lunes, 20 de junio de 2011

La jerga del “evento” (I-II)

La jerga del “evento” (I-II)
Réplica a Augusto Sánchez Torres


Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía


Voy a comentar brevemente un artículo de Augusto Sánchez Torres, magíster en filosofía y profesor de la Universidad de San Martín de Porres (Lima). El texto me concierne especialmente, pues es un comentario referido a un trabajo mío del año 2006, mi Ilave, ontología de la violencia o el terror en el Altiplano (Solar, Año 2, Nº 2, 2006). El texto de Sánchez tiene por título principal La jerga del “evento” y la abstracción del “otro” y fue impreso en Solar (Lima) Año 5, Nº 5, 2009, pp. 187-201. Entiendo que el profesor Sánchez ha redactado su tesis de postgrado sobre el tema al que mi artículo se dedica. También que Sánchez tiene especial interés por su origen, Ilave, un pueblo aymara. Voy a comentar el artículo de Sánchez en la misma secuencia en que su autor compuso su texto.


(Para el público no peruano: Ilave es un pueblo de la zona Altoandina del Perú, de población aymara, donde se produjo un notable evento de violencia civil en 2005 y sobre el cual escribí una conferencia en clave de hermenéutica política para un congreso de la Asociación de Ética y Política Española en 2006).

Sánchez inicia resumiendo mi texto (pp. 187-189). Aunque hay algunos deslices retóricos que me parecen poco amables, considero en general que se trata de una auténtica introducción a lo que mi “Ilave” quiso decir. A diferencia de la mayoría de apreciaciones que he escuchado o leído sobre mis trabajos, Sánchez demuestra que ha comprendido la trama fundamental. Esto solo lo califica ya como un interlocutor académico digno de esta respuesta o de cualquier otra. Sánchez comprende que hago algo que llamo “hermenéutica política” o también “ontología política”. Es una interpretación (que aún va en camino, de la que mi “Ilave” va en calidad de esbozo) de la propuesta de “ontología de la actualidad” de Gianni Vattimo. La tesis central, como nota el propio Sánchez, es que la “enemistad, la conflictividad y la violencia son constitutivos de nuestra identidad” (citándome a mí). Es una tesis ontológica básica: creo que el conflicto es el concepto nodal de toda interpretación filosófico-política de los hechos sociales. En esto hay una iniciativa escandalosa, pues la hermenéutica de cuya tradición me siento parte, Gadamer-Vattimo, contiene fuertes elementos opuestos. “El ser que puede ser pensado es lenguaje”, escribió en célebre frase Hans-Georg Gadamer. Nada podría ser más extraño entonces a la hermenéutica que pensar el conflicto. Pero si esto fuera así, la hermenéutica no podría darnos alcance en lo más fundamental. Los liberales piensan donde no hay problemas. Creo que un hermeneuta puede ser liberal. También que un hermeneuta puede no estar interesado en los hechos sociales, sino en la estética o algo parecido. Pero considero que lo que les queda a los hermeneutas luego de que los liberales han tomado la parte pacífica es lo más interesante. Que es lo ontológico. Vale.


Sánchez entiende en sus páginas introductorias también que en mi Ilave hay una segunda tesis: el liberalismo como forma de régimen político y como metafísica (no distingo ambas cosas) es generador de conflictos. Esto se debe a que como metafísica y como régimen político desconocen la noción de enemistad. Desconocen el rol fundante de la enemistad en las relaciones sociales. Esto es así porque presuponen –metafísica y régimen político- la conmensurabilidad de todos los conflictos. Sánchez ha señalado la influencia de Carl Schmitt (p. 188). No se equivoca. Como ya he intentado decir arriba, intento trabajar la ontología de la actualidad como un pensamiento del conflicto, una hermenéutica del conflicto y la conflictividad. En 2006 eso sonó un poco (bastante) escandaloso para quienes tenían interés en estos temas. En 2008 Gianni Vattimo lo expuso así en su Lezione di congedo, dal Dialogo al conflicto, sobre la cual he redactado un pequeño trabajo y un comentario de 35 páginas que se imprimió en España. Por lo demás, pensar la política desde el conflicto en el mismo sentido schmittiano es algo que puede rastrarse en pensadores de diversa tradición y teóricos de lo político.


El la sección 1. “Recuperando y aclarando los datos empíricos” (pp. 189-191) Sánchez intenta corregir mis conocimientos de geografía y realidad social peruana. “Sospecho que él (o sea, yo) nunca ha pisado Ilave” (p. 189). Se equivoca. Sí conoz Ilave. Pero no creo que eso sea muy relevante. Me pregunto si para escribir sobre el Imperio Romano tuvieron que haberlo visitado Theodor Mommsen o Fustel de Coulanges. Yo también sospecho que ninguno de los dos sabios pisó jamás el Imperio de César y Antonino Pío, que desapareció oficialmente en 476 DC, mucho antes de que alguno de los dos tuviera la felicidad de ir allí. Eso no quita interés ni verdad a sus conocidos trabajos sobre Roma y su Imperio.

