTAN y la Unión Europea),
también Trump tiene la representación de los intereses de los sectores religiosos
de las sociedades occidentales, algo que es muy significativo bajo la
constitución liberal, que es ampliamente hostil con las religiones; esto
último, la hostilidad del liberalismo contra la religión, en fenómeno reciente,
podría explicar por qué ahora y no jamás antes, ha existido integrismo
terrorista islámico a escala mundial. No puede negarse que, aparte de lo
mentado, hay una atmósfera de adhesión de los nuevos movimientos nacionalistas,
incluso de un extraño nacionalismo norteamericano, así como de pertenencia
racial blanca (pero que, por la veta nacionalista, admite adhesión de
diversidad de razas y naciones). Lo mismo cabe con la muy comentada Alt-right; la Alt-right es un movimiento neoconservador que funciona entre las
élites globales de los así llamados Millenials.
Y se debe decir: también los intereses del movimiento monárquico, que funciona
de manera integral en el conjunto del planeta, aunque de modo más enfático en
Europa.
Esto último, lo del movimiento monárquico, de tan
curioso y raro como es, merece especial atención. Antes de desarrollarlo, quede
constancia de que los mínimas organizaciones que se consideran a sí mismas
fascistas o nacional-socialistas o antisemitas y que circulan en las redes,
suelen ser muy desfavorables hacia Trump; Trump es acusado en esos medios de
sionista. Se hallan por lo mismo fuera de este diagnóstico.
Como una reflexión insertada aquí, debe subrayarse que
una de las víctimas preferidas de la invisibilidad que opera el inmenso poder
bajo cuyo auspicio trabajan mintiendo los expertos y los analistas es el
movimiento monárquico planetario, que opera desde Rusia hasta el África negra.
Quizá sería más preciso decir que el ámbito de la constitución liberal,
respecto de estos agentes sociales visibles, simula, exagera o tuerce su
visibilidad en interpretaciones simplistas e inviables de acontecimientos
auténticos, haciendo de cuenta que es lo que no es, y que lo que no es, es. La
premisa de esta conducta es que todo en el mundo del conocimiento social es
pura interpretación y nada más que interpretación, y que sus consumidores ellos
mismos identifican los cuentos de viejas como diagnósticos de expertos dada su
“corrección política”.
El Príncipe Leka II de Albania, recientemente casado y
a cuyo matrimonio asistieron varias de las casas reales importantes depuestas
en el siglo XX, ha sido invitado a la ceremonia de investidura de Trump. Trump,
quien no ha recibido felicitación de parte de ninguna de las monarquías
“correctas” de Europa, lo ha sido en cambio de las “incorrectas”, como los
príncipes electores del Santo Imperio Romano, de las casas reales de Francia, Rusia,
Mónaco y Bulgaria, entre otras que me abstengo de citar con holgura pues todo
aquí es de memoria y no quisiera consignar un dato falso para la posteridad.
Sepa el lector que el Rey de Serbia, quizá uno de los más cercanos a su
reposición en el trono en Europa, fue en persona a la Torre Trump a felicitar
al candidato triunfador de las elecciones americanas acompañado de la familia
real serbia, del mismo modo en que lo hizo Leka II en otra fecha. Luis XX de
Francia y su esposa, la reina, fueron también invitados con el pretexto de que
representan a alguna diminuta e insignificante asociación civil que opera en la
ciudad de Cincinatti, aunque todos sabemos que se trata del heredero legítimo
del trono de Francia, y que el día 21 deberá estar en las ceremonias por el
regicidio de su ancestro en París. Es notorio que, para una historia simbólica, Luis XX es invitado
en nombre de Luis XVI y lo representa. Por supuesto François Hollande, el
tirano actual de París, no ha recibido invitación que se conozca.
Los rusos, Le Pen, el Brexit, los monarcas, los
religiosos y Trump son todos parte de un solo frente; se trata del frente
incorrecto, largamente una compleja solidaridad transnacional: Es el Frente
internacional antiliberal que, en honor de los monarcas invisibles, habremos de
llamar la Internacional Blanca.
La Internacional blanca no es solo un frente político,
que como tal carece de programa, no conoce ideología y es complicado decir que
se trata de un frente de “derechas”; la derecha formal, la de los partidos de
“derechas” como el Partido Republicano de Francia, o el Partido Popular
español, es una derecha políticamente correcta; los reyes y los Papas de ese
mundo son también políticamente correctos; esto se observa porque recomiendan y
aplauden, todos, la agenda revolucionaria de la constitución liberal del mundo
visible, promoviendo, pues, el placer individual por encima de todo compromiso
moral o de pertenencia. No debe confundirse nunca esta internacional blanca con
los partidos de derecha, que son lo mismo que los de izquierda, sirven y son
mantenidos generalmente por los mismos millonarios altruistas, estilo George
Soros. Si Georges Soros no mantiene con su dinero un grupo que se reconoce a sí
mismo como “de derechas”, puede decirse con certeza que ese grupo es parte de
la Internacional blanca; el grupo mismo no tiene que saberlo, aunque intuye y
actúa como parte de una concentración mayor de la que no dispone, pero de la
que se deja disponer. Siendo un frente político, lo es también y de modo
anterior, un movimiento histórico, de fuerzas que se concentran como incorrectas
desde diversos sentidos y perfiles. ¿Qué los une? Los une una reacción general
contra las consecuencias que el liberalismo ha tenido al imponer su
constitución en el mundo, de lo políticamente correcto del “pensamiento único”.
