viernes, 6 de marzo de 2015

Juan Vázquez de Mella: Tribuno y filósofo





Juan Vázquez de Mella: Tribuno y filósofo

Antonio Moreno Ruiz




Juan Vázquez de Mella y Fanjul nació en Cangas de Onís (Asturias) en junio de 1861, de madre asturiana y padre gallego. Con apenas seis años, queda huérfano de padre, siendo hijo único. Pasados los años, al acabar el bachillerato, su madre se traslada a Galicia, recalando nuestro protagonista en la facultad de Derecho de la reputada universidad de Santiago de Compostela; ciudad que a la sazón, era un foco carlista (1); esto es, un foco de tradicionalismo español, como tal, el movimiento político más veterano de Europa, cuyo lema “Dios, Patria y Rey”, la defensa de la tradición política de España, representada en los fueros; respetando la diversidad como elemento integrador de la irrenunciable e innegociable unidad española; así como del principio de subsidiariedad, fueron ideales que cautivaron a nuestro personaje, cuyas cualidades comenzaron a destacar muy pronto. Ya en sus años mozos, el periódico “El Pensamiento Galaico” constituía la voz y el voto de los tradicionalistas gallegos, y ahí comenzará a destacar desde muy joven como auténtico tribuno, como genuina y representativa voz de la política española. Y es que, siguiendo la fiel tradición hispano-católica, Vázquez de Mella, al igual que figuras como José Donoso Cortés y el padre Balmes (a quienes admiraba), en cada problema político vio la luz de la teología. Sus conocimientos jurídicos, filosóficos e historiográficos le aportaron una retórica y una clarividencia como no la había en la castigada España de finales del XIX. Asimismo, es en tierras gallegas es donde será conocido por el escritor Ramón del Valle-Inclán, en quien influirá bastante para formar un primigenio carlismo que abanderará parte de sus más conocidas novelas (2).


Así, el que ya era afamado desde su “Asturias nunca vencida” y desde la Galicia de su familia paterna, llegó a Madrid como gran promesa del periodismo tradicionalista, causando sensación en el diario “El Correo Español”. Desde 1893 hasta 1919 (salvando el periodo que va desde 1900 a 1905, donde estuvo parte emigrado en Portugal y parte retirado en Galicia, consagrado al estudio) fue electo diputado a cortes por Navarra, estando presente como llama viva del parlamento; como gran ariete de la renovación del carlismo; como soporte intelectual y activista que recogió, ordenó y sistematizó la doctrina legitimista para un programa político comprensible para su época, y asimismo, enardecido por la doctrina social del Papa León XIII. Fue con esta experiencia estudiosa y con una vitalidad a raudales como compuso los que él llamó los Dogmas Nacionales, abogando por la confederación con Portugal e Hispanoamérica, así como por la dominación de la costa norteafricana, vinculada a España desde romanos tiempos (3): “La autonomía geográfica de España exige el dominio del Estrecho, la federación con Portugal, y, como punto avanzado de Europa, y por haber civilizado y engrandecido y sublimado a América, esa red espiritual tendida entre aquel continente nuevo y el viejo continente europeo".

