viernes, 17 de junio de 2011

El mundo como espacio de interpretación (III-III)


El mundo como espacio de interpretación

La inscripción como condición de posibvilidad de todo acto hermenéutico

Una lectura reconstructiva de la relación hecho-sentido a partir de la “Introducción al «Origen de la Geometría de Husserl» de Jacques Derrida”

Jimmy Hernández Marcelo
Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima


A partir de lo expuesto surge la interrogante sobre el despertar del sentido de la historia. ¿Acaso la historia no tiene sentido? Porque hablar de un despertar si la historia es lo que es, lo que ha llegado a nosotros. Pero como hemos mostrado, cuando se hace historia se cree que se tiene acceso directo al hecho sin pasar por la tradición que nos ha trasmitido y conservado el sentido del hecho. Lo que ha sucedido es que una miopía histórica ha hecho que se oculte el sentido e importe sólo los datos empíricos que se nos presentan sin tener en cuenta que éstos ya poseen una carga tradicional que ha hecho posible que lleguen hasta nosotros como tales. De este modo, se nos ha ocultado el sentido y se han hecho ficciones sobre la presencia de la pureza hecho ante nuestra conciencia sin tomar en cuenta los actos hermenéuticos que influyen en el proceso de reactivación del sentido del hecho.
Llegados a este punto, debemos hacer una tercera distinción. Esta se refiere a la distinción entre el ser del hecho y el aparecer del hecho. Y aquí surge una disputa entre la ontología de la facticidad y la fenomenología de la facticidad. ¿De quién depende el sentido del hecho? ¿El aparecer del ser es el ser en cuanto tal o es sólo un sentido del ser? Y si es sólo un sentido del ser ¿Dónde, pues queda el sentido del ser en cuanto tal? El sentido del ser en cuanto tal llega a nosotros gracias al aparecer del ser. Se pasa, entonces, de una fenomenología del hecho a una ontología del hecho. El modo como llegamos a saber cual es el ser del hecho es gracias al sentido del hecho que nos ha proporcionado la aparición del hecho. Según la descripción del sentido a través de los conceptos de sentido original originante y sentido original originado.


Si lo que afirmamos es correcto, el que recibe la presencia del hecho, al univerzalizar dicha experiencia del sentido, la eleva al nivel de la intersubjetividad comunitaria. Esta elevación al fuero de la comunidad es también un acto hermenéutico que da origen al sentido tal y lo conocemos a través de la tradición. Esta reactivación del sentido se da ad modum recipientis, y por eso se vuelve interpretativa (hermenéutica). Gracias a esto, en el nivel de la intersubjetividad, podemos identificar reactivación con interpretación. Y, sólo así, se constituye la conciencia de historicidad, y a partir de ella, toda historia como una consecuencia de un acto hermenéutico.

Trataremos, en la medida de lo posible, de hacer una descripción de todo el proceso que se desarrolla para que el sentido del hecho llegue hasta nosotros. En primer lugar, se produce el acto creador originario en el que se da la unidad indisoluble de hecho y sentido. Este acto produce el hecho y el sentido, pero en el interior del acto no hay distinción de hecho y de sentido, solo cuando el acto ha pasado y dejado su huella en el mundo podemos hacer la diferencia entre hecho y sentido. Pues lo que el acto originador produce es la inscripción en el mundo como hecho y como sentido del hecho.

A partir de las trazas dejadas por este acto, se presenta ante nosotros el hecho, que como dijimos, sólo aparece una sola vez. Se produce, entonces, la primera adquisición producto del encuentro con el hecho. Lo que se adquiere del hecho es su sentido, y de este modo el sentido realiza la entrada del sentido del hecho en la historia. Sin embargo, no basta para su realización como sentido. Hace falta que se desprenda de sus amarras que lo retienen en el suelo empírico de la historia misma. Parece irónico que para que el sentido entre en la historia deba desprenderse de sus marcas individuales que lo sujetan al suelo histórico. No obstante, sólo la subjetividad comunitaria puede producir el sistema histórico de la verdad y responder por él totalmente. Esta comunidad debe ser el lugar de todas las subjetividades egológicas actuales o posibles, pasadas, presentes o futuras, conocidas o desconocidas.

