jueves, 28 de abril de 2011

La historia de los vencidos/ Historia hegemónica en el límite de la empatía


La historia de los vencidos

Historia hegemónica en el límite de la empatía


Víctor Samuel Rivera
Sociedad Peruana de Filosofía

Hace tiempo no redactaba un post filosófico.



Es un dogma del estudio del pensamiento histórico-político que todos los contextos políticos se hallan tejidos alrededor de una historia hegemónica. Es la historia principal, la que resulta, frente a los materiales del estudio histórico social, la fuente más básica de significado de todos los relatos. Este dogma procede, para citar en otro contexto una metáfora de Juan Donoso Cortés, como la atmósfera en relación a la naturaleza. En relación con el trabajo de los investigadores y las expectativas de los lectores, la historia hegemónica procede como un agente que nunca interviene, si no es cuando tiene que asfixiar. Deja respirar, o no lo deja. La historia hegemónica resulta así imperiosa, tanto para el investigador como para los destinatarios. Existe para exigir de lo que rodea. El investigador debe rendir cuentas a un sentido establecido; el lector, buscar la realización de ese sentido en la fuente autorizada. Este dogma se halla expresado en una tradición que atraviesa el pensamiento de la historia de todo el siglo XX., desde Walter Benjamin y Arnold Gehlen hasta Gianni Vattimo y Tzevan Todorov. En esta tradición la historia general, que es la portadora del sentido, se llama la “historia de los vencedores”. Como atmósfera, la historia hegemónica resulta ser una esencia mandatoria; se realiza como el libreto de una actuación que los escritores y lectores de la historia deben realizar al comprender lo que investigan y leen.

La expresión “historia de los vencedores” dice bastante de sí misma, de su significado metafísico. Es una definición metafísica de la atmósfera de interpretación. Sugiere un panorama en el que hay o hubo alguna vez vencedores y vencidos. En realidad, la historia de los vencedores asume a los vencidos como un riesgo. Esto es tanto mayor cuanto menor es en la posibilidad social de su retorno. Se trata de un presupuesto algo absurdo, pues busca protegerse más de lo que es más improbable que se produce nuevamente. Por lo general, los vencidos no tienen chance alguna de volver. De volver socialmente, como realmente los mismos. Mientras más lamentable sea el pasado social de los vencidos es menor la posibilidad de su regreso y, por lo mismo, es más inútil la idea de tener protección contra él. Nunca el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán ha sido tan malo como para los historiadores de hoy. Es un signo cierto de que nunca va a regresar. Hoy todos los nacional socialistas de la realidad han muerto. El retorno, sin embargo, es siempre posible, aunque de manera análoga. Cuando se representa el peligro en un actor social, se reproduce en él los rasgos más improbables, que son interpretados sobre la base de la historia hegemónica.


La historia hegemónica misma supone que los vencidos pueden volver. Es por eso que mismo que los vencedores deben reactualizar su triunfo, deben ganar de nuevo en la comprensión de la historia. Esto nos indica que la comprensión presente del pasado debe orientarse a la experiencia del triunfo de los que han triunfado. Adquiere el carácter efectivo del triunfo y se convierte en su consecuencia. Pero la idea de que hay vencedores, que impele a realizar su triunfo en la comprensión, remite el sentido a una fuente no histórica. Esta fuente es fundante, en el sentido filosófico de que es la inauguración de la historia, si fiat. Remite a una experiencia fundante en que tiene su inicio el sentido del triunfo. Este carácter fundante del conflicto puede ser pensado. Pero al hacerlo es necesario renunciar, suspender, cancelar un momento el rasgo de obligatoriedad de la atmósfera de la historia hegemónica. Debemos hacer un esfuerzo moral que sea la secularización –por así decirlo- del imperio moral del triunfo. En ese sentido, el pensar fundante de la historia parte de la historia hegemónica, pero envía al pensamiento de la ausencia de la hegemonía. Y entonces, insensiblemente, el pensar hegemónico se remite más allá del bien y del mal. Cuando eso sucede, el dogma de la historia hegemónica se ha desvanecido, aunque el costo de eso sea que los valores históricos se han desvanecido con él. Pero se trata de una apariencia solamente.