En la sección 2, “¿Ilave ha comenzado a existir después del crimen? ¿El agente del evento es un desconocido?” (pp. 191-195) Sánchez se esmera en esclarecer datos de historia social cercana; recoge frases dramáticas de mi texto, las saca del contexto y luego las corrige sobre la base de datos empíricos. Si no estuviera seguro de que es lo contrario, diría que Sánchez no ha entendido lo que ha leído. Exagera el sarcasmo (lo cual encuentro lejos de estar mal), pero a costa de pesar perdiendo la red de sentido de los conceptos. “Hay que apreciar este ejercicio supremo de imaginación” –escribe Sánchez-, “lamentablemente carente de asidero”, repetimos con él. Me hace recordar, salvando las distancias, los chistes sobre el lenguaje filosófico que Rudolph Carnap se echaba en la década de 1930 contra la “jerga” de nuestro maestro Martin Heidegger. Los chistes de Carnal eran muy graciosos, pero no revelaban de Carnap un interés muy intenso que digamos en entender lo que leía de Heidegger. Admitamos que Heidegger hacía otro tanto, pero soy de los que creen que la jerga de Heidegger tiene aún mucho qué decir a pesar de las correcciones gramaticales de Carnap.

En la página 192 de la sección 2 Sánchez deduce que de mi texto hay que inferir que “Ilave es un pueblo asesino”. Arte de birlibirloque. Yo jamás he escrito tal cosa. De todo el artículo, ésta es la sección que me merece menor confianza, académicamente hablando. No sólo creo que Sánchez juzga erróneamente. De mi artículo un lector paciente debe deducir lo contrario, que si juzgara mi texto a Ilave, lo haría para absolverlo, pues el texto está escrito con la finalidad de responsabilizar al sistema político liberal, algo que el propio autor reconoce en su introducción. Sánchez agrega que acuso (sic) de “asesino” al pueblo de Ilave porque “Rivera no está aquí (en Ilave), pues él no es ni andino, ni ilaveño, ni aymara; él es limeño” (p. 192). Tinta en exceso. Quiere decir que no entiendo los problemas de Ilave porque no llevo sangre aymara y –deduzco- que él entiende más porque es aymara neto de nacimiento. Implica que él comprende a Ilave o lo aymara mejor por una cuestión racial. Es un acontecimiento sorprendente que alguien haya escrito algo así. Podría ocurrírseme que Sánchez justamente no entiende mi texto porque él es aymara y mi texto no. Pero yo no razono con localismos, que podrían hacer pensar a mis lectores que soy racista. “Tamaña desmesura”, añade con humildad Sánchez (p. 192). Supongo que escribe esto en calidad de interlocutor en un diálogo racional y no en calidad de aymara.

Lo que sigue, hasta la página 194, es una interesante crónica policial del asunto "Ilave" que no necesita de mi concurso. Luego subraya que aparentemente mi filosofía política no parte de la “realidad social y se pone a su servicio” (p. 194). Eso no es serio. ¿Hegel no hizo filosofía política? ¿Kant no hizo filosofía política? Si Sánchez responde afirmativamente, me gustaría que me explicara cuánto de la “realidad social” de la que él se esmera en escribir aparece en sus textos más emblemáticos. No imagino a Kant dando informes exactos y objetivos de geografía o costumbres locales para su "Historia universal desde un punto de vista cosmopolita". Y -de pasada- no comprendo aquello de que el filósofo de la política “se pone a su servicio”, al servicio de la vida práctica. ¿Al servicio de quién? Cortocircuito del pensamiento.

“Volvamos a Ilave” (p. 194). Sánchez ingresa un episodio nuevo. El autor se sujeta de una frase y la distorsiona. “Comete un exceso verbal”, escribe de mí. Indico en alguna parte de mi texto que “Ilave es después del crimen”. Quiero decir que adquiere identidad ontológica en un sentido en que no la tuvo antes del crimen. En Heidegger se hablaría de “una fundación”. En Vattimo, de un “evento”. En Schmitt de "un acto de violencia". No voy a volver a escribir aquí lo mismo que contiene mi artículo. Hay que leer El Origen de la obra de arte de Heidegger, por ejemplo, y no sólo a Carl Schmitt. Creo que para la cuestión teórica, que tan ausente está hasta el momento, Sánchez requiere de un horizonte de lecturas filosóficas más generoso, que complemente el innegable conocimiento de geografía, costumbres, economía e historia social que Sánchez de Ilave, a lo que se une su vínculo racial y “terrestre”, por decirlo a la manera de Schmitt. Mucho conocimiento, perom poca filosofía. Una carencia que se puede remediar. Pero Sánchez vuelve a la carga otra vez.