Su estrella comenzaba a causar sensación más allá de las fronteras ibéricas, y no en vano, de él se hizo eco el Congreso Antimasónico de Trento, que organizó la Liga Internacional Antimasónica (creada en Roma en 1893) y dirigió el príncipe de Loewenstein. El periodista italiano Pedro Pacelli pidió una moción de aplauso para Vázquez de Mella porque como diputado carlista había presentado a las Cortes una vigorosa y concienzuda petición: Declarar “ilegal, facciosa y traidora a la Patria a la masonería, quitando de los empleos públicos a los masones”. En efecto, la contundencia de Mella era admirada por los contrarrevolucionarios del Viejo Continente; y es que su posición fue radicalmente contraria a las logias masónicas, cuya filosofía repudiaba por relativista, nociva e hipócrita, así como fustigaba sus  alcances político-espirituales, reputándolos por nefastos sobre todo en tanto y en cuanto al mal que habían hecho al ámbito sociopolítico hispánico. Consideraba que esta sociedad secreta, mala de por sí, encima había obrado con especial y traicionera crueldad contra España, en beneficio de sus principales enemigos; especialmente Inglaterra, la misma que seguía (y sigue) ocupando el tan importante Peñón de Gibraltar, sobre el cual dijo, con hondura metapolítica: "... Y ved, que el Estrecho de Gibraltar es el punto central del planeta, que allí está escrito todo nuestro Derecho Internacional; parece que Dios, previendo la ceguedad de nuestros estadistas y políticos parlamentarios, se lo ha querido poner delante de los ojos para que supiesen bien cuál era nuestra política internacional. Es el punto central del planeta: Une cuatro continentes; une y relaciona el continente africano con el continente europeo; es el centro por donde pasa la gran corriente asiática y donde viene a comunicarse con las naciones mediterráneas toda la gran corriente mediterránea; es más grande y más importante que el Skagerrak y el Kattegat, que el gran Belt y el pequeño Belt, que al fin no dan paso más que a un mar interior, helado la mitad del tiempo; es más importante que el canal de la Mancha, que no impide la navegación por el Atlántico y el Mar del Norte; es muy superior a Suez, que no es más que una filtración del Mediterráneo, que un barco atravesado con su cargamento puede cerrar, y que los Dardanelos, que, si se abrieran a la comunicación, no llevarían más que a un mar interior; y no tiene comparación con el canal de Panamá, que corta un continente. Dios nos ha dado la llave del mar latino. La geología, la geografía, la topografía, las olas mismas del Estrecho chocando en el acantilado de la costa nos están diciendo todos los días: Aquí tenéis la puerta del Mediterráneo, y la llave; aquí está vuestra grandeza...”.

Y es que una constante de su política fue la señalización de Inglaterra como enemigo providencial de España, como espina clavada desde lo más importante de la Península hasta extender sus tentáculos en el Nuevo Mundo. En el siglo XVII, Cromwell había dicho que España era el enemigo providencial; tres siglos después, Vázquez de Mella le devolvía el guante, defendiendo que toda la geopolítica española debía estar enfocada en liberarse de este enemigo que constantemente cortaba el paso sin dejar tregua. 

Sin embargo, si bien Vázquez de Mella se convirtió en una intensa y requerida referencia que causaba mucho nerviosismo en sus enemigos, la llegada de la Primera Guerra Mundial le causará una ruptura; una ruptura que a la postre, se generalizará en el seno del movimiento carlista: Muy pronto en España se entablaron muchas discusiones divisorias entre germanófilos y aliadófilos, cuando paradójicamente el país había declarado la neutralidad; y Mella -al igual que no pocos carlistas de la época-, si bien al principio optaba también por la neutralidad, pronto se descubrió por su vehemencia germanófila. El rey Don Jaime, caudillo del pueblo carlista, acabó desautorizando tales referencias; y no tanto por “aliadófilo entusiasta”, como se le ha tachado en ciertas ocasiones, sino por defensor de la neutralidad de España. Otrosí, Don Jaime de Borbón quiso servir en la armada austrohúngara de joven, mas fue vetado; teniendo que cumplir su vocación militar como húsar de la Rusia de Nicolás II. Además, no hacía mucho que los alemanes habían amenazado las islas españolas del Pacífico. Y no sólo eso, sino que encima, durante el terrible conflicto mundial había sido confinado por los austriacos en un castillo cercano a Viena. Y tampoco son desdeñables los vínculos que unían a Don Jaime para con Francia; cosa que él mismo resalta en su desautorización. El tema, sin duda, era muy complejo; mas sea como fuere, ante un conflicto de semejantes magnitudes, muchos creyeron ver una hora importante para despertar a España de su letargo y su decadencia, y era lógica la simpatía por los imperios centrales en algunas ocasiones. Vázquez de Mella, veía, asimismo, una gran oportunidad, pensando que al aliarse con los alemanes, España podría bloquear a Inglaterra. Por otra parte, el apoyo a los aliados fue vehemente en otras personalidades españolas de la época, que también pensaban, a su manera, que eso podría significar beneficios para España. Empero, para lo que de verdad sirvió aquella cruenta guerra fue para dar al traste con el hecho imperial en toda Europa, puesto que prusianos, austrohúngaros y zaristas desaparecieron del mapa político, teniendo así el liberalismo (que ciertamente, ya estaba presente en esos países también) carta blanca para deshacer a su antojo lo poco que podía quedar de un Antiguo Régimen destrozado durante la decimonónica centuria.

