jueves, 11 de agosto de 2011

Stephen Hawking y la vida más allá de la muerte (IV)


Stephen Hawking y la vida más allá de la muerte

Tres Refutaciones

Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

La opinión de Hawking no es distinta a la del filósofo inglés Ryle y en general a la reducción del alma a la conciencia que se ha producido a lo largo de la Filosofía Moderna. Veremos primero a Ryle, luego a Occam y al de mayor repercusión en el pensamiento moderno, a Kant. Refutando sobretodo a estos dos últimos habremos cumplido nuestro cometido de demostrar la inconsistente negación de la inmortalidad del alma, su reducción a la conciencia y el equívoco en el que incurre Hawking.

Veamos primero la refutación a una de las últimas críticas a la noción de alma formulada por Ryle (Concept of mind, 1949). Ryle considera que la noción de alma es una idea lógico-semántica y por eso es un error categorial profesar que tiene realidad fuera de las manifestaciones singulares de la vida mental. Con ello niega que exista el mito oficial cartesiano del “fantasma en la máquina” o “espíritu inmaterial” alojado en el cuerpo. Ahora bien, este argumento es lo que parece, es decir, un “conductismo conceptual”, y esta es justamente la crítica que se la ha formulado a Ryle. Por eso, esta última condena del filósofo inglés resulta superficial y reduccionista.

Más aguda resultaba ser la objeción de Occam quien, refutando la demostración del alma de Tomás de Aquino, afirmaba que allí se toma la experiencia interna –concepto que funda la idea de Conciencia para la filosofía moderna- por la existencia del Alma intelectiva. Es decir, la intelección y la volición pueden ser manifestaciones propias del cuerpo mismo, que es “forma extensa, generada y corruptible”, y por ello la inmortalidad del alma es cuestión de fe y no de razón. Una de las mejores refutaciones contra Occam, y dirigidas desde la propia experiencia interna, fue Descartes con la existencia de las dos substancias: res extensa y res pensante. Pero volviendo al tomismo hay que decir que la refutación del alma que le dirige Occam es a las “manifestaciones” del alma pero no al alma misma. Tal error occamista es parecido al que cree que el cerebro no existe en el descerebrado, pues no existen sus funciones pero sí existe el cerebro. De forma análoga, las funciones del alma dependen del cuerpo pero éstas quedan en suspenso con la muerte, lo cual no significa que la muerte extinga al alma.

Pero hay otra refutación bastante seria, a saber, la demolición escéptica de la noción de alma como realidad o sustancia, que contribuye a la supremacía de la conciencia, es la de Hume. Todas las realidades sustanciales son construcciones ficticias, incluso de las cosas materiales, de lo único cierto que contamos es con los datos de la conciencia. Este argumento del empirismo clásico de Hume contra la inmortalidad del alma llega a su clímax con Kant y su crítica a la psicología tradicional con sus del alma de sustancialidad, simplicidad, unidad y posibilidad de relaciones con el cuerpo.

Esta crítica, que está subyacente en las declaraciones de Hawking, resultó ser decisiva en la historia de la filosofía porque los filósofos dejaron de hablar del Alma, como realidad sustancial, para hablar de la conciencia misma (por ejemplo, en Hegel el Alma es apenas el despertar de la conciencia; y en la tradición positivista, desde Stuart Mill hasta Ryle –y que repite Hawking-, se efectúa la misma reducción del Alma a la conciencia, pero prefiriendo hablar de actividades psicofísicas, como una ciencia que tuviera el mismo rigor que la ciencia de la naturaleza).

Y este es justamente el argumento de los que han sostenido posiciones desde la ciencia y de los cientificistas. Por eso es necesario detenernos un poco en él. Para Kant el error estriba en atribuir al “Yo pienso” la categoría de sustancia, cuando es ella misma la primera condición del uso mismo de las categorías.

Pero esta declaración kantiana como ilegítima transformación de la conciencia en sustancia, se basa a su vez en dos sustituciones ilegítimas por parte de Kant: 1. Reduce la conciencia al Yo pienso, lo cual equivale a pensar que la mente no existe sino sólo en cuanto está funcionando, y no es así; y 2. El Yo pienso no es un conocimiento fenoménico o sea mediante aplicación de las categorías a un contenido empírico, sino trascendental. Esto equivale a reemplazar la existencia de sustancias externas por la existencia de una sustancia racional a priori. A todas luces.

Como vemos, la solución kantiana, de tan enorme repercusión en la filosofía moderna, es totalmente insatisfactoria, y, por tanto, podemos decir que ni Ryle, Kant ni Occam han logrado demostrar que el alma no es inmortal y por consiguiente, escépticos, agnósticos y cientistas están equivocados. No han logrado demostrar que el alma no es una sustancia inmortal.

Por el contrario, quedan impolutos sus atributos tradicionales: sustancialidad, simplicidad, unidad y relacionado con el cuerpo pero que sobrevive a éste. Una atingencia más. Esta afirmación no significa la resurrección del dualismo platónico ni oriental, el cual cree en la preexistencia del alma al cuerpo, ve su unión con éste como su castigo y una liberación en el cese de sus relaciones corporales. Esta es también la creencia del gnosticismo antiguo y actual. ¡No!, mi postura es del monismo espiritualista, de la unidad psicofísica del alma con el cuerpo, pero de su sobrevivencia a éste, para luego volver al cuerpo o sea a su estado natural para el juicio divino. Es decir, que la inmortalidad del alma no es una gran cosa, es un estado transitorio que ha de atravesar una parte de la persona humana. Por lo mismo, lo fundamental no es la suerte del alma, sino la totalidad de la persona para la vida eterna –pero es ya asunto de otra demostración-.

Por último, aun cuando el tercer milenio marcha hacia el triunfo del monismo materialista, a través de una concepción de la supervivencia genético-cultural de la persona, idéntica en su inmanentismo al taoísmo y confucianismo de la filosofía china, sin embargo, no creo que ello signifique ni las exequias del problema religioso del alma, ni el fin definitivo del dualismo ni del monismo espiritualista. Y lo asumo así porque la tendencia dominante se desentiende de la cuestión metafísica del alma y de los valores que están asociados a ella.

En conclusión, el argumento de Hawking no es nuevo y proviene, como hemos visto, del nominalismo de Occam, el empirismo clásico de Hume, de la crítica de Kant a la psicología tradicional, y que ha sido recreada últimamente por Ryle, y se basa en la misma reducción del Alma a la conciencia, pero prefiriendo hablarse ahora de la mente. Este reduccionismo se fundamenta en una ilegítima confusión entre el Alma y sus manifestaciones a través del cuerpo.

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