El dogma de la historia hegemónica remite al momento fundante. Ese momento es un conflicto. El dogma expresa una realidad histórico social, cuyo sentido expresa. El pensar del carácter fundante de la fuente no histórica nos remite también a expresar un conflicto histórico social, pero éste es anterior al dogma y, por ello, su presencia hace discutible el dogma. Pero sólo hay carácter fundante y conflicto cuando los vencedores y los vencidos se invisten de un cierto prestigio. Un cierto prestigio que es posible si ambos son pares en algún sentido. Esta paridad histórica puede ser reconocida en el momento fundante cuando se observa que vencedores y vencidos, en el momento fundante, eran enemigos. Los enemigos pueden acordar pactos, hacer treguas, esgrimir razones; también pueden exterminarse mutuamente. Para ambos la muerte ocupa la razón de ser que en la historia hegemónica tiene el triunfo. No sólo es la muerte del enemigo, sino la propia, pues el enemigo está permitido de matarnos. Cada enemigo tiene un poder gravitante para el otro, y entonces ambos reconocen sus limitaciones y se temen. Pensar la historia antes del dogma es aceptar que ambos, los vencedores y los vencidos, alguna vez, no eran las contrapartidas de la historia hegemónica actual, sino eran actores sociales que disputaban la lealtad del discurso sobre la historia de la que uno y otro eran partícipes y agentes, intérpretes y gestores. Si la vista retrocede desde la historia hegemónica hasta su origen y tiene allí la pretensión de pensarlo, el vencedor y el vencido sólo pueden ser interpretados no hegemónicamente si a cada uno se le adjudica la característica de su poder ser gravitante. Es manifiesto que esto es más verdadero si se le aplica al vencido.


Detrás de cada historia hegemónica, que es también historia buscada e historia deseada, hay un gran conflicto cuya esencia y cuyo destino ha sido ocultado por el discurso de la hegemonía. El pensamiento histórico que se interesa por el origen del triunfo, por su esencia metafísica, debe alojarse en su carácter fundante, que se halla en el conflicto originario. Para esto el vencido debe recuperar su carácter de enemistad. Pero la verdad del conflicto sólo es posible realizando esa reinvestidura estrictamente más allá del bien y del mal, en la medida humana en que eso es posible. El vencido-enemigo debe recuperar en el discurso el prestigio y la dignidad de los enemigos efectivos en el mundo histórico-social. El vencido debe ser capaz de argumentar persuasivamente. Debe mostrar, por así decirlo, sus argumentos más interesantes. La historia se hace entonces historia del conflicto. Y el conflicto sólo es posible si el agente del pasado es digno. Y es digno sólo si es racional. Y es racional sólo si sus argumentos pueden ser aceptados como argumentos dignos, es decir, como argumentos serios, a los que se debe rebatir. Los mejores argumentos del vencido se reconocen porque ponen en riesgo el mundo histórico social del vencedor. Mientras más difíciles y sofisticados sean los argumentos de los vencidos-enemigos tanto más edificado sale el que comprende sus intereses. Pero de esta manera, insensiblemente, cuando la historia mira la conflictividad de la cual ha surgido la historia hegemónica no observa una situación limítrofe de desorden, sino que se encuentra en un orden diverso del de la historia hegemónica, a la vez paralelo y verdadero. El conflicto originario se revela como un horizonte de racionalidad. El discurso del vencido se rehabilita, se hace interesante y es objeto legítimo de respeto y admiración.

La historia hegemónica remite a su origen en el conflicto. Y al investigador y al lector, que son los actores de la comprensión de la historia, los fuerza una nueva atmósfera, la atmósfera de la racionalidad del vencido-enemigo. A diferencia del discurso de la historia hegemónica, el discurso del vencido no cumple las expectativas del lector, que es reconocer sus patrones morales en el pasado, lo cual incluye el despojo de la dignidad moral y racional del vencido. El lector lee desasosegado unas posibilidades que a él mismo le parecen racionales y justificadas. Y si no se lo parecen, comprende que la nueva atmósfera es mandataria, y lo fuerza. Lo que vale para el lector vale aún más para el investigador. Éste, en la atmósfera de la recuperación de la conflictividad, se ve obligado, en este marco, a renunciar al carácter moral del mundo histórico social al que efectivamente pertenece. Entonces debe (tiene que) admitir errores respecto de sí mismo; debe sospechar del dogma de la historia hegemónica y hacerlo, además, moralmente. Comprende que en ello le va la vida. El enemigo puede reclamarle ahora con justicia, pues el enemigo, de ser un actor en una historia pasada, ha pasado a ser un agente real y eficiente, que opera no fuera, sino dentro de la propia comprensión de la historia del investigador. El límite de esta actitud es hacer de la comprensión del conflicto, y en el conflicto, del vencido-enemigo, una actividad empática. Ese límite es deseable, es decir, tiene la característica de que porta consigo la atmósfera propia de lo anhelado. Esto se debe a que en este límite señalado por la empatía el enemigo, que puede en el extremo reclamar la vida de su enemigo propio, es capaz de negociar, llegar a un entendimiento y realizarse en acuerdos parciales o concesiones razonables. Una actitud hostil no es buena consejera en política y anula toda capacidad de negociación. Comprender la historia del vencido así termina para el investigador y el lector en una actuación del pasado que recupera el sentido porque recupera el carácter genuinamente conflictivo del vencido-enemigo de la historia hegemónica.

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