Así las cosas, el mismo Rey tomó las riendas del movimiento político personalmente, lo que acabó por provocar la salida de Vázquez de Mella y varios de sus adeptos, confirmando su ruptura y fundando el Partido Católico Tradicionalista, celebrando su primer acto en agosto de 1918. Hasta los años 30, el tradicionalismo español vivió dividido en varias corrientes, que a posteriori se reunificarán tras el advenimiento de la II República.

Curiosamente, a nuestro personaje le fueron ofrecidos ministerios en un par de ocasiones: La primera vez, siendo joven, por parte del gobierno de Cánovas del Castillo; y la segunda, ya al final de su vida, por parte de Maura. Entrambos eran conservadores, y Vázquez de Mella declinó el ofrecimiento, pues no quiso participar de una política a la que consideraba errada y contraria a la esencia y los intereses de España. Nunca fue condescendiente con los conservadores porque siempre los consideró parte del entramado liberal, y finalmente, nunca creyó en la política de partidos, sino que tenía a éstos como meras herramientas, y no como fines absolutos.

Y así, entre auges y sinsabores, en el año 1924 pronunciará su último discurso en el Teatro Real de Madrid: “Divinidad de la Iglesia Católica”; lo cual dice mucho al respecto de su identidad, pues como decimos, amén de tribuno de un pueblo entusiasta, fue un hombre profundamente religioso y tal efecto consagró su erudición; a tal punto que prefirió vivir modestamente y en congruencia con sus creencias que las mieles del éxito de un sistema que juzgaba injusto. Con todo, su salud se le iba resquebrajando y en 1925 le fue amputada una pierna. A los dolores físicos le sobrevinieron las penurias económicas, aligeradas muchas veces a escondidas por mor de la intervención de sus amistades. Y continuando en su estilo y vocación, poco antes de morir publicó Filosofía de la Eucaristía, según sus propias palabras, “como un humilde tributo al grandioso Congreso Eucarístico de Chicago (1927)”. De hecho los prelados españoles que viajaron a tan magno evento de la catolicidad, pudieron leer un primer ejemplar impreso en maquinilla, y Reig, el cardenal primado, desde Nueva York, escribió al autor asegurándole que la mayor representación española en el congreso sería su trabajo. Y es que Vázquez de Mella ya era conocido en estas cuestiones, pues ya en el Congreso Internacional Eucarístico de Madrid, en 1911, se había pronunciado sobre estas cuestiones. Con todo, Filosofía de la Eucaristía  es en verdad el plato fuerte de una obra que, de haber tenido más años en este mundo, hubiera sido más completa. Con todo, esta interesantísima y apasionante obra nos deja un brillante testimonio de síntesis, filosofía y fe.

Empero, ¿podría alguien imaginar a algún político de la actualidad que se expresase en estos términos y con estos conocimientos? Es por ello que Vázquez de Mella (4) no fue un político cualquiera: Fue un hombre providencial que se adelantó a su tiempo enseñándonos que la tradición es un concepto dinámico y que del mejor pasado se va a un prometedor futuro. Por ello, estamos ante un tribuno y un filósofo para la Hispanidad.


NOTAS:

