miércoles, 27 de julio de 2011

Hermenéutica como pensamiento de los débiles

Hermenéutica como pensamiento de los débiles

Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

(Sustraído de una entrevista de Davide de Palma a Víctor Samuel Rivera del 26 de julio de 2011)


Davide de Palma: En su opinión, en calidad de seguidor del pensamiento de Vattimo, ¿tiene Vattimo razón cuando dice que "el pensamiento débil es el pensamiento de los débiles"?

Víctor Samuel Rivera: Desde sus trabajos sobre Nietzsche de la década de 1970, Vattimo ha intentado articular un lenguaje filosófico vinculado a la idea de “la izquierda”. En los lenguajes sociales vigentes para la izquierda en la década de 1970 y aun después, definirse de izquierda era involucrarse con un lenguaje que apostaba de manera insistente en agendas de violencia. La violencia era un programa, que se justificaba dentro de un horizonte de interpretación más amplio que la justificaba, en este caso, con la idea general de que el futuro iba cargado de unas ciertas promesas de un mundo mejor, moralmente mejor. Vattimo mismo suele citar este lenguaje hegemónico de “las izquierdas” o lo izquierdista de la década de 1970 como “marxista” o “estructuralista”. Desde fines de esa década, Vattimo intentó hacer que la hermenéutica ocupara el lugar de los lenguajes estructuralistas o marxistas. Vattimo era consciente de que los lenguajes “de izquierdas” implicaban, en líneas generales, un diagnóstico de la actualidad basado en la concepción de la vida social como un vínculo centrado en los conflictos. Había una “estructura” económica cuya descripción social se traducía en la metáfora de un espacio de lucha; había seres humanos esencialmente agrupados en “clases” que mantenían una relación altamente hostil entre sí. Ser “de izquierdas” era adoptar un pensamiento y una práctica social de parte de la o las clases que tenían mayores desventajas en la “estructura” económica, los pobres, el proletariado, los desposeídos. No ignoraba que había detrás del pensamiento que deseaba desplazar un trasfondo metafísico, que fundaba la idea económica: el ser humano es una entidad privilegiada, cuyas ventajas frente a otros seres radican en que él y sólo él puede realizarse como un individuo autónomo.

La oposición izquierda-derecha es un espacio de lucha por privilegios materiales desigualmente repartidos entre individuos autónomos; uno recibe más que otro, lo cual resulta una injusticia en una metafísica individualista. La idea de la política como un espacio de lucha está profundamente arraigada en una concepción positivista y economicista de la existencia humana. La lucha es lucha económica, y su móvil es un móvil económico. En mi opinión es muy sospechoso que pueda sin más desarrollarse en coordenadas hermenéuticas un pensamiento “de izquierdas” que valora de una manera tan grande la economía y que descansa en una metafísica individualista de seres autónomos, que prospere. Obviamente, estamos hablando en sentido conceptual y filosófico. Es posible siempre gestar un pensamiento social altamente movilizador que descanse en premisas no económicas o no exclusivamente económicas, y que disminuya o aligere las demandas metafísicas del individualismo moderno de la autonomía. No estoy seguro de que habría que llamar a eso “izquierda”, pero tampoco creo que debería llamarse “derecha”. Recientemente Santiago Zabala y Gianni Vattimo han editado un libro juntos que se llama Comunismo hermenéutico, en que entiendo se da cuerpo a estas ideas “de izquierdas” como un programa filosófico. Creo que la pista más importante viene en redefinir el pensamiento de la izquierda, que hacia la década de 1970 fue un pensamiento del conflicto, en una clase distinta de “lucha”. Esto es: debe rescatarse el carácter de la política como un pensamiento del conflicto, que era medular en esa izquierda a la que Vattimo se refiere, pero este conflicto debe salir de las esferas hegemónicas de la economía y el individualismo de la Ilustración para ubicarse en otros campos de la comprensión humana, como la defensa de la cultura ancestral, la reivindicación de las esferas sacrales o la defensa del medio ambiente.