Es la fuerza de lo políticamente correcto lo que sirve de argamasa para unir a
todos los agentes en una especie de gran guerra civil global.
Si tomamos la Internacional blanca como un frente
antiliberal, que se define cono un movimiento social e histórico contra las
consecuencias de la constitución liberal en el mundo, no es ni puede ser
pensado como “derecha”. Es notorio, y el lector interesado en los asuntos de la
historia social presente lo sabe, que existe también un antiliberalismo de
izquierda. En la práctica, hay movimientos antiliberales que se autodefinen
como izquierdistas y se los reconoce especialmente por su renuencia a las
agendas de promoción del placer individual. Es el caso de la Venezuela chavista
y Cuba, por ejemplo: son los únicos Estados del así llamado “socialismo del
siglo XXI” que no han reconocido políticas de orientación sexual en sus
gobiernos, por lo que devienen así parte de la Internacional blanca, del lado
de los grupos religiosos y –a su pesar- de la Alt-rigt misma inclusive; también
es el caso de los regímenes africanos de izquierda, que siguen la misma línea
que sus pares americanos: no solo se resisten a la promoción de la sexualidad
sino que, por ejemplo, en lugar de hostilizar a la religión, en estos últimos
años la han protegido legalmente o han abrazado una constitución religiosa. Son
“incorrectos” políticamente, y tienen sobre ellos la presión del mundo visible,
que diagnostica su desastre real o imaginario y pronostica diariamente su
desenlace final.
No debe ser sorprendente que, en la compleja
constelación de las significaciones sociales, los regímenes de izquierda
incorrecta se hallen muy prestos a tomar acuerdos con los rusos, o a
confederarse con ellos de una u otra manera; así como los rusos fomentan y
subvencionan a los nacionalismos europeos, y tienen trato amable con ellos (con
Marine Le Pen y el Frente Nacional, por ejemplo), son aliados a la misma vez de
Cuba y Venezuela en América Latina, así como de los Estados izquierdistas del
África negra.
Si se define la Internacional blanca, en tanto un
movimiento histórico y social contra las consecuencias diversas de la
constitución liberal del mundo, esta no conoce la distinción entre izquierda y
derecha, y es lo suficientemente permeable en la práctica para acciones de
extensión inesperada, que los gestores del mundo correcto solo son capaces de
negar, y no de comprender. Las alianzas o la expansión, los límites de esta
Internacional, son inciertos y abarcan, de manera que no conoce consulta ni
opinión, al conjunto de todos los actores afectados por el liberalismo, al que
cada vez con más evidencia se muestra a los hombres como un extraño contubernio
entre los multimillonarios capitalistas (las empresas brasileñas corruptas, por
ejemplo), los medios de prensa y los izquierdistas correctos. Allí donde hay
incorrección, se halla la Internacional blanca para ampararla: son su extensión
ontológica; allí donde hay en cambio corrección, incluso de manera
involuntaria, allí se aloja su enemigo: el liberalismo.
La elección de Donald Trump como Presidente de Estados
Unidos representa un fenómeno históricamente extraordinario, que debe ser
comparado en la dimensión de su significado y las expectativas que representa para
el hombre a la Caída del muro de Berlín o a la Toma de la Bastilla, y se
presenta como un límite para la comprensión humana. Marca un después en el mundo histórico. Los
Estados Unidos, hasta el 20 de este mes de enero de 2017, han sido el nicho
simbólico de un orden mundial único y opresivo, del que era imposible salir,
por la razón o la fuerza; un orden cuya esencia maligna se adivina en la
variedad y complejidad de la alianza que lo ha enfrentado y lo enfrenta. En el
mundo más visible que los expertos y analistas permiten ver, constituía el eje
central de un mundo entregado a la revolución en los modos del placer, sin
mayor horizonte de destino que una sexualidad igualitaria y sin compromisos. En
la vida real, más allá de lo que se ve de la constitución liberal del mundo, ha
significado el intervalo de un régimen de terror político de pretensiones
universales; este ha vuelto la existencia humana algo más inestable, más
incierto y más espantoso de cuanto haya conocido antes jamás el hombre, razón
por la cual ha convocado un mundo en su contra, en un reinado de apenas tres o
cuatro lustros.
Inesperadamente, el Partido Republicano de Estados
Unidos hace un extraño guiño al Rey de Francia que padeció decapitado. Invita a
su sucesor, junto con una familia real que simboliza las casas de Europa
Oriental, Oriente y Occidente, a la investidura de Trump, el Presidente de los
invisibles de la Tierra; el Presidente de los oprimidos, de los pobres, de los
desamparados. Asiste la mirada al surgimiento de un mundo nuevo que, a pesar y
en contra del orden correcto, han generado actores invisibles, algunos de ellos
humanos; ese mundo se entrega ahora hacia un sentido y un destino, a la vez
antiguo y nuevo como la flama, cuyo acaecer solo conoceremos si tenemos
paciencia y ojos para la remisión de la verdad.