Sánchez me refuta en la página 194 de una manera mágica. Me hace recordar ahora que Ilave no puede ser “después del crimen” porque ya existía desde antes, es decir, antes del evento que dio lugar a mi artículo y a su tesis. Que es un pueblo ancestral, me informa, que existe desde hace años de años de años, que tiene una “rica historia pre-colonial” (p. 194), etc. ¿Qué me quiere sugerir con eso? ¿Qué existe desde que la fundaron los aymaras? Entonces le concedo que “existe” desde el Paleolítico, desde el Pleistoceno. ¿Y dónde estaría el interés filosófico de eso? Sí, Lima existe desde 1535, aunque tal vez tenga una “rica historia pre-colonial” que yo no conozco. 1535: fundación de Lima, pero Lima no es un evento. Por aquí va el punto.

Debe aclararse que de lo que se trata aquí, se trató en mi artículo “Ilave” y en general se trata en mis textos de ontología política es de una fenomenología de los hechos histórico-sociales del presente. Eso es “ontología de la actualidad” (Vattimo/Foucault) u “ontología política”. Eso hago en la mayor parte de mis pequeños ensayos de ontología política de este blog. Los hechos histórico-sociales son evento cuando requieren y exigen un sentido. Esto no ocurre siempre; al contrario, es casi nunca. Hablamos de “evento” con singularidades en la vida social, no cuando son hechos banales y cotidianos. “Evento” es un término que designa un acontecer social, pero que es también histórico-social, o sea, que quiebra la atención y la transforma (en sentido hermenéutico) en una narración política. Esta narración es “la historia reciente”, por así decirlo, y es en ese horizonte que se aplican todas las expresiones que tanta sorpresa le causan al autor.

Es en este sentido, en este único sentido que Ilave, el pueblo de Ilave, no es un evento sino y desde el crimen que motiva mi texto (y la misma tesis de Sánchez, imagino). Pensemos en las Torres Gemelas en 2001, en la caída de la Bolsa de Nueva York en 2008. Las Torres Gemelas tienen, junto con la Bolsa, una “rica historia” pasada, sólo que su interés como objetos de reflexión para un hermeneuta de la actualidad no se dirige hacia esa historia. Esa historia puede ser interesante, sí, pero no es evento. Veo la historia de Roma, y recuerdo la Batalla de Actium. Obviamente, Actium ya existía antes, hace años antes de la batalla, etc. ¿Y eso qué importa?


Por ahora me detengo. Habrá una segunda parte, dedicada a las páginas que faltan del texto de Sánchez. Quiero insistir, por si alguien estimara que antes no le he hecho ya suficientemente, al menos en lo referente a la introducción y resumen de mi “Ilave”, en que el texto de Sánchez es una correcta lectura de su significado. Lo que es criticable es la larga cantidad de páginas empleadas luego para no atinar en la argumentación de mi texto, sino en detalles insignificantes, a los que se ha revestido de una retórica que altera -a veces gravemente- la intención de mi escrito. Es así que con datos empíricos sobre lo que pasó en Ilave, que en sí son muy interesantes y recomendables para un geógrafo o un periodista, el autor me reprocha “que no tengo ojos sino en la capital” y que concibo que “la historia del Perú se escribe en Lima”. Mucha personalidad, mucha intensidad. No veo igual medida para el trabajo con los conceptos, su uso o su origen, que es mi trabajo y que debería ser también el suyo.

No deja de sorprenderme el interés extraordinario en mostrar mi composición como una especie de afrenta al Ande, como si yo no tuviera aprecio por los hombres del Ande o no valorara un poco la realidad vital del Perú o los peruanos. Es ciertamente cruel que me lo diga justamente a mí, que vengo de dedicar casi una década de lectura y estudio sobre el Perú, la nación peruana y la peruanidad. Sánchez reacciona ante la lectura de mi “Ilave” como si no hubiera entendido lo que he escrito, lo cual juzgo falso. El comentarista adopta una posición de ofendido racial que es inconveniente, y que tampoco está justificada, lo que me fuerza a esta respuesta. Creo que una familiaridad extraña hace que confunda el seso de todos los limeños. En este caso me confunde –seguramente sin intención- con algún filósofo liberal del puerto vecino del Callao.

Caetera desiderantur…

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