Vattimo fue discípulo directo de Hans-Georg Gadamer y traductor de sus trabajos más importantes. Gadamer estaba bien lejos de ser un filósofo de izquierda, pero es de Gadamer, antes que de Heidegger o de otros autores, de donde procede la impronta más fundamental del filósofo de Turín. Y Gadamer significa dos cosas: rescatar el lado oscuro de la existencia humana, allí donde en la belleza se esconden y surgen los dioses, y una inclinación de la balanza tanto teórica como práctica en el diálogo razonable entre los hombres. Vattimo adoptó, al menos algún tiempo, una de las conclusiones más caras del pensamiento de Gadamer: “el ser que puede ser comprendido es lenguaje”; la idea de que la lingüisticidad es una condición necesaria para la racionalidad humana. Vattimo quiso traducir el lenguaje social de la izquierda bajo la premisa de Gadamer de que el ser es lenguaje. En el esquema de Gadamer, la idea central es que la racionalidad humana es, antes que una lucha, un fenómeno incesante y perpetuo de comunicación opaca, un diálogo interesante que no era ni primera ni principalmente económico, que podía desviarse indefinidamente y que, sobre todo, no daba lugar al reconocimiento de los conflictos como parte de la agenda del hombre. Si había alguna duda, creo que ahora es evidente que, en un sentido lato, la hermenéutica no es ni nunca podrá ser “de izquierda”. Lo más izquierdista en el intento de hacer de la hermenéutica un lenguaje conmensurable con la obsesión por lo económico y el individualismo ha sido el kantismo y la Ilustración en formas renovadas en la filosofía de Alemania de la misma época que estamos refiriendo aquí: la ilusión de que todos los problemas son un diálogo esencial. Un mito.

El Vattimo de “izquierdas” es antes la persona que el pensamiento. Para Vattimo ser “de izquierdas” es antes un impulso de sentido que un resultado de su trabajo conceptual. Es algo que no puede reprochársele a nadie. Unas ciertas intuiciones guían a los que piensan en tanto no se pertenecen a sí mismos. Este impulso “de izquierdas” empujó a Vattimo a reconstruir el significado político de sus libros reivindicando agendas ilustradas, liberales o al menos no marxistas, como dan testimonio de ello las expresiones “emancipación” y “liberación”. Son términos que abarcan un arco de su obra entre 1970 y 2000. Son términos de izquierda en el sentido de que pertenecen a un lenguaje histórico-social que aún cuenta con el conflicto como uno de sus elementos más básicos e imprescindibles; la raigambre no marxista de estas expresiones edulcora los conflictos reales y, en mi opinión, los camuflan como meros “errores” en un camino transparente en una vía racional que conocemos por anticipado como la meta de la acción social de la “izquierda”, justamente. Es desde este ángulo y con el contexto precedente que Vattimo habla de la hermenéutica como un pensar de los débiles, esto es, de los desamparados o de los pobres. Creo que en esto Vattimo no ha sido un filósofo demasiado exitoso, pero esto último quizá deba dejarse para el juicio del largo plazo. En esta impronta, la hermenéutica se pasa a la izquierda cuando es capaz de insertar las cuestiones relativas a los conflictos sociales dentro de una agenda de conversación opaca. No hay ninguna razón por la que la hermenéutica no pueda pertenecer a los desamparados o los pobres. El punto central es identificar quiénes son esos desamparados y quiénes son esos pobres.

Hay un núcleo fundamental para ubicar el “pensamiento de los pobres” que contiene las características propias de la hermenéutica y que no es ni economicista ni individualista. El tema gira en torno del diagnóstico de lo que en la década de 1990 Ignacio Ramonet llamó “el pensamiento único”. Esa década estuvo signada por dos grandes eventos. Uno de ellos fue la caída del muro de Berlín, es decir, el fin de la bipolaridad en el orden mundial y también, debe decirse, el fin de un gran conflicto planetario que la historiografía del siglo XX denomina “La guerra Fría”. Aparecía como el fin de los grandes conflictos, e incluso como el fin de todos los conflictos posibles. Esto hizo pensar que había llegado lo que se llamó “el fin de la historia”, esto es, el acabamiento –en el sentido de fin narrativo y de perfección de arte- de una secuencia narrativa total que consumaba y lograba a la vez las metas de la humanidad. Nunca se olvidará a Francis Fukuyama por haber intentado dar cuerpo conceptual a este clima. El liberalismo, es decir, la ideología y el sistema político y social del Occidente había logrado ser en la práctica superior a su enemigo en la Guerra Fría, esto es, al socialismo real o comunismo.

Al margen de la actitud de Vattimo al respecto, que ha pasado de la complacencia a la más rotunda oposición, no hay manera de interpretar la hermenéutica, sea desde Gadamer, sea desde otras entradas, como un lenguaje compatible con las ideas más o menos banales de Ramonet o Fukuyama. Corresponden a una realidad factual, aunque no a la que aparenta. Corresponden a un mundo “uno”, pero no en el sentido de un programa político y económico (la socialdemocracia y el liberalismo) sino a otro: a la globalización de las relaciones comerciales y la disposición universal de la información. Hay un fenómeno global dentro del cual están insertos los factores que trataban Ramonet o Fukuyama. La verdad del pensamiento único es la globalización, que es una manera de entender el mundo de los hombres como una totalidad planetaria. Pensar la realidad tal y como la define un horizonte de “pensamiento único” parecía ser la tarea de la hermenéutica. Pero el pensar en la hermenéutica es siempre un pensar geográfico. Tiene un lugar desde el cual es posible y tiene sentido interrogarse por su sentido. Ese lugar no es la Tierra solamente, sino y principalmente el lugar de los excluidos del “pensamiento único”, quienes son sus alteridades, sus bordes o sus márgenes. Los que sufren este mundo planetario como un mal, que es también un mal inevitable. Si entendemos esos márgenes de una manera no económica ni individualista, veremos que están poblados por los anhelos y las prácticas que a lo largo de la historia humana han constituido el centro del sentido de la vida de los hombres. Son el centro invertido. Ese centro acoge y escucha a los excluidos en los sentidos “de izquierdas” también, pero está lejos de definirse por ser el margen de quienes se quieren emancipar o quienes se quieren liberar. Es un margen ontológico donde todo lo olvidado del mundo único reclama su alteridad.

Personalmente reivindico la idea de que la hermenéutica es un pensar de los pobres. Lo que no reivindico es la idea de la emancipación o la liberación. Esto se debe a que estos términos proceden de lenguajes sociales que descansan en una cierta metafísica de la historia que, en términos generales, es análoga a la concepción economicista del marxismo y que, en último término, recaen en las mismas características que Ramonet o Fukuyama hacen de horizonte del “pensamiento único”. Uno de los puntos centrales de la hermenéutica filosófica, pero más aún de la hermenéutica nihilista, es su diagnóstico de esta época histórica, que es la misma que trata el “pensamiento único” (en definitiva, el liberalismo) como un espacio relativamente finito, en el que no es posible hacer referencia a la existencia histórica del hombre como un camino de progreso que va siempre camino a lo mejor. En realidad, la hermenéutica es una respuesta diagnóstica frente a la modernidad como un fenómeno históricamente cumplido y que ve en la idea de un mundo total, de un mundo “único” una amenaza, la mayor que pueda haber sufrido la humanidad, esto es, el mundo de los hombres. Nunca el mundo de los hombres fue tan grande: jamás estuvo en riesgo más grande tampoco, y la muerte es el cofre que lo porta. Vattimo tomó de Arnold Gehlen el concepto de “posthistoria”. Sería largo y enjundioso explicar eso aquí ahora, pero es central en la concepción que tiene la hermenéutica nihilista de la posmodernidad. La posmodernidad en esta perspectiva es un punto de partida, es un dato de la facticidad humana. Este punto de vista no es que la modernidad ha logrado su acabamiento, sino que se ha terminado, en el más radical sentido de que lo que nos ha dejado en herencia es una amenaza para los desamparados.

4 comentarios:

Eveling dijo...

Profesor, excelente diagnostico de la modernidad. Entonces, quienes son los pobres? Aquellos que no tienen tradicion, costumbres, historia? Esta sugiriendo que en realidad los pobres son los liberales nihilistas?

Víctor Samuel Rivera dijo...

Interesante. No era mi intención sugerir eso que usted sugiere, pero es posible. Si se sigue mi argumentacion, se sigue. Aun asi, no puede ser la interpretacion principal, esto porque el nihilismo ejerce caracter de DOMINIO. El nihilismo tiene un rol fundante en la sociedad actual, por eso no es el pensamiento de los debiles, sino lo es de los fuertes.

Aparte: Hay que recordar a los pobres del Evangelio. Es importante considerar la concepcion biblica de lo que es un pobre.

Muy agradecido por este comentario.

VSR

Ricardo Milla dijo...

Si la modernidad ya ha acabado, entonces ¿cómo es posible que nos sea una amenaza? Y, si la hermenéutica trata de reinvindicar a los débiles ¿porqué no pensar en una hermenéutica emancipadora y libertaria?

Saludos.

Víctor Samuel Rivera dijo...

Estimado Ricardo;

"Acabado" se dice de dos maneras:

1. "Ya no va más" (no funciona, algo está mal sistemáticamente).

2. Ya terminó (es decir, hemos pasado a otra etapa).

Aunque ambos sentidos se mezclan, en la hermenéutica nihilista "acabado" significa lo primero antes que lo segundo.

Aparte. No comprendo cómo la hermenéutica podría ser libertaria. Algo así parece querer Gianni a veces, pero no lo comprendo.

Propongo una versión "recogida" de la hermenéutica; una hermenéutica como resignación, como signación voluntaria. ¡Imagínate que quisiera ser libertrio en uin esquema de resignación!

Un abrazo.

VSR

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