Esto quiere decir que, si una primera adquisición fue producto de un sujeto concreto, éste se debe abstraer de tal modo que se haga universal y absoluto. Y cuando trasmita su adquisición a su comunidad concreta, ésta debe también hacerse universal y absoluta. Elevarse hasta romper sus cadenas de la misma historia que le dio el sentido que trata de trasmitir. En la afirmación “Roma es la sede del Emperador” su valor de verdad histórico es válido en el momento en que Roma era la sede de Emperador, pero aunque hoy no lo sea, su valor de verdad es válido también para nosotros. Y cómo es posible esto. Porque el sentido del hecho que dio lugar a dicha afirmación no ha desaparecido, y su valor se ha abstraído de tal modo del suelo concreto donde se produjo que llega hasta nosotros en su pureza de sentido. Sólo lo que pueda llegar a cruzar las fronteras del suelo empírico histórico tiene asegurada la entrada en el mundo de la tradicionalización absoluta.

Si un sentido llegó a este nivel de re-activación, su olvido absoluto será imposible, porque el sentido podrá ser siempre re-activado. Una vez que la sedimentación del sentido se ha producido, ésta ha dejado una huella en la historia que hace posible siempre la activación de este proceso continuo de re-activaciones. Porque su universalización y su carácter de absoluto podrán quedar oscurecidos, pero nunca perdidos.

Ahora cabe decir lo siguiente, todo lo que se ha expuesto sobre el hecho y el sentido tiene la finalidad de presentar al mundo como un espacio en el que se da la inscripcionaliazión. Es decir, la capacidad de inscribirse a través de actos que dejan huellas y sedimentos. Éstos hacen posible la recepción y comunicación de datos que son interpretados y re-transmitidos mediante actos hermenéuticos. El mundo no es un planeta determinado ubicado en un sistema solar entre muchos otros. El mundo del que hacemos referencia es el suelo cultural e histórico desde el que se producen todos estos actos, desde la fundación del sentido hasta la reformulación del mismo. Este centro, nuestro centro, es la condición de posibilidad de toda inscripción. Y ella misma escapa a la inscripcionalización. Produce aquello que hace posible los ulteriores actos hermenéuticos que hacen posible la comunicación del sentido a todas las generaciones futuras.

Este mundo como espacio de comunicación, como espacio de inscripción, supone el envío y recepción de información que da a lugar a la tradición y posibilita, también, su replanteamiento. Esto último se da gracias a la sedimentación del sentido en un mundo capaz de mantenerlo activo a través de continuas re-activaciones. Porque el sentido de la intención originaria sólo se puede alcanzar en la tradición recibida como reactivación del sentido que es capaz de abrir un campo histórico oculto. Esta apertura de lo oculto es el último acto hermenéutico que se consolida como tal mediante un acto de interpretación y traducción de la misma tradición a través de un recordar lo olvidado. Y según esto, es posible sacar nuevas interpretaciones y nuevas aplicaciones del sentido de la misma fuente que se habían olvidado u ocultado a través del paso de los años, pero que gracias a este último esfuerzo hermenéutico podemos recordar.



El ideal científico e histórico de occidente está configurado como tal sólo a través de una conciencia de inscripción que hace posible toda trasmisión a-temporal y a-espacial. La inscripción en sí misma está abierta al campo de la posibilidad del intercambio lingüístico, es decir a la intersubjetividad de una comunidad. El lenguaje y la conciencia de co-humanidad son posibilidades solidarias ya dadas en el momento en que se instaura la posibilidad de la ciencia. Todo lo que occidente conoce ha venido a él gracias a la inscripción, puesto que sólo la posibilidad de la escritura es la que asegurará la tradicionalización absoluta del objeto, su objetividad ideal absoluta, es decir, la pureza de su relación con una subjetividad trascendental universal.

Con todo lo expuesto podemos afirmar que la hermenéutica no sólo es la koiné de la filosofía actual (como dice Vattimo), sino que siempre lo ha sido. Y no solo de la filosofía sino, también, de todo lo que la tradición nos ha heredado. Todo lo que occidente conoce, lo conoce en virtud de estas inscripciones en el mundo que a través de actos hermenéuticos han llegado hasta nosotros mediante procesos de re-activación y actualización. No debemos olvidar que sólo a través de la tradición es posible llegar a conocer lo que las cosas han sido, porque si haber sido llega a nosotros sólo como consecuencia de estos actos de trasmisión y retención que nos lo transportan al aquí y ahora. Sin esta tradición estamos ciegos al pasado, al presente y al futuro.

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