(1) El carlismo es directo heredero del realismo español que de 1820 a 1823 combatió el Trienio Liberal encabezado por el golpe de Rafael del Riego, militar liberal al que Alan García, en su libro Pizarro, el rey de la baraja (véase: http://poemariodeantoniomorenoruiz.blogspot.com/2013/03/mis-lecturas-pizarro-el-rey-de-la.html), considera el verdadero héroe de la independencia hispanoamericana, pues con el golpe que dio en Las Cabezas de San Juan (Sevilla) impidió que miles de soldados peninsulares, lo que hubiera significado un vuelco favorable a la causa realista americana. Y creemos que en ello tiene razón. La irrupción del liberalismo cambió las tornas en muchos sentidos, empezando porque muchos realistas americanos comenzaron a cuestionarse qué era lo que venía de la madre patria.
Con todo, la tendencia realista española ya se había dejado ver en la guerra contra Napoleón frente a las distintas tendencias revolucionarias, ya fueran liberales nacionales, o ya fueran servidores de la causa napoleónica, conocidos como “afrancesados”. De esta herencia nacerán los Batallones de Voluntarios Realistas, que, con el auge de la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis en loor de triunfo popular en 1823, se dispusieron a reorganizar una incipiente causa como elemento activo en la sociedad española.
Así, el carlismo cristalizó como tal en 1833, a la muerte de Fernando VII; luego de que éste hubiera modificado la ley de sucesión ilegalmente, sin consulta a Cortes, privando así del derecho que le correspondía a su hermano Carlos, en puridad, Carlos V de España (pues al que muchas veces llamamos “Carlos V” lo fue pero de Alemania; porque de España fue Carlos I), y por este nombre se empezará a conocer así al legitimismo español; a veces como “carlino” y luego generalmente como “carlista”; término que al parecer afianzaron los voluntarios realistas franceses enrolados en sus filas. Así las cosas, es ese año de 1833, justo cuando Fernando VII pensaba devolver a su hermano los derechos que por la legalidad y la tradición le correspondían, deshaciendo su propio entuerto; un golpe llevado a cabo por su esposa y su cuñada , con la complicidad de buena parte de la nobleza y el ejército, evitó que se volviera a la legalidad y, apoyándose en las logias masónicas y el intervencionismo militar del imperio británico y la Francia orleanista, impusieron el liberalismo en España utilizando a Doña Isabel (la hija de Fernando VII) porque por aquel entonces era una niña y la pensaron fácilmente manipulable; todo ello luego de que en la América Española habían pactado la separación de la Corona con similares agentes.
La página “Embajador en el infierno” nos detalla - http://embajadorenelinfierno.blogspot.com/2011/01/confesion-de-parte.html  - cómo la infanta Luisa Carlota escribió a su hijo Francisco de Asís de Borbón (el consorte de la futura Isabel “II”) lo siguiente: "Con la conciencia en la mano, te digo que a Don Carlos se le usurpó el trono que por derecho divino le correspondía; por consiguiente, deseando morir arrepentida y en la gracia del Señor, te encargo, y has de jurarlo solemnemente, cumplir mi última voluntad, haciendo cuanto esté en tu parte para disuadir a Doña Isabel de la creencia que los masones le han imbuido, de que es la reina legítima de España, y ambos a dos no dejareis un instante de trabajar para que el primogénito de Don Carlos ocupe el trono que yo, miserable de mí, contribuí se usurpara a su señor padre".
En 1833, el primer movimiento carlista se dio en Talavera de la Reina (Toledo). Rápidamente, se extendió por toda España, teniendo especial predicamento en Vascongadas, Navarra, Cataluña y Aragón; con focos también localizados desde Castilla a Andalucía. Valga como dato curioso que en 1840, Morella, el último bastión de la resistencia carlista comandado por el general Cabrera, tuvo como gobernador al peruano Leandro Castilla y Marquesado (hermano del presidente Ramón Castilla), tradicionalista hasta la muerte, encarnación del fidelismo del sur peruano. Como carlista fue el peruano Blas de Ostolaza (http://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2860790.pdf). En esa misma guerra, combatió en las filas carlistas el chileno Novoa. Y otros muchos hispanoamericanos estarán vinculados al carlismo desde el siglo XIX a nuestros días.

De 1846 a 1849, la Segunda Guerra se localizó en Cataluña principalmente; y en la Tercera, de 1872 a 1876, se extendió por todo el país, concentrándose mayormente en Vascongadas y Navarra, aunque con fuertes focos en Galicia y otras regiones. Y es poco después de esta época cuando nuestro protagonista se va a nutrir de ese ambiente contrarrevolucionario.Asimismo, el Requeté, organización militar carlista, jugó un papel importantísimo en la Guerra Civil Española (1936-1939); y como tal, sigue existiendo.

Sobre la historia política carlista, recomendamos vivamente:
(2)Sobre el carlismo en las novelas de Valle-Inclán:
(3)Sobre la vinculación del norte de África a España, véase:
(4)Para profundizar en la vida y obra de Vázquez de